<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong> salto como prescribían <strong>los</strong> manuales, <strong>de</strong>jándose caer sobre la pierna, el costado y el brazo izquierdo, la<strong>de</strong>ando el cuerpo <strong>de</strong> tal modo que el fusil, antes que tocar el suelo, golpeara sus costillas, ni si las líneas <strong>de</strong> ataque conservaban sus distancias y <strong>los</strong> grupos <strong>de</strong> combate mantenían la cohesión, ni si <strong>los</strong> brigadieres continuaban a la cabeza, como puntas <strong>de</strong> lanza y sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista al teniente. El frente comprendía unos cien metros y una profundidad cada vez mayor. De pronto, Gamboa reapareció ante él, el rostro siempre sereno, <strong>los</strong> ojos afiebrados, tocó el silbato y la retaguardia, encuadrada por <strong>los</strong> suboficiales, salió <strong>de</strong>spedida hacia el cerro. Ahora eran tres las columnas que avanzaban, lejos <strong>de</strong> él, que había quedado solo junto a <strong>los</strong> matorrales espinosos. Permaneció en el sitio unos minutos, pensando en lo lentos, lo torpes que eran <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, si <strong>los</strong> comparaba con <strong>los</strong> soldados o con <strong>los</strong> alumnos <strong>de</strong> la Escuela Militar. Luego caminó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la compañía; a ratos, observaba con <strong>los</strong> prismáticos. Des<strong>de</strong> lejos, la progresión sugería un movimiento simultáneo <strong>de</strong> retroceso y avance: cuando la línea <strong>de</strong>lantera estaba tendida, la segunda columna progresaba a toda carrera, superaba la posición <strong>de</strong> aquélla y pasaba a la vanguardia; la tercera columna avanzaba hasta el emplazamiento abandonado por la segunda línea. Al avance siguiente, las tres columnas volvían al or<strong>de</strong>n inicial, segundos <strong>de</strong>spués se <strong>de</strong>sarticulaban, se igualaban. Gamboa agitaba <strong>los</strong> brazos, parecía apuntar y disparar con el <strong>de</strong>do a ciertos ca<strong>de</strong>tes y, aunque no podía oírlo, el capitán Garrido adivinaba fácilmente sus ór<strong>de</strong>nes, sus observaciones. Y súbitamente, oyó <strong>los</strong> disparos. Miró su reloj.”Exacto -pensó- <strong>La</strong>s nueve y media en punto." Observó con <strong>los</strong> prismáticos; en efecto, la vanguardia se hallaba a la distancia prevista. Miró <strong>los</strong> blancos, pero no alcanzó a distinguir <strong>los</strong> tiros acertados. Corrió unos veinte metros y esta vez comprobó que las circunferencias tenían una docena <strong>de</strong> perforaciones. "Los soldados son mejores, pensó; y éstos salen con grado <strong>de</strong> oficiales <strong>de</strong> reserva. Es un escándalo." Siguió avanzando, casi sin quitarse <strong>los</strong> prismáticos <strong>de</strong> la cara. Los saltos eran más cortos: las columnas progresaban <strong>de</strong> diez en diez metros. Disparó la segunda línea y, apenas apagado el eco, el silbato indicó que las columnas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante y atrás podían avanzar. Los ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>stacaban diminutos contra el horizonte, parecían brincar en el sitio, caían. Un nuevo silbato y la columna que estaba tendida disparaba. Después <strong>de</strong> cada ráfaga, el capitán examinaba <strong>los</strong> blancos y calculaba <strong>los</strong> impactos. A medida que la compañía se acercaba al cerro, <strong>los</strong> tiros eran mejores: las circunferencias estaban acribilladas. Observaba las caras <strong>de</strong> <strong>los</strong> tiradores: rostros congestionados, infantiles, lampiños, un ojo cerrado y otro fijo en la ranura <strong>de</strong>l alza. El retroceso <strong>de</strong> la culata conmovía esos cuerpos jóvenes que, el hombro todavía resentido, <strong>de</strong>bían incorporarse, correr agazapados y volver a arrojarse y disparar, envueltos por una atmósfera <strong>de</strong> violencia que sólo era un simulacro. Porque el capitán Garrido sabía que la guerra no era así. En ese momento vio la silueta ver<strong>de</strong> que hubiera podido pisar si no la divisaba a tiempo, y ese fusil con el cañón monstruosamente hundido en la tierra, en contra <strong>de</strong> todas las instrucciones sobre el cuidado <strong>de</strong>l arma. No atinaba a compren<strong>de</strong>r qué podían significar ese cuerpo y ese fusil <strong>de</strong>rribados. Se inclinó. El muchacho tenía la cara contraída por el dolor y <strong>los</strong> Ojos y la boca muy abiertos. <strong>La</strong> bala le había caído en la cabeza: un hilo <strong>de</strong> sangre corría por el cuello. El capitán <strong>de</strong>jó caer <strong>los</strong> prismáticos que tenía en la mano, cargó al ca<strong>de</strong>te, pasándole un brazo por las piernas y otro por la espalda y echó a correr, atolondrado, hacia el cerro, gritando: "¡teniente Gamboa, teniente Gamboa!" Pero tuvo que correr muchos metros antes que lo oyeran. <strong>La</strong> primera compañía - escarabajos idénticos que escalaban la pendiente hacia <strong>los</strong> blancos- <strong>de</strong>bía estar <strong>de</strong>masiado absorbida por <strong>los</strong> gritos <strong>de</strong> Gamboa y el esfuerzo que exigía el ascenso rampante para mirar atrás. El capitán trataba <strong>de</strong> localizar el uniforme claro <strong>de</strong> Gamboa o a <strong>los</strong> suboficiales. De pronto, <strong>los</strong> escarabajos se <strong>de</strong>tuvieron, giraron y el capitán se sintió observado por <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes.”Gamboa, suboficiales, gritó. ¡Vengan, rápido!" Ahora <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>scolgaban por la pendiente a toda carrera y él se sintió ridículo con ese muchacho en <strong>los</strong> brazos. "Tengo una suerte <strong>de</strong> perro -pensó- El coronel meterá esto en mi foja <strong>de</strong> servicios." El primero en llegar a su lado fue Gamboa. Miró asombrado al ca<strong>de</strong>te y se inclinó para observarlo, pero el capitán gritó: -Rápido, a la enfermería. A toda carrera. Los suboficiales Morte y Pezoa cargaron al muchacho y se lanzaron por el campo, velozmente, seguidos por el capitán, el teniente y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todas direcciones, miraban con espanto el rostro que se balanceaba por efecto <strong>de</strong> la carrera: un rostro pálido, <strong>de</strong>macrado, que todos conocían. -Rápido -<strong>de</strong>cía el capitán- Más rápido. De pronto, Gamboa arrebató el ca<strong>de</strong>te a <strong>los</strong> suboficiales, lo echó sobre sus hombros y aceleró la carrera; en pocos segundos sacó una distancia <strong>de</strong> varios metros. -Ca<strong>de</strong>tes -gritó el capitán- Paren el primer coche que pase. 74
<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong> Los ca<strong>de</strong>tes se apartaron <strong>de</strong> <strong>los</strong> suboficiales y cortaron camino, transversalmente. El capitán quedó retrasado, junto a Morte y Pezoa. -¿Es <strong>de</strong> la primera compañía? -preguntó. -Sí, mi capitán - dijo Pezoa-. De la primera sección. -¿Cómo se llama? -Ricardo Arana, mi capitán. -Vaciló un instante y añadió: -Le dicen el Esclavo. 75