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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Ella asiente y sonríe un segundo, pero luego adopta nuevamente un rostro <strong>de</strong> circunstancias. Él le estira<br />

la mano. Helena te alcanza la suya y dice, con voz muy amable y aliviada:<br />

-¿Pero seguiremos como amigos, no?<br />

-Claro -respon<strong>de</strong> él-. Claro que sí.<br />

Alberto se aleja por la avenida, entre el dédalo <strong>de</strong> coches estacionados con el parachoque tocando el<br />

sardinel <strong>de</strong>l Parque. Va hasta Diego Ferré y tuerce. <strong>La</strong> calle está vacía. Camina por el centro <strong>de</strong> la pista,<br />

a trancos largos. Antes <strong>de</strong> llegar a Colón escucha pasos precipitados y una voz que lo llama por su<br />

nombre. Se vuelve. Es el Bebe.<br />

-Hola -dice Alberto-. ¿Qué haces aquí? ¿Y Matil<strong>de</strong>?<br />

-Ya se fue. Tenía que volver temprano.<br />

El Bebe se acerca y da -una palmada a Alberto, en el hombro. Luce una cara amistosa, fraternal.<br />

-Lo siento por lo <strong>de</strong> Helena -le dice-. Pero creo que es mejor. Esa chica no te conviene.<br />

-¿Cómo sabes? Si acabamos <strong>de</strong> pelear.<br />

-Yo sabía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> anoche. Todos sabíamos. Pero no te dijimos nada, para no amargarte.<br />

-No te entiendo, Bebe. Háblame claro, por favor.<br />

-¿No te vas a amargar?<br />

-No hombre, dime <strong>de</strong> una vez qué pasa.<br />

-Helena se muere por Richard.<br />

-¿Richard?<br />

-Sí, ese <strong>de</strong> San Isidro.<br />

-¿Quién te ha dicho eso?<br />

-Nadie. Pero todos se han dado cuenta. Anoche estuvieron juntos don<strong>de</strong> Nati.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir en la fiesta <strong>de</strong> Nati? Mentira, Helena no<br />

-Sí fue, eso es lo que no queríamos <strong>de</strong>cirte.<br />

-Me dijo que no iba a ir.<br />

-Por eso te digo que esa chica no te convenía.<br />

-¿Tú la viste?<br />

-Sí. Estuvo bailando toda la noche con Richard. Y Ana se acercó a <strong>de</strong>cirle: ¿ya peleaste con Alberto? Y<br />

ella le dijo, no, pero peleo mañana <strong>de</strong> todas maneras. No te vayas a amargar por lo que te he contado.<br />

-Bah -dice Alberto- Me importa un pito. Ya me estaba cansando <strong>de</strong> Helena, te juro.<br />

-Buena, hombre -dice el Bebe y le da otra palmada- Así me gusta- Lánzate sobre otra chica, ésa es la<br />

mejor venganza, la que más ar<strong>de</strong>, la más dulce. ¿Por qué no le caes a la Nati? Está regia. Y ahora está<br />

solita.<br />

-Sí -dice Alberto- Tal vez. No es mala i<strong>de</strong>a.<br />

Recorren la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré y en la puerta <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Alberto se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n. El Bebe lo<br />

palmea dos o tres veces, en señal <strong>de</strong> solidaridad. Alberto entró y tomó directamente la escalera hacia su<br />

cuarto. <strong>La</strong> luz estaba encendida. Abrió la puerta; su padre, <strong>de</strong> pie, tenía la libreta <strong>de</strong> notas en la mano;<br />

su madre, sentada en la cama, parecía pensativa.<br />

-Buenas -dijo Alberto.<br />

-Hola, joven -dijo el padre.<br />

Vestía <strong>de</strong> oscuro, como <strong>de</strong> costumbre y parecía recién afeitado. Sus cabel<strong>los</strong> brillaban. Tenía una<br />

expresión aparentemente dura, pero sus ojos perdían por instantes la gravedad y, ansiosos, se<br />

proyectaban sobre <strong>los</strong> zapatos relucientes, la corbata <strong>de</strong> motas grises, el albo pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo, las<br />

manos impecables, <strong>los</strong> puños <strong>de</strong> la camisa, <strong>los</strong> pliegues <strong>de</strong>l pantalón. Se examinaba con una mirada<br />

ambigua, inquieta y complacida, y luego <strong>los</strong> ojos recuperaban la supuesta dureza.<br />

-Vine más temprano -dijo Alberto-. Me dolía un poco la cabeza.<br />

-Debe ser la gripe -dijo la madre-. Acuéstate, Albertito.<br />

-Antes, vamos a hablar un poco, jovencito -dijo el padre, agitando la libreta <strong>de</strong> notas-. Acabo <strong>de</strong> leer<br />

esto.<br />

-Algunos cursos están mal -dijo Alberto-. Pero lo importante es que salvé el año.<br />

-Cállate -dijo el padre-. No digas estupi<strong>de</strong>ces. (<strong>La</strong> madre lo miró, contrariada.) Esto no ha ocurrido nunca<br />

en mi familia. Se me cae la cara <strong>de</strong> vergüenza. ¿Sabes cuánto tiempo hace que nosotros ocupamos <strong>los</strong><br />

primeros puestos en el colegio, en la Universidad, en todas partes? Hace dos sig<strong>los</strong>. Si tu, abuelo hubiera<br />

visto esta libreta, se habría muerto <strong>de</strong> la impresión.<br />

-También mi familia -protestó la madre-. ¿Qué te crees? Mi padre, fue ministro dos veces.<br />

-Pero esto se acabó -dijo el padre, sin prestar atención a la madre- Es un escándalo. No voy a <strong>de</strong>jar que<br />

eches mi apellido por el suelo. Mañana comienzas tus clases con un profesor particular para prepararte<br />

al ingreso.<br />

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