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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Cuando la última sección <strong>de</strong>l quinto año hubo entrado al comedor, Gamboa se dirigió a la cantina <strong>de</strong><br />

oficiales. No había nadie. Poco <strong>de</strong>spués comenzaron a llegar <strong>los</strong> tenientes y capitanes. Los jefes <strong>de</strong><br />

compañía <strong>de</strong> quinto -Huarina, Pitaluga y Calzada- se sentaron junto a Gamboa.<br />

-Rápido, indio - dijo Pitaluga- El <strong>de</strong>sayuno <strong>de</strong>be estar servido apenas entra el oficial al comedor.<br />

El soldado que servía murmuró una disculpa, que Gamboa no oyó: el motor <strong>de</strong> un avión vulneraba el<br />

amanecer y <strong>los</strong> Ojos <strong>de</strong>l teniente exploraban el cielo uniforme, la atmósfera mojada. Sus ojos bajaron<br />

hacia el <strong>de</strong>scampado. Perfectamente alineados en grupos <strong>de</strong> a cuatro, sosteniéndose mutuamente por el<br />

cañón, <strong>los</strong> mil quinientos fusiles <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes aguardaban en la neblina; la vicuña circulaba entre las<br />

pirámi<strong>de</strong>s paralelas y las olía.<br />

-¿Ya falló el Consejo <strong>de</strong> Oficiales? -preguntó Calzada. Era el más gordo <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuatro. Mordisqueaba un<br />

pedazo <strong>de</strong> pan y hablaba con la boca llena.<br />

-Ayer - dijo Huarina- Terminamos tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las diez. El coronel estaba furioso.<br />

-Siempre está furioso - dijo Pitaluga- Por lo que se <strong>de</strong>scubre, por lo que no se <strong>de</strong>scubre. -Le dio un<br />

codazo a Huarina-. Pero no pue<strong>de</strong>s quejarte. Esta vez has tenido suerte. Es algo que vale la pena tener<br />

señalado en la hoja <strong>de</strong> servicios.<br />

-Sí - dijo Huarina- No fue fácil.<br />

-¿Cuándo le arrancan las insignias? - dijo Calzada- Es una cosa divertida.<br />

-El lunes a las once.<br />

-Son unos <strong>de</strong>lincuentes natos - dijo Pitaluga- No escarmientan con nada. ¿Se dan cuenta? Un robo con<br />

fractura, ni más ni menos. Des<strong>de</strong> que estoy aquí, ya han expulsado a una media docena.<br />

-No vienen al colegio por su voluntad - dijo Gamboa - Eso es lo malo.<br />

-Sí - dijo Calzada- Se sienten civiles.<br />

-Nos confun<strong>de</strong>n con <strong>los</strong> curas, a veces -afirmó Huarina- Un ca<strong>de</strong>te quería confesarse conmigo, quería<br />

que le diera consejos. ¡Parece mentira!<br />

-A la mitad <strong>los</strong> mandan sus padres para que no sean unos bandoleros - dijo Gamboa- Y a la otra mitad,<br />

para que no sean maricas.<br />

-Se creen que el colegio es una correccional - dijo Pitaluga, dando un golpe en la mesa- En el Perú todo<br />

se hace a medias y por eso todo se malea. Los soldados que llegan al cuartel son sucios, piojosos,<br />

ladrones. Pero a punta <strong>de</strong> pa<strong>los</strong> se civilizan. Un año <strong>de</strong> cuartel y <strong>de</strong>l indio sólo les quedan las cerdas.<br />

Pero aquí ocurre lo contrario, se malogran a medida que crecen. Los <strong>de</strong> quinto son peores que <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong>.<br />

-<strong>La</strong> letra con sangre entra - dijo Calzada- Es una lástima que a estos niños no se <strong>los</strong> pueda tocar. Si les<br />

levantas la mano se quejan y se arma un escándalo.<br />

-Ahí está el Piraña -murmuró Huarina.<br />

Los cuatro tenientes se pusieron <strong>de</strong> pie. El capitán Garrido <strong>los</strong> saludó con una inclinación <strong>de</strong> cabeza. Era<br />

un hombre alto, <strong>de</strong> piel pálida, algo verdosa en <strong>los</strong> pómu<strong>los</strong>. Le <strong>de</strong>cían Piraña porque, como esas bestias<br />

carnívoras <strong>de</strong> <strong>los</strong> ríos amazónicos, su doble hilera <strong>de</strong> dientes enormes y blanquísimos <strong>de</strong>sbordaba <strong>los</strong><br />

labios, y sus mandíbulas siempre estaban latiendo. Les alcanzó un papel a cada uno.<br />

-<strong>La</strong>s instrucciones para la campaña -les dijo- El quinto irá <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> sombríos, a ese terreno<br />

<strong>de</strong>scubierto, en torno al cerro. Hay que apurarse. Tenemos más <strong>de</strong> tres cuartos <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> marcha.<br />

-¿Los hacemos formar o lo esperamos a usted, mi capitán? -preguntó Gamboa.<br />

-Vayan, no más -repuso el capitán- Les daré alcance.<br />

Los cuatro tenientes salieron <strong>de</strong>l comedor, juntos, y al llegar al-<strong>de</strong>scampado se distanciaron, en una<br />

misma línea. Tocaron sus silbatos. El bullicio que procedía <strong>de</strong>l comedor ascendió y, un momento<br />

<strong>de</strong>spués, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes comenzaron a salir a toda carrera. Llegaban a su emplazamiento, recogían sus<br />

fusiles, marchaban hacia la pista y se or<strong>de</strong>naban por secciones.<br />

Poco, <strong>de</strong>spués, el batallón cruzaba la puerta principal <strong>de</strong>l colegio, ante <strong>los</strong> centinelas en posición <strong>de</strong><br />

firmes, e invadía la Costanera. El asfalto estaba limpio y resplan<strong>de</strong>cía. Los ca<strong>de</strong>tes, <strong>de</strong> tres en fondo,<br />

anchaban la formación <strong>de</strong> tal manera que las filas laterales iban por <strong>los</strong> dos extremos <strong>de</strong> la avenida y la<br />

<strong>de</strong>l centro por el medio.<br />

El batallón avanzó hasta la avenida <strong>de</strong> las Palmeras y Gamboa dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> doblar, hacia Bellavista. A<br />

medida que <strong>de</strong>scendían por esa pendiente, bajo <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s hojas encorvadas, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

podían ver, al otro extremo, una imprecisa aglomeración: <strong>los</strong> edificios <strong>de</strong>l Arsenal Naval y <strong>de</strong>l puerto <strong>de</strong>l<br />

Callao. A sus costados, las viejas casas <strong>de</strong> la Perla, altas, con las pare<strong>de</strong>s cubiertas <strong>de</strong> enreda<strong>de</strong>ras, y<br />

verjas herrumbrosas que protegían jardines <strong>de</strong> todas dimensiones. Cuando el batallón estuvo cerca <strong>de</strong> la<br />

avenida Progreso, la mañana comenzó a animarse: surgían mujeres <strong>de</strong>scalzas con canastas y bolsas <strong>de</strong><br />

verduras, que se <strong>de</strong>tenían a contemplar a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes harapientos; una nube <strong>de</strong> <strong>perros</strong> asediaba el<br />

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