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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

mete el candado en las armellas y aprieta con toda la mano, para apagar el ruido. Después, se <strong>de</strong>sliza<br />

hacia la puerta. Cuando llega el Esclavo, lo vuelve a tocar, esta vez en el hombro. Salen.<br />

¿Tiene marca?<br />

El Esclavo examina el sacón minuciosamente, con su linterna.<br />

- No.<br />

- Anda al baño y mira si tiene manchas. Y <strong>los</strong> botones, cuidado vayan a ser <strong>de</strong> otro color.<br />

- Ya es casi la una - dice el Esclavo.<br />

Alberto asiente. Al llegar a la puerta <strong>de</strong> la primera sección, se vuelve hacia su compañero:<br />

¿Y <strong>los</strong> cordones?<br />

- Sólo conseguí uno - dice el Esclavo. Duda un momento: - Perdón.<br />

Alberto lo mira fijamente, pero no lo insulta ni se ríe. Se limita a encogerse <strong>de</strong> hombros.<br />

- Gracias - dice el Esclavo. Ha puesto otra vez su mano en el brazo <strong>de</strong> Alberto y lo mira a <strong>los</strong> ojos con su<br />

cara tímida y rastrera iluminada por una sonrisa.<br />

- Lo hago para divertirme - dice Alberto. Y aña<strong>de</strong>, rápido: -¿Tienes las preguntas <strong>de</strong>l examen? No sé ni<br />

jota <strong>de</strong> Química.<br />

- No - dice el Esclavo- Pero el Círculo lo <strong>de</strong>be tener. Hace un rato salió Cava y fue hacia las aulas. Deben<br />

estar resolviendo las preguntas.<br />

- No tengo plata. El Jaguar es un ladrón.<br />

-¿Quieres que te preste? - dice el Esclavo.<br />

-¿Tienes plata?<br />

- Un poco.<br />

-¿Pue<strong>de</strong>s prestarme veinte soles?<br />

- Veinte soles, sí.<br />

Alberto le da una palmada en el hombro. Dice:<br />

- Formidable, formidable. Estaba sin un centavo. Si quieres, te puedo pagar con novelitas.<br />

- No - dice el Esclavo. Ha bajado <strong>los</strong> ojos- Más bien en cartas.<br />

-¿Cartas? ¿Tienes enamorada? ¿Tú?<br />

- Todavía no tengo - dice el Esclavo -. Pero quizás tenga.<br />

- Bueno, hombre. Te escribiré veinte. Eso sí, tienes que enseñarme las <strong>de</strong> ella. Para ver el estilo.<br />

<strong>La</strong>s cuadras parecen haber cobrado vida. De diversos sectores <strong>de</strong>l año llega hasta el<strong>los</strong> ruido <strong>de</strong> pasos,<br />

<strong>de</strong> roperos, incluso algunas lisuras.<br />

- Ya están cambiando el turno - dice Alberto -. Vamos.<br />

Entran a la cuadra. Alberto va a la litera <strong>de</strong> Vallano, se inclina y saca el cordón <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines.<br />

Luego sacu<strong>de</strong> al negro con las dos manos.<br />

- Tu madre, tu madre - exclama Vallano, frenéticamente.<br />

- Es la una - dice Alberto- Tu turno.<br />

- Si me has <strong>de</strong>spertado antes te machuco.<br />

Al otro lado <strong>de</strong> la cuadra, Boa vocifera contra el Esclavo que acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarlo.<br />

- Ahí tienes el fusil y la linterna - dice Alberto- Sigue durmiendo si quieres. Pero te aviso que la ronda<br />

está en la segunda sección.<br />

-¿De veras? - dice Vallano, sentándose.<br />

Alberto va hasta su litera y se <strong>de</strong>snuda.<br />

- Aquí todos son muy graciosos - dice Vallano -. Muy graciosos.<br />

-¿Qué te pasa? - pregunta Alberto.<br />

- Me han robado un cordón.<br />

- Silencio - grita alguien- Imaginaria, que se callen esos maricones.<br />

Alberto siente que Vallano camina <strong>de</strong> puntillas. Después, oye un ruido revelador.<br />

- Se están robando un cordón - grita.<br />

- Un día <strong>de</strong> estos te voy a romper la cara, poeta - dice Vallano, bostezando.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, hiere la noche el silbato <strong>de</strong>l oficial <strong>de</strong> guardia. Alberto no lo oye: duerme.<br />

<strong>La</strong> calle Diego Ferré tiene menos <strong>de</strong> trescientos metros <strong>de</strong> largo y cualquier caminante <strong>de</strong>sprevenido la<br />

tomaría por un callejón sin salida. En efecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco, don<strong>de</strong> comienza, se<br />

ve dos cuadras más allá, cerrando el otro extremo, la fachada <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> dos pisos, con un pequeño<br />

jardín protegido por una baranda ver<strong>de</strong>. Pero esa casa que <strong>de</strong> lejos parece tapiar Diego Ferré pertenece<br />

a la estrecha calle Porta, que cruza a aquélla, la <strong>de</strong>tiene y la mata. Entre Porta y la avenida <strong>La</strong>rco,<br />

fragmentan a Diego Ferré otras dos calles paralelas: Colón y Ocharán. Luego <strong>de</strong> atravesar Diego Ferré<br />

terminan súbitamente, doscientos metros al oeste, en el Malecón <strong>de</strong> la Reserva, una serpentina que<br />

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