01.05.2013 Views

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Nosotros dos formábamos una yunta y <strong>los</strong> otros tipos <strong>de</strong> la banda nos celaban. Una vez, en un bulín, el<br />

flaco y el zambo Pancracio pelearon por una polilla y Pancracio sacó la chavela y le rasgó el brazo a mi<br />

amigo. Me dio cólera y me le fui encima. Saltó otro zambo y nos mechamos. El Rajas nos hizo abrir<br />

cancha. <strong>La</strong>s polillas gritaban. Estuvimos midiéndonos un rato. Al principio, el zambo me provocaba y se<br />

reía, "eres el ratón y yo el gato", me <strong>de</strong>cía, pero le coloqué un par <strong>de</strong> cabezazos y entonces peleamos <strong>de</strong><br />

a <strong>de</strong>veras. El Rajas me convidó un trago y dijo: "me quito el sombrero. ¿Quién le enseñó a pelear a esta<br />

paloma?".<br />

Des<strong>de</strong> ahí, me agarraba con <strong>los</strong> zambos, <strong>los</strong> chinos y <strong>los</strong> serranos <strong>de</strong>l Rajas por cualquier cosa. A veces<br />

me soñaban <strong>de</strong> una patada y otras <strong>los</strong> aguantaba enterito y <strong>los</strong> machucaba un poco. Vez que estábamos<br />

borrachos nos íbamos a <strong>los</strong> golpes. Tanto peleamos que al final nos hicimos amigos. Me invitaban a<br />

beber y me llevaban con el<strong>los</strong> al bulín y al cine, a ver películas <strong>de</strong> acción. Justamente, ese día habíamos<br />

ido al cine, Pancracio, el flaco y yo. A la salida nos esperaba el Rajas, alegre como un cuete. Fuimos a<br />

una chingana y ahí nos dijo: "es el golpe <strong>de</strong>l siglo". Cuando contó que el Carapulca lo había llamado para<br />

proponerle un trabajo, el flaco Higueras lo cortó: “nada con ésos, Rajas. Nos comen vivos. Son <strong>de</strong> alto<br />

vuelo". El Rajas no le hizo caso y siguió explicando el plan. Estaba muy orgul<strong>los</strong>o <strong>de</strong> que el Carapulca lo<br />

hubiera llamado, porque era una gran banda y todos les tenían envidia. Vivían como la gente <strong>de</strong>cente,<br />

en buenas casas y tenían automóviles. El flaco quiso discutir pero <strong>los</strong> otros lo callaron. Era para el día<br />

siguiente. Todo parecía muy fácil. Como dijo el Rajas, nos encontramos en la Quebrada <strong>de</strong> Armendáriz a<br />

las diez <strong>de</strong> la noche y ahí estaban dos tipos <strong>de</strong>l Carapulca. Bien vestidos y con bigotes, fumaban<br />

cigarril<strong>los</strong> rubios y parecía que iban a una fiesta. Estuvimos haciendo tiempo hasta medianoche y<br />

<strong>de</strong>spués nos fuimos caminando en parejas hasta la línea <strong>de</strong>l tranvía. Ahí encontramos a otro <strong>de</strong> la banda<br />

<strong>de</strong>l Carapulca. "Todo está listo, dijo. No hay nadie. Acaban <strong>de</strong> salir. Comencemos ya mismo." El Rajas<br />

me puso <strong>de</strong> campana a una cuadra <strong>de</strong> la casa, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una pared. Al flaco le pregunté: “¿quiénes<br />

entran?". Me dijo: "el Rajas, yo y <strong>los</strong> carapulcas. Y todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más son campanas. Es el estilo <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />

Eso se llama trabajar seguro". Don<strong>de</strong> yo estaba plantado no había nadie, no se veía ni una luz en las<br />

casas y pensé que todo iba a terminar muy pronto. Pero mientras veníamos, el flaco había estado<br />

callado y con la cara amarga. Al pasar, Pancracio me había mostrado la casa. Era enorme y el Rajas dijo:<br />

"aquí <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber plata para hacer rico a un ejército". Pasó mucho rato. Cuando oí <strong>los</strong> pitazos, <strong>los</strong><br />

balazos y <strong>los</strong> carajos salí corriendo hacia el<strong>los</strong>, pero me di cuenta que estaban ensartados: en la esquina<br />

había tres patrulleros. Di media vuelta y escapé. En la Plaza Marsano subí al tranvía y en Lima tomé un<br />

taxi. Cuando llegué a la chingana sólo encontré a Pancracio.”Era una trampa, me dijo. El Carapulca trajo<br />

a <strong>los</strong> soplones. Creo que <strong>los</strong> han cogido a todos. Yo vi que al Rajas y al flaco <strong>los</strong> apaleaban en el suelo.<br />

Los cuatro carapulcas se reían, algún día la pagarán. Pero ahora mejor <strong>de</strong>saparecemos." Le dije que no<br />

tenía un centavo. Me dio cinco soles y me dijo: "cambia <strong>de</strong> barrio y no vuelvas por aquí. Yo me voy a<br />

veranear fuera <strong>de</strong> Lima por un tiempo".<br />

Esa noche me fui al <strong>de</strong>spoblado <strong>de</strong> Bellavista y dormí en una zanja. Mejor dicho, estuve tirado <strong>de</strong><br />

espaldas, viendo la oscuridad, muerto <strong>de</strong> frío. En la mañana, muy temprano, fui a la Plaza <strong>de</strong> Bellavista.<br />

No iba por ahí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacia dos años. Todo estaba igual, menos la puerta <strong>de</strong> mi casa que la habían<br />

pintado. Toqué y no salió nadie. Toqué más fuerte. De a<strong>de</strong>ntro, alguien gritó: "no se <strong>de</strong>sesperen,<br />

maldita sea". Salió un hombre y yo le pregunté por la señora Domitila. "Ni sé quién es, me dijo: aquí<br />

vive Pedro Caifás, que soy yo." Una mujer apareció a su lado y dijo: "¿la señora Domitila? ¿Una vieja que<br />

vivía sola?". "Sí, le dije; creo que sí." "Ya se murió, dijo la mujer; vivía aquí antes que nosotros, pero<br />

hace tiempo." Yo les dije gracias y me fui a sentar a la plaza y estuve toda la mañana mirando la puerta<br />

<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Teresa, a ver si salía. A eso <strong>de</strong> las doce salió un muchacho. Me le acerqué y le dije:<br />

"¿sabes dón<strong>de</strong> viven ahora esa señora y esa muchacha que vivían antes en tu casa?". "No sé nada", me<br />

dijo. Fui otra vez a mi antigua casa y toqué. Salió la mujer. Le pregunté: "¿sabe dón<strong>de</strong> está enterrada la<br />

señora Domitila?". "No sé, me dijo. Ni la conocí. ¿Era algo suyo?" Yo le iba a <strong>de</strong>cir que era mi madre,<br />

pero pensé que a lo mejor me andaban buscando <strong>los</strong> soplones y le dije: "no, sólo quería saber".<br />

-Hola -dijo el Jaguar.<br />

No parecía sorprendido al verlo allí. El sargento había cerrado la puerta, el calabozo estaba en la<br />

penumbra.<br />

-Hola -dijo Alberto.<br />

-¿Tienes cigarril<strong>los</strong>? -preguntó el Jaguar. Estaba sentado en la cama, apoyaba la espalda en la pared y<br />

Alberto podía distinguir claramente la mitad <strong>de</strong> su rostro, que caía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong> luz que<br />

bajaba <strong>de</strong> la ventana; la otra mitad era sólo una mancha.<br />

-No -dijo Alberto- El sargento me traerá uno más tar<strong>de</strong>.<br />

-¿Por qué te han metido aquí? -dijo el Jaguar.<br />

129

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!