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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

muchacho estaba boquiabierto. Fue un tonto, si aprovecha me hubiera revolcado a su gusto, pero como<br />

me sacó sangre la pedrada, se quedó quieto, mirando a ver qué me pasaba, y yo me le fui encima,<br />

saltando sobre Teresa. Cuerpo a cuerpo iba perdido, lo vi apenas caímos al suelo, parecía <strong>de</strong> trapo y no<br />

me encajaba un puñete. Ni siquiera nos revolcamos, ahí mismo estuve montado sobre él, dándole en la<br />

cara que se tapaba con las dos manos. Yo había cogido piedrecitas y con ellas le frotaba la cabeza y la<br />

frente y, cuando levantaba las manos, se las metía a la boca y a <strong>los</strong> ojos. No nos separaron hasta que<br />

vino el cachaco. Me cogió <strong>de</strong> la camisa y me jaló y yo sentí que algo se rasgaba. Me dio una cachetada y<br />

entonces le aventé una piedra al pecho. Dijo: "carajo, te <strong>de</strong>strozo", me levantó como a una pluma y me<br />

dio media docena <strong>de</strong> sopapos. Después me dijo: "mira lo que has hecho, <strong>de</strong>sgraciado". El chico estaba<br />

tirado en el suelo y se quejaba. Unas mujeres y unos tipos lo estaban consolando. Todos, muy furiosos,<br />

le <strong>de</strong>cían al cachaco: "le ha roto la cabeza, es un salvaje, a la Correccional. A mí no me importaba nada<br />

lo que <strong>de</strong>cían, las mujeres, pero en eso vi a Teresa. Tenía la cara roja y me miraba con odio. "Qué malo<br />

y qué bruto eres", me dijo. Y yo le dije: "tú tienes la culpa por ser tan puta". El cachaco me dio un<br />

puñete en la boca y gritó:”no digas lisuras a la niña, maleante". Ella me miraba muy asustada y yo me di<br />

vuelta y el cachaco me dijo: "quieto, ¿dón<strong>de</strong> vas?". Y yo comencé a patearlo y a darle manazos a la loca<br />

hasta que a jalones me sacó <strong>de</strong> la playa. En la comisaría, un teniente le or<strong>de</strong>nó al cachaco: "fájemelo<br />

bien y lárguelo. Pronto lo tendremos <strong>de</strong> nuevo por algo gran<strong>de</strong>. Tiene toda la cara para ir al Sepa”. El<br />

cachaco me llevó a un patio, se sacó la correa y comenzó a darme latigazos. Yo corría y <strong>los</strong> otros<br />

cachacos se morían <strong>de</strong> risa viendo cómo sudaba la gota gorda y no podía alcanzarme. Después tiró la<br />

correa y me arrinconó. Se acercaron otros guardias y le dijeron: "suéltalo. No pue<strong>de</strong>s irte <strong>de</strong> puñetazos<br />

con una criatura". Salí <strong>de</strong> ahí y ya no volví a mi casa. Me fui a vivir con el flaco Higueras.<br />

-No entiendo una palabra -dijo el mayor-. Ni una. Era un hombre obeso y colorado, con un bigotillo<br />

rojizo que no llegaba a las comisuras <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios. Había leído el parte cuidadosamente, <strong>de</strong> principio a<br />

fin, pestañeando sin cesar. Antes <strong>de</strong> levantar la vista hacia el capitán Garrido, que estaba <strong>de</strong> pie, frente<br />

al escritorio, <strong>de</strong> espaldas a la ventana que <strong>de</strong>scubría el mar gris y <strong>los</strong> llanos pardos <strong>de</strong> la Perla, volvió a<br />

leer algunos párrafos <strong>de</strong> las diez hojas a máquina.<br />

-No entiendo -repitió- Explíqueme usted, capitán. Alguien se ha vuelto loco aquí y creo que no soy yo.<br />

¿Qué le ocurre al teniente Gamboa?<br />

-No sé, mi mayor. Estoy tan sorprendido como usted. He hablado con él varias veces sobre este asunto.<br />

He tratado <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle que un parte como éste era <strong>de</strong>scabellado...<br />

-¿Descabellado? -dijo el mayor- Usted no <strong>de</strong>bió permitir que se metiera a esos muchachos al calabozo ni<br />

que el parte fuera redactado en semejantes términos. Hay que poner fin a este lío <strong>de</strong> inmediato. Sin<br />

per<strong>de</strong>r un minuto.<br />

-Nadie se ha enterado <strong>de</strong> nada, mi mayor. Los dos ca<strong>de</strong>tes están aislados.<br />

-Llame a Gamboa -dijo el mayor-. Que venga en el acto.<br />

El capitán salió, precipitadamente. El mayor volvió a coger el parte. Mientras lo releía, trataba <strong>de</strong><br />

mor<strong>de</strong>rse <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> rojizos <strong>de</strong>l bigote, pero sus dientes eran muy pequeñitos y sólo alcanzaban a arañar<br />

<strong>los</strong> labios e irritar<strong>los</strong>. Uno <strong>de</strong> sus pies taconeaba, nervioso. Minutos <strong>de</strong>spués el capitán volvió seguido <strong>de</strong>l<br />

teniente.<br />

-Buenos días -dijo el mayor, con una voz que la irritación llenaba <strong>de</strong> altibajos-. Estoy muy sorprendido,<br />

Gamboa. Vamos a ver, usted es un oficial <strong>de</strong>stacado, sus superiores lo estiman. ¿Cómo se le ha ocurrido<br />

pasar este parte? Ha perdido el juicio, hombre, esto es una bomba. Una verda<strong>de</strong>ra bomba.<br />

-Es verdad, mi mayor -dijo Gamboa. El capitán lo miraba, masticando furiosamente- Pero el asunto<br />

escapa ya a mis atribuciones. He averiguado todo lo que he podido. Sólo el Consejo <strong>de</strong> Oficiales...<br />

-¿Qué? -lo interrumpió el mayor- ¿Cree que el Consejo va a reunirse para examinar esto? No diga<br />

tonterías, hombre. El Leoncio Prado es un colegio, no vamos a permitir un escándalo así. En realidad,<br />

algo anda mal en su cabeza, Gamboa. ¿Piensa <strong>de</strong> veras que voy a <strong>de</strong>jar que este parte llegue al<br />

Ministerio?<br />

-Es lo que yo he dicho al teniente, mi mayor -insinuó el capitán”. Pero él se ha empeñado.<br />

-Veamos -dijo el mayor- No hay que per<strong>de</strong>r <strong>los</strong> controles, la serenidad es capital en todo momento.<br />

Veamos. ¿Quién es el muchacho que hizo la <strong>de</strong>nuncia?<br />

-Fernán<strong>de</strong>z, mi mayor. Un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> la primera sección.<br />

-¿Por qué metió al otro al calabozo sin esperar ór<strong>de</strong>nes?<br />

-Tenía que comenzar la investigación, mi mayor. Para interrogarlo, era imprescindible que lo separara <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. De otro modo, la noticia se habría difundido por todo el año. Por pru<strong>de</strong>ncia no he querido<br />

hacer un careo entre <strong>los</strong> dos.<br />

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