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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z -dijo el capitán. Se había <strong>de</strong>tenido en medio <strong>de</strong> la habitación y su voz era más suave -<br />

Voy a hablarle como a un hombre. Usted es joven e impulsivo. Eso no está mal, incluso pue<strong>de</strong> ser una<br />

virtud. <strong>La</strong> décima parte <strong>de</strong> lo que acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme pue<strong>de</strong> costarle la expulsión <strong>de</strong>l colegio. Sería su<br />

ruina y un golpe terrible para sus padres. ¿No es así?<br />

-Sí, mi capitán -dijo Alberto. El teniente Gamboa movía uno <strong>de</strong> sus pies en el aire y miraba el suelo.<br />

-<strong>La</strong> muerte <strong>de</strong> ese ca<strong>de</strong>te lo ha afectado -prosiguió el capitán- Lo comprendo, era su amigo. Pero aun<br />

cuando lo que usted me ha dicho fuera en parte cierto, jamás podría probarse, jamás, porque todo se<br />

funda en hipótesis. A lo más, llegaríamos a comprobar ciertas violaciones <strong>de</strong>l reglamento. Habría unas<br />

cuantas expulsiones. Usted sería uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> primeros, como es natural. Estoy dispuesto a olvidar todo, si<br />

me promete no volver a hablar una palabra más <strong>de</strong> esto. -Se llevó rápidamente una mano al rostro y la<br />

volvió a bajar, sin tocarse- Sí, es lo mejor. Echar tierra a todas estas fantasías.<br />

El teniente Gamboa seguía con <strong>los</strong> ojos bajos y balanceaba el pie al mismo ritmo, pero ahora la puntera<br />

<strong>de</strong> su zapato rozaba el suelo.<br />

-¿Entendido? -dijo el capitán y su rostro insinuó una sonrisa.<br />

-No, mi capitán -dijo Alberto.<br />

-¿No me ha comprendido, ca<strong>de</strong>te?<br />

-No puedo prometerle eso -dijo Alberto- A Arana lo mataron.<br />

-Entonces -dijo el capitán, con ru<strong>de</strong>za-, le or<strong>de</strong>no que se calle y no vuelva a hablar estupi<strong>de</strong>ces. Y si no<br />

me obe<strong>de</strong>ce, ya verá quién soy yo.<br />

-Perdón, mi capitán -dijo Gamboa.<br />

-Estoy hablando, no me interrumpa, Gamboa.<br />

-Lo siento, mi capitán -dijo el teniente, poniéndose <strong>de</strong> pie. Era más alto que el capitán y éste <strong>de</strong>bió<br />

levantar un poco la cabeza para mirarlo a <strong>los</strong> ojos.<br />

-El ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z tiene <strong>de</strong>recho a presentar esta <strong>de</strong>nuncia, mi capitán. No digo que sea cierta. Pero<br />

tiene <strong>de</strong>recho a pedir una investigación. El reglamento es claro.<br />

-¿Va usted a enseñarme el reglamento, Gamboa?<br />

-No, claro que no, mi capitán. Pero si usted no quiere intervenir, yo mismo pasaré el parte al mayor. Es<br />

un asunto grave y creo que <strong>de</strong>be haber una investigación.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l último examen, vi a Teresa con dos muchachas, por la avenida Sáenz Peña. Llevaban<br />

toallas y yo le pregunté, <strong>de</strong> lejos, a dón<strong>de</strong> iba. Me contestó: "a la playa". Ese día estuve <strong>de</strong> mal humor y<br />

cuando mi madre me pidió dinero le contesté una grosería. Ella sacó la correa que tenía guardada<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su cama. Hacía mucho tiempo que no me pegaba y yo la amenacé: "si me tocas, no vuelvo a<br />

darte un centavo". Era sólo una advertencia y nunca creí que hiciera efecto. Me quedé frío al verla bajar<br />

la correa que ya tenía levantada, tirarla al suelo y <strong>de</strong>cir una lisura entre dientes. Se metió a la cocina sin<br />

<strong>de</strong>cirme nada. Al día siguiente, Teresa volvió a la playa con las dos muchachas y lo mismo <strong>los</strong> otros días.<br />

Una mañana, las seguí... Iban a Chucuito. Llevaban puesta la ropa <strong>de</strong> baño y se <strong>de</strong>svistieron en la playa.<br />

Había tres o cuatro muchachos que las estaban esperando. Yo sólo miraba al que conversaba con<br />

Teresa. Los estuve vigilando toda la mañana, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la baranda. Después, ellas se pusieron el vestido<br />

sobre el traje <strong>de</strong> baño y volvieron a Bellavista. Yo esperé a <strong>los</strong> chicos. Dos se fueron al poco rato, pero el<br />

que había estado con Teresa y el otro se quedaron hasta cerca <strong>de</strong> las tres. Iban hacia la Punta.<br />

Caminaban por media pista, tirándose las toallas y las ropas <strong>de</strong> baño. Cuando llegaron a una calle vacía,<br />

comencé a arrojarles piedras. Les di a <strong>los</strong> dos, al amigo <strong>de</strong> Teresa lo toqué en plena cara. Se agachó,<br />

dijo "ay" y en eso le cayó otra piedra en la espalda. Me miraban asombrados y yo corrí hacia el<strong>los</strong>, sin<br />

darles tiempo a reaccionar. Uno escapó gritando "un loco". El otro se quedó parado y me le fui encima.<br />

Ya me había trompeado en el colegio y peleaba muy bien, <strong>de</strong> chico mi hermano me enseñó a usar <strong>los</strong><br />

pies y la cabeza. "El que se aloca está muerto, me <strong>de</strong>cía. Pelear a la bruta sólo sirve si eres muy fuerte y<br />

pue<strong>de</strong>s arrinconar al enemigo para quebrarle la guardia <strong>de</strong> una andanada. Si no, perjudica. Los brazos y<br />

las piernas se cansan <strong>de</strong> tanto golpear al aire y uno se aburre, <strong>de</strong>saparece la cólera y al poco rato estás<br />

con ganas <strong>de</strong> terminar. Entonces, si el otro es cuco y te ha estado midiendo, aprovecha y te carga." Mi<br />

hermano me enseñó a <strong>de</strong>primir a <strong>los</strong> que pelean a la bruta, a agotar<strong>los</strong> y a tener<strong>los</strong> a raya con <strong>los</strong> pies,<br />

hasta que se <strong>de</strong>scuidan y le dan chance a uno <strong>de</strong> cogerles la camisa y clavarles un cabezazo. Mi<br />

hermano me enseñó también a manejar la cabeza a la chalaca, no con la frente ni con el cráneo, sino<br />

con el hueso que hay don<strong>de</strong> comienzan <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, que es durísimo, y a bajar las manos en el momento<br />

<strong>de</strong> dar el cabezazo para evitar que el otro levante la rodilla y me hunda el estómago. "No hay como el<br />

cabezazo, <strong>de</strong>cía mi hermano; basta uno bien puesto para aturdir al enemigo.- Pero esa vez yo me lancé<br />

a la bruta contra <strong>los</strong> dos y <strong>los</strong> gané. El que había estado con Teresa ni se <strong>de</strong>fendió, cayó al suelo<br />

llorando. Su amigo se había parado a unos diez metros y me gritaba: "no le pegues, maricón, no le<br />

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