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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

A medida que se acercaban a la avenida, las casas eran más gran<strong>de</strong>s y ya no se veían callejones.<br />

Cruzaban grupos <strong>de</strong> transeúntes. Unos muchachos en mangas <strong>de</strong> camisa gritaron algo a Teresa. Alberto<br />

hizo un movimiento para regresar, pero ella lo contuvo.<br />

-No les hagas caso -dijo- Siempre dicen tonterías.<br />

-No se pue<strong>de</strong> molestar a una chica que está acompañada -dijo Alberto- Es una insolencia.<br />

-Uste<strong>de</strong>s, <strong>los</strong> <strong>de</strong>l Leoncio Prado, son muy peleadores.<br />

Él enrojeció <strong>de</strong> placer. Vallano tenía razón: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes impresionaban a las hembritas, no a las <strong>de</strong><br />

Miraflores, pero sí a las <strong>de</strong> Lince. Comenzó a hablar <strong>de</strong>l colegio, <strong>de</strong> las rivalida<strong>de</strong>s entre <strong>los</strong> años, <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

ejercicios en campaña, <strong>de</strong> la vicuña y la perra Malpapeada. Teresa lo escuchaba con atención y festejaba<br />

sus anécdotas. Ella le contó luego que trabajaba en una oficina <strong>de</strong>l centro y que antes había estudiado<br />

taquigrafía y mecanografía en una aca<strong>de</strong>mia. Subieron al Expreso en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Colegio Raimondi y<br />

bajaron en la plaza <strong>de</strong> San Martín. Pluto y Tico estaban bajo <strong>los</strong> portales. Los miraron <strong>de</strong> arriba abajo.<br />

Tico sonrió a Alberto y le guiñó el ojo.<br />

-¿No iban al cine?<br />

-Nos <strong>de</strong>jaron plantados -dijo Pluto.<br />

Se <strong>de</strong>spidieron. Alberto <strong>los</strong> oyó cuchichear a su espalda. Le pareció que sobre él caían <strong>de</strong> pronto, como<br />

una lluvia, las miradas malignas <strong>de</strong> todo el barrio.<br />

-¿Qué quieres ver? -preguntó.<br />

-No sé -dijo ella- Cualquier cosa.<br />

Alberto compró un diario y leyó con voz afectada <strong>los</strong> anuncios cinematográficos. Teresa se reía y la<br />

gente que pasaba por <strong>los</strong> portales se volvía a, mirar<strong>los</strong>. Decidieron ir al cine<br />

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Metro. Alberto compró dos plateas. "Si Arana supiera para lo que ha servido la plata que me prestó,<br />

pensaba. Ya no podré ir don<strong>de</strong> la Pies Dorados." Sonrió a Teresa y ella también le sonrió. Todavía era<br />

temprano y el cine estaba casi vacío. Alberto se mostraba locuaz, ponía en práctica con esa muchacha<br />

que no lo intimidaba, las frases ingeniosas, <strong>los</strong> <strong>de</strong>splantes y las bromas que había escuchado tantas<br />

veces en el barrio.<br />

-El cine Metro es bonito -dijo ella-. Muy elegante.<br />

-¿No habías venido nunca?<br />

-No. Conozco pocos cines <strong>de</strong>l centro. Salgo tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l trabajo, a las seis y media.<br />

-¿No te gusta el cine?<br />

-Sí, mucho. Voy todos <strong>los</strong> domingos. Pero a algún cine cerca <strong>de</strong> mi casa.<br />

<strong>La</strong> película, en colores, tenía muchos números <strong>de</strong> baile. El bailarín era también un cómico; confundía <strong>los</strong><br />

nombres <strong>de</strong> las personas, se tropezaba, hacía muecas, torcía <strong>los</strong> Ojos. "Marica a la legua", pensaba<br />

Alberto y volvía la cabeza: el rostro <strong>de</strong> Teresa estaba absorbido por la pantalla; su boca entreabierta y<br />

sus ojos obstinados revelaban ansiedad. Más tar<strong>de</strong>, cuando salieron, ella habló <strong>de</strong> la película como si<br />

Alberto no la hubiera visto. Animada, <strong>de</strong>scribía <strong>los</strong> vestidos <strong>de</strong> las artistas, las joyas, y al recordar las<br />

situaciones cómicas reía limpiamente.<br />

-Tienes buena memoria -dijo él- ¿Cómo pue<strong>de</strong>s acordarte <strong>de</strong> todos esos <strong>de</strong>talles?<br />

-Ya te dije que me gustaba mucho el cine. Cuando veo una película, me olvido <strong>de</strong> todo, me parece estar<br />

en otro mundo.<br />

-Sí -dijo él-. Te vi y parecías hipnotizada.<br />

Subieron al Expreso, se sentaron juntos. <strong>La</strong> plaza San Martín estaba llena <strong>de</strong> gente que salía <strong>de</strong> <strong>los</strong> cines<br />

<strong>de</strong> estreno y caminaba bajo <strong>los</strong> faroles. Una maraña <strong>de</strong> automóviles envolvía el cuadrilátero central.<br />

Poco antes <strong>de</strong> llegar al para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Colegio Raimondi, Alberto tocó el timbre.<br />

-No es necesario que me acompañes -dijo ella- Puedo ir sola. Ya te he quitado bastante tiempo.<br />

Él protestó e insistió en acompañarla. <strong>La</strong> calle que avanzaba hacia el corazón <strong>de</strong> Lince estaba en la<br />

penumbra. Pasaban algunas parejas; otras, <strong>de</strong>tenidas en la oscuridad, <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> susurrar o <strong>de</strong> besarse<br />

al ver<strong>los</strong>.<br />

-¿De veras no tenías nada que hacer? -dijo Teresa.<br />

-Nada, te juro.<br />

-No te creo.<br />

-Es cierto, ¿por qué no me crees?<br />

Ella vacilaba. Al fin, se <strong>de</strong>cidió:<br />

-¿No tienes enamorada?<br />

-No -dijo él- No tengo.<br />

-Seguro me estás mintiendo. Pero habrás tenido muchas.<br />

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