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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

emite un chillido, y le arrebata Los placeres <strong>de</strong> Eleodora. "Pero no <strong>de</strong>bió quemarlo y pisotearlo, no <strong>de</strong>bió<br />

<strong>de</strong>jar la casa para correr tras <strong>de</strong> las putas, no <strong>de</strong>bió abandonar a mi madre, no <strong>de</strong>bimos <strong>de</strong>jar la gran<br />

casa con jardines <strong>de</strong> Diego Ferré, no <strong>de</strong>bí conocer el barrio ni a Helena, no <strong>de</strong>bió consignar al Ru<strong>los</strong> dos<br />

semanas, no <strong>de</strong>bí comenzar nunca a escribir novelitas, no <strong>de</strong>bí salir <strong>de</strong> Miraflores, no <strong>de</strong>bí conocer a<br />

Teresa ni amarla. Vallano ríe, pero no pue<strong>de</strong> disimular su <strong>de</strong>saliento, su nostalgia, su amargura. A ratos<br />

se pone serio y dice: 'caracho, estaba enamorado <strong>de</strong> Eleodora. Ru<strong>los</strong>, por tu culpa he perdido a mi<br />

hembra querida'. Los ca<strong>de</strong>tes cantan 'ay, ay, ay' y se menean como rumberas, pellizcan a Vallano en <strong>los</strong><br />

cachetes y en las nalgas, el Jaguar se lanza como un en<strong>de</strong>moniado sobre el Esclavo, lo alza en peso,<br />

todos se callan y miran, y lo lanza contra Vallano. Le dice te regalo a esta puta'. El Esclavo se incorpora,<br />

se arregla la ropa y se aleja. Boa lo atrapa por la espalda, lo levanta y el esfuerzo le congestiona el<br />

rostro y el cuello que se hincha; sólo lo tiene en el aire unos segundos y lo <strong>de</strong>ja caer como un fardo. El<br />

Esclavo se retira, <strong>de</strong>spacio, cojeando. 'Maldita sea - dice Vallano- Les juro que estoy muerto <strong>de</strong> pena.' 'Y<br />

entonces yo dije por media cajetilla <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong> te escribo una historia mejor que “Los Placeres <strong>de</strong><br />

Eleodora” y esa mañana yo supe lo que había pasado, la transmisión <strong>de</strong>l pensamiento o la mano <strong>de</strong><br />

Dios, supe y le dije, qué pasa con mi papá mamita y Vallano dijo ¿<strong>de</strong> veras ?, toma papel y lápiz y que te<br />

inspiren <strong>los</strong> ángeles, y entonces ella dijo, hijito, valor, una gran <strong>de</strong>sgracia ha caído sobre nosotros, se ha<br />

perdido, nos ha abandonado y entonces comencé a escribir, sentado en un ropero, ro<strong>de</strong>ado por toda la<br />

sección, como cuando el negro leía." Alberto escribe una frase con letra nerviosa: media docena <strong>de</strong><br />

cabezas tratan <strong>de</strong> leer sobre sus hombros. Se <strong>de</strong>tiene, alza el lápiz y la cabeza y lee: lo celebran,<br />

algunos hacen sugerencias que él <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ña. Á medida que avanza es más audaz: las palabras vulgares<br />

ce<strong>de</strong>n el paso a gran<strong>de</strong>s alegorías eróticas, pero <strong>los</strong> hechos son escasos y cíclicos: las caricias<br />

preliminares, el amor habitual, el anal, el bucal, el manual, éxtasis, convulsiones, batallas sin cuartel<br />

entre erizados órganos y, nuevamente, las caricias preliminares, etc. Cuando termina la redacción -diez<br />

páginas <strong>de</strong> cua<strong>de</strong>rno, por ambas caras- Alberto, súbitamente inspirado, anuncia el título: Los vicios <strong>de</strong> la<br />

carne y lee su obra, con voz entusiasta. <strong>La</strong> cuadra lo escucha respetuosamente; por instantes hay brotes<br />

<strong>de</strong> humor. Luego lo aplau<strong>de</strong>n y lo abrazan. Alguien dice: "Fernán<strong>de</strong>z, eres un poeta". "Sí, dicen otros. Un<br />

poeta.- "Y ese mismo día se me acercó el Boa, con cara misteriosa, mientras nos lavábamos y me dijo<br />

hazme otra novelita como ésa y te la compro, buen muchacho, gran pajero, fuiste mi primer cliente y<br />

siempre me acordaré <strong>de</strong> ti, protestaste cuando dije cincuenta centavos por hoja, sin puntos aparte, pero<br />

aceptaste tu <strong>de</strong>stino y nos cambiamos <strong>de</strong> casa y entonces fue <strong>de</strong> verdad que me aparté <strong>de</strong>l barrio y <strong>los</strong><br />

amigos y <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro Miraflores y comencé mi carrera <strong>de</strong> novelista, buena plata he ganado a pesar <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> estafadores."<br />

Es un domingo <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong> junio; Alberto, sentado en la hierba, mira a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que pasean por<br />

la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> familiares. Unos metros más allá hay un muchacho, también <strong>de</strong> tercero,<br />

pero <strong>de</strong> otra sección. Tiene en sus manos una carta, que lee y relee, con rostro preocupado.<br />

“¿Cuartelero?”, pregunta Alberto. El muchacho asiente y muestra su brazalete color púrpura, con una<br />

letra C bordada. “Es peor que estar consignado", afirma Alberto. "Sí", dice el otro. "Y más tar<strong>de</strong> fuimos<br />

caminando a la sexta sección y nos echamos y fumamos cigarril<strong>los</strong> Inca y me dijo soy iqueño y mi padre<br />

me mandó al Colegio Militar porque estaba enamorado <strong>de</strong> una muchacha <strong>de</strong> mala familia y me mostró<br />

su foto y me dijo apenas salga <strong>de</strong>l colegio me caso con ella y ese mismo día <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> pintarse y ponerse<br />

joyas y <strong>de</strong> ver a sus amigas y <strong>de</strong> jugar canasta y cada sábado que salía yo pensaba ha envejecido más."<br />

-¿Ya no te gusta? - dice Alberto- ¿Por qué pones esa cara cuando hablas <strong>de</strong> ella?<br />

El muchacho baja la voz y respon<strong>de</strong>, como a sí mismo:<br />

-No sé escribirle.<br />

-¿Por qué? - pregunta Alberto.<br />

-¿Cómo por qué? Porque no. Ella es muy inteligente. Me escribe cartas muy lindas.<br />

-Escribir una carta es muy fácil - dice Alberto-. Lo más fácil <strong>de</strong>l mundo.<br />

-No. Es fácil saber lo que quieres <strong>de</strong>cir, pero no <strong>de</strong>cirlo.<br />

-Bah - dice Alberto- Puedo escribir diez cartas <strong>de</strong> amor en una hora.<br />

-¿De veras? - pregunta el muchacho, mirándolo fijamente.<br />

"Y le escribí una y otra y la chica me contestaba y el cuartelero me convidaba cigarros y colas en '<strong>La</strong><br />

Perlita' y un día me trajo a un zambito <strong>de</strong> la octava y me dijo ¿ pue<strong>de</strong>s escribirle una carta a la hembrita<br />

que éste tiene en Iquitos? y yo le dije ¿ quieres que vaya a verlo y le hable? y ella me dijo no hay nada<br />

que hacer sino rezar a Dios y comenzó a ir a misa y a novenas y a darme consejos Alberto tienes que ser<br />

piadoso y querer mucho a Dios para que cuando seas gran<strong>de</strong> las tentaciones no te pierdan como a tu<br />

padre y yo le dije Okey pero me pagas."<br />

Alberto pensó: "ya hace más <strong>de</strong> dos años. Cómo pasa el tiempo". Cerró <strong>los</strong> ojos: evocó el rostro <strong>de</strong><br />

Teresa y su cuerpo se llenó <strong>de</strong> ansiedad. Era la primera vez que resistía la consigna sin angustia. Ni<br />

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