Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
El hombre asintió. Parecía abrumado. Una barba rala sombreaba sus mejillas y su mentón; el cuello <strong>de</strong> la<br />
camisa aparecía con arrugas y manchas y la corbata, algo caída, mostraba un nudo ridículamente<br />
pequeño.<br />
-Sólo he podido verlo un segundo - dijo el hombre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. No <strong>de</strong>bían hacer eso.<br />
-¿Cómo está? -preguntó Alberto- ¿Qué le ha dicho el médico?<br />
El hombre se llevó las manos a la frente y luego se limpió la boca con <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>.<br />
-No sé -dijo- Lo han operado dos veces. Su madre está medio loca. No me explico cómo ha podido<br />
ocurrir una cosa así, justamente cuando estaba por terminar el año. Es mejor no pensar en” eso, son<br />
reflexiones tontas. Sólo hay que rezar. Dios tiene que sacarlo sano y salvo <strong>de</strong> esta prueba. Su madre<br />
está en la capilla. El doctor ha dicho que tal vez podamos verlo esta noche.<br />
-Se salvará - dijo Alberto- Los médicos <strong>de</strong>l colegio son <strong>los</strong> mejores, señor.<br />
-Sí, sí - dijo el hombre- El señor capitán nos ha dado muchas esperanzas. Es un hombre muy amable.<br />
Capitán Garrido, creo. Nos trajo un saludo <strong>de</strong>l coronel, ¿sabe?<br />
El hombre volvió a pasarse la mano por la cara. Buscó en su bolsillo extrajo un paquete <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong>.<br />
Ofreció uno a Alberto y este lo rechazó. El hombre volvió a meter la mano en el bolsillo. No encontraba<br />
<strong>los</strong> fósforos.<br />
-Espere un momento - dijo Alberto- Voy a conseguirle fuego.<br />
-Voy con usted - dijo el hombre- Es por gusto que siga aquí, sentado en el pasillo, sin tener con quien<br />
hablar. He pasado dos días así. Estoy con <strong>los</strong> nervios <strong>de</strong>strozados. Quiera Dios que no ocurra nada<br />
irremediable.<br />
Salieron <strong>de</strong> la enfermería. En la pequeña oficina <strong>de</strong> la entrada estaba el soldado <strong>de</strong> guardia. Miró a<br />
Alberto con sorpresa y a<strong>de</strong>lantó un poco la cabeza, pero no dijo nada. Había oscurecido. Alberto tomó el<br />
<strong>de</strong>scampado, en dirección a "<strong>La</strong> Perlita". A lo lejos se distinguían las luces <strong>de</strong> las cuadras. El edificio <strong>de</strong><br />
las aulas estaba a oscuras. No se oía ruido alguno.<br />
-¿Usted estaba con él cuando ocurrió? Preguntó el hombre.<br />
-Sí - dijo Alberto-. Pero no cerca <strong>de</strong> él. Yo iba al otro extremo. Fue el capitán quien lo vio, cuando<br />
nosotros ya estábamos en el cerro.<br />
-Esto es injusto - dijo el hombre- Un castigo injusto. Somos gente honrada. Vamos a la iglesia todos <strong>los</strong><br />
domingos, no hemos hecho mal a nadie. Su madre siempre hace obras <strong>de</strong> caridad. ¿Por qué nos envía<br />
Dios esta <strong>de</strong>sgracia?<br />
-Todos <strong>los</strong> <strong>de</strong> la sección estamos muy preocupados - dijo Alberto. Hubo un silencio y, al fin, agregó-: Lo<br />
estimamos mucho. Es un gran compañero.<br />
-Sí - dijo el hombre- No es un mal muchacho. Es mi obra, ¿sabe usted? He tenido que ser algo duro con<br />
él a veces. Pero era por su bien. Me ha costado mucho trabajo hacerlo un hombre. Es mi único hijo, todo<br />
lo que hago es por su bien. Por su futuro. Hábleme <strong>de</strong> él, ¿quiere? De su vida en el Colegio. Ricardo es<br />
muy reservado. No nos <strong>de</strong>cía nada. Pero a veces parecía que no estaba contento.<br />
-<strong>La</strong> vida militar es un poco fuerte - dijo Alberto- Cuesta acostumbrarse. Nadie está muy contento al<br />
principio.<br />
-Pero le hizo bien - dijo el hombre, con pasión-. Lo transformó, lo hizo otro. Nadie pue<strong>de</strong> negar eso,<br />
nadie. Usted no sabe cómo era <strong>de</strong> chico. Aquí lo templaron, lo hicieron responsable. Eso es lo que yo<br />
quería, que fuera más varonil, que tuviera más personalidad. A<strong>de</strong>más, si él hubiera querido salirse pudo<br />
<strong>de</strong>círmelo. Yo le dije que entrara y él aceptó. No es mi culpa. Yo he hecho todo pensando en su futuro.<br />
-Cálmese, señor - dijo Alberto- No se preocupe. Estoy seguro que ya pasó lo peor.<br />
-Su madre me echa la culpa - dijo el hombre, como si no lo oyera- <strong>La</strong>s mujeres son así, injustas, no<br />
compren<strong>de</strong>n las cosas. Pero yo tengo mi conciencia tranquila. Lo metí aquí para hacer <strong>de</strong> él un ser<br />
fuerte, un hombre <strong>de</strong> provecho. Yo no soy un adivino. ¿Usted cree que se me pue<strong>de</strong> culpar, así porque<br />
sí?<br />
-No sé - dijo Alberto, confuso- Quiero <strong>de</strong>cir, claro que no. Lo principal es que Arana se cure.<br />
-Estoy muy nervioso - dijo el hombre- No me haga caso. A ratos pierdo el control.<br />
Habían llegado a "<strong>La</strong> Perlita". Paulino estaba en el mostrador, la cara apoyada entre las manos. Miró a<br />
Alberto como si lo viera por primera vez.<br />
-Una caja <strong>de</strong> fósforos - dijo éste.<br />
Paulino miró con <strong>de</strong>sconfianza al padre <strong>de</strong> Arana.<br />
-No hay - dijo.<br />
-No es para mí, sino para el señor.<br />
Sin <strong>de</strong>cir nada, Paulino sacó una caja <strong>de</strong> fósforos <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo M mostrador. El hombre quemó tres cerillas<br />
tratando <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r su cigarrillo. En la luz instantánea, Alberto vio que las manos <strong>de</strong>l hombre<br />
temblaban.<br />
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