01.05.2013 Views

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

mi pierna y la <strong>de</strong>jaba ahí. Yo tenía ganas <strong>de</strong> reírme. Me hacía el tonto y no respondía a sus avances.<br />

Debía estar furiosa. Después <strong>de</strong>l cine regresamos a pie y ella empezó a hablarme <strong>de</strong> mujeres, me contó<br />

historias cochinas, aunque sin <strong>de</strong>cir malas palabras y <strong>de</strong>spués me preguntó si yo había tenido amores.<br />

Le dije que no y ella me repuso: "mentiroso. Todos <strong>los</strong> hombres son iguales". Se esforzaba para que yo<br />

viera que me trataba como a un hombre. Me daban ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle: "se parece usted a una puta <strong>de</strong>l<br />

Happy <strong>La</strong>nd que se llama Etna". En la casa yo le pregunté si quería que le preparara la comida y ella me<br />

dijo: "no. Más bien, vamos a alegrarnos. En esta casa uno nunca se alegra. Abre una botella <strong>de</strong><br />

cerveza". Y empezó a hablarme mal <strong>de</strong> mi padrino. Lo odiaba: era un avaro, un viejo imbécil, no sé<br />

cuántas cosas más. Hizo que me tomara solo toda la botella. Quería emborracharme a ver si así le hacía<br />

caso. Después prendió la radio y me dijo: "te voy a enseñar a bailar". Me apretaba con todas sus fuerzas<br />

y yo la <strong>de</strong>jaba, pero seguía haciéndome el tonto. Al fin me dijo:” ¿nunca te ha besado una mujer?-. Le<br />

dije que no. "¿Quieres ver cómo es?" Me agarró y comenzó a besarme en la boca. Estaba <strong>de</strong>satada, me<br />

metía su lengua hedionda hasta las amígdalas y me pellizcaba. Después me jaló <strong>de</strong> la mano hasta su<br />

cuarto y se <strong>de</strong>svistió. Desnuda, ya no parecía tan fea, todavía tenía el cuerpo duro. Estaba avergonzada<br />

porque yo la miraba sin acercarme y apagó la luz. Me hizo dormir con ella todos <strong>los</strong> días que estuvo<br />

ausente mi padrino. "Te quiero, me <strong>de</strong>cía, me haces muy feliz.- Y se pasaba el día hablándome mal <strong>de</strong><br />

su marido. Me regalaba plata, me compró ropa e hizo que me llevaran con el<strong>los</strong> al cine todas las<br />

semanas. En la oscuridad me agarraba la mano sin que notara mi padrino. Cuando yo le dije que quería<br />

entrar al Colegio Militar Leoncio Prado y que convenciera a su marido para que me pagara la matrícula,<br />

casi se vuelve loca. Se jalaba <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> y me <strong>de</strong>cía ingrato y malagra<strong>de</strong>cido. <strong>La</strong> amenacé con escaparme<br />

y entonces aceptó. Una mañana mi padrino me dijo: "¿sabes muchacho? Hemos <strong>de</strong>cidido hacer <strong>de</strong> ti un<br />

hombre <strong>de</strong> provecho. Te voy a inscribir como candidato al Colegio Militar".<br />

-No se mueva aunque le arda -dijo el enfermero-. Porque si le entra al ojo, va a ver a judas calato.<br />

Alberto vio venir hacia su rostro la gasa empapada en una sustancia ocre y apretó <strong>los</strong> dientes. Un dolor<br />

animal lo recorrió como un estremecimiento: abrió la boca y chilló. Después, el dolor quedó localizado en<br />

su rostro. Con el ojo sano, veía por encima <strong>de</strong>l hombro <strong>de</strong>l enfermero, al Jaguar: lo miraba indiferente,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> una silla, al otro extremo <strong>de</strong> la habitación. Su nariz absorbía un olor a alcohol y yodo que lo<br />

mareaba. Sintió ganas <strong>de</strong> arrojar. <strong>La</strong> enfermería era blanca y el piso <strong>de</strong> <strong>los</strong>etas <strong>de</strong>volvía hacia el techo.<br />

<strong>La</strong> luz azul <strong>de</strong> <strong>los</strong> tubos <strong>de</strong> neón. El enfermero había retirado la gasa y empapaba otra, silbando entre<br />

dientes. ¿Sería tan doloroso también esta vez? Cuando recibía <strong>los</strong> golpes <strong>de</strong>l Jaguar en el suelo <strong>de</strong>l<br />

calabozo, don<strong>de</strong> se revolcaba en silencio, no había sentido dolor alguno, sólo humillación. Porque a <strong>los</strong><br />

pocos minutos <strong>de</strong> comenzar, se sintió vencido: sus puños y sus pies apenas tocaban al Jaguar,<br />

forcejeaba con él y al momento <strong>de</strong>bía soltar el cuerpo duro y asombrosamente huidizo que atacaba y<br />

retrocedía, siempre presente e inasible, próximo y ausente. Lo peor eran <strong>los</strong> cabezazos, él levantaba <strong>los</strong><br />

codos, golpeaba con las rodillas, se encogía; inútil: la cabeza <strong>de</strong>l Jaguar caía como un bólido contra sus<br />

brazos, <strong>los</strong> separaba, se abría camino hasta su rostro y él, confusamente, pensaba en un martillo, en un<br />

yunque. Y así se había <strong>de</strong>splomado la primera vez, para darse un respiro. Pero el Jaguar no esperó que<br />

se levantara, ni se <strong>de</strong>tuvo a comprobar si ya había ganado: se <strong>de</strong>jó caer sobre él y continuó golpeándolo<br />

con sus puños infatigables hasta que Alberto consiguió incorporarse y huir a otro rincón <strong>de</strong>l calabozo.<br />

Segundos más tar<strong>de</strong> había caído al suelo otra vez, el Jaguar cabalgaba nuevamente encima suyo y sus<br />

puños se abatían sobre su cuerpo hasta que Alberto perdía la memoria. Cuando abrió <strong>los</strong> ojos estaba<br />

sentado en la cama, al lado <strong>de</strong>l Jaguar y escuchaba su monótono resuello. <strong>La</strong> realidad volvía a or<strong>de</strong>narse<br />

a partir <strong>de</strong>l momento en que la voz <strong>de</strong> Gamboa retumbó en la celda.<br />

-Ya está -dijo el enfermero- Ahora hay que esperar que seque. Después lo vendo. Estése quieto, no se<br />

toque con sus manos inmundas.<br />

Siempre silbando entre dientes, el enfermero salió <strong>de</strong>l cuarto. El Jaguar y Alberto se miraron. Se sentía<br />

curiosamente sosegado; el ardor había <strong>de</strong>saparecido y también la cólera. Sin embargo, trató <strong>de</strong> hablar<br />

con tono injurioso:<br />

-¿Qué me miras?<br />

-Eres un soplón -dijo el Jaguar. Sus ojos claros observaban a Alberto sin ningún sentimiento- Lo más<br />

asqueroso que pue<strong>de</strong> ser un hombre. No hay nada más bajo y repugnante. ¡Un soplón! Me das vómitos.<br />

-Algún día me vengaré -dijo Alberto- ¿Te sientes muy fuerte, no? Te juró que vendrás a arrastrarte a mis<br />

pies. ¿Sabes qué cosa eres tú? Un maleante. Tu lugar es la cárcel.<br />

-Los soplones como tú -prosiguió el Jaguar, sin prestar atención a lo que <strong>de</strong>cía Alberto-, <strong>de</strong>berían no<br />

haber nacido. Pue<strong>de</strong> ser que me frieguen por tu culpa. Pero yo diré quién eres a toda la sección, a todo<br />

el colegio. Deberías estar muerto <strong>de</strong> vergüenza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que has hecho.<br />

-No tengo vergüenza -dijo Alberto- Y cuando salga <strong>de</strong>l colegid, iré a <strong>de</strong>cirle a la Policía que eres un<br />

asesino.<br />

134

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!