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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Quítese <strong>los</strong> galones -dijo el Jaguar-. Usted pue<strong>de</strong> ser más fuerte, pero no le tengo miedo.<br />

-¿Por qué mataste a Arana? -dijo Gamboa- Deja <strong>de</strong> hacerte el loco y contesta.<br />

-Yo no he matado a nadie. ¿Por qué dice usted eso? ¿Cree que soy un asesino? ¿Por qué iba a matar al<br />

Esclavo? -Alguien te ha <strong>de</strong>nunciado -dijo Gamboa-. Estás fregado.<br />

-¿Quién? -Se había puesto <strong>de</strong> pie, <strong>de</strong> un salto; sus ojos relucían como dos can<strong>de</strong>las.<br />

-¿Ves? -dijo Gamboa- Te estás <strong>de</strong>latando.<br />

-¿Quién ha dicho eso? -repitió el Jaguar- A ése sí voy a matarlo.<br />

-Por la espalda -dijo Gamboa- Estaba <strong>de</strong>lante tuyo, a veinte metros. Lo mataste a traición. ¿Sabes cómo<br />

se castiga eso?<br />

-Yo no he matado a nadie. Juro que no, mi teniente.<br />

-Lo veremos -dijo Gamboa- Es mejor que confieses todo.<br />

-No tengo nada que confesar -gritó el Jaguar- Lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes, lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> robos, es cierto. Pero yo no<br />

soy el único. Todos hacen lo mismo. Sólo que <strong>los</strong> rosquetes pagan para que otros roben por el<strong>los</strong>. Pero<br />

no he matado a nadie. Quiero saber quién le ha dicho eso.<br />

-Ya lo sabrás -dijo Gamboa- Te lo dirá en tu cara.<br />

Al día siguiente llegué a la casa a las nueve <strong>de</strong> la mañana. Mi madre estaba sentada en la puerta. Me vio<br />

venir sin moverse. Yo le dije: "me quedé don<strong>de</strong> mi amigo <strong>de</strong> Chucuito". No me contestó. Me miraba<br />

raro, con un poco <strong>de</strong> miedo, como si yo fuera a hacerle algo. Sus ojos me espulgaban todo el cuerpo y<br />

me daban malestar. Me dolía la cabeza y mi garganta estaba seca, pero no me atrevía a echarme a<br />

dormir <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella. No sabía que hacer, abría <strong>los</strong> cua<strong>de</strong>rnos y <strong>los</strong> libros <strong>de</strong>l colegio, por gusto, ya no<br />

servían para nada, metía la mano en el cajón <strong>de</strong> <strong>los</strong> cachivaches y ella todo el tiempo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí,<br />

observándome. Me volví y le dije: "¿qué te pasa, por qué me miras tanto?". Y entonces me dijo: "estás<br />

perdido. Ojalá te murieras". Y se salió a la puerta <strong>de</strong> calle. Estuvo sentada mucho rato en la grada, <strong>los</strong><br />

codos en las rodillas, la cabeza entre las manos. Yo la espiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi cuarto y veía su camisa llena <strong>de</strong><br />

agujeros y remiendos, su cuello que hervía <strong>de</strong> arrugas, su cabeza greñuda. Me acerqué <strong>de</strong>spacito y le<br />

dije: "si estás molesta conmigo, perdóname". Me miró <strong>de</strong> nuevo: su cara también estaba llena <strong>de</strong><br />

arrugas, <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> agujeros <strong>de</strong> su nariz salían unos pe<strong>los</strong> blancos, por su boca abierta se veía que le<br />

faltaban - muchos dientes. "Mejor pí<strong>de</strong>le perdón a Dios, me dijo. Aunque no sé si vale la pena. Ya estás<br />

con<strong>de</strong>nado." "¿Quieres que te prometa algo?", le pregunté. Y ella me contestó: "¿para qué? Tienes la<br />

perdición en la cara. Mejor acuéstate a dormir la borrachera".<br />

No me acosté, se me había ido el sueño. Al poco rato salí y fui hasta la playa <strong>de</strong> Chucuito. Des<strong>de</strong> el<br />

muelle vi a <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l día anterior, fumando tirados sobre las piedras. Habían hecho dos<br />

montones con su ropa para apoyar la cabeza. Había muchos chicos en la playa; algunos, parados en la<br />

orilla, tiraban al agua piedras chatas que rebotaban como patil<strong>los</strong>. Un rato <strong>de</strong>spués llegaron Teresa y sus<br />

amigas. Se acercaron a <strong>los</strong> muchachos y les dieron la mano. Se <strong>de</strong>svistieron, se sentaron en rueda y él,<br />

como si yo no le hubiera hecho nada, estuvo todo el tiempo junto a Tere. Al fin, se metieron al agua.<br />

Teresa gritaba: "me hielo, me muero <strong>de</strong> frío" y el muchacho cogió agua con las dos manos y comenzó a<br />

mojarla. Ella chillaba más fuerte pero no se enojaba. Después entraron más allá <strong>de</strong> las olas. Teresa<br />

nadaba mejor que él, muy suave, como un pececito, él hacía mucha alharaca y se hundía. Salieron y se<br />

sentaron en las piedras. Teresa se echó, él le hizo una almohada con su ropa y se puso a su lado y<br />

medio torcido, así podía mirarla enterita. Yo sólo veía <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> Tere, levantados contra el sol. A él<br />

en cambio le veía la espalda flaca, las costillas salidas y las piernas chuecas. A eso <strong>de</strong> las doce volvieron<br />

al agua. El muchacho se hacía el marica y ella le echaba agua y él gritaba. Después nadaron. A<strong>de</strong>ntro,<br />

hicieron tabla y jugaron a, ahogarse: él se hundía y Teresa movía las manos y gritaba socorro, pero se<br />

notaba que era en broma. Él aparecía <strong>de</strong> repente como un corcho, <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> tapándole la cara, y lanzaba<br />

el alarido <strong>de</strong> Tarzán. Yo podía oír sus risas, que eran muy fuertes. Cuando salieron, <strong>los</strong> estaba esperando<br />

junto a <strong>los</strong> montones <strong>de</strong> ropa. No sé dón<strong>de</strong> se habían ido las amigas <strong>de</strong> Teresa y el otro muchacho, ni<br />

me fijé en el<strong>los</strong>. Era como si toda la gente hubiera <strong>de</strong>saparecido. Se acercaron y Tere me vio primero; él<br />

venía <strong>de</strong>trás, dando saltos, se hacía el loco.<br />

Ella no cambió <strong>de</strong> cara, no se puso ni más contenta ni más triste <strong>de</strong> lo que estaba. No me dio la mano,<br />

sólo dijo:”hola. ¿Tú también estabas en la playa?". En eso el muchacho me miró y me reconoció porque<br />

se plantó en seco, retrocedió, se agachó, cogió una piedra y me apuntó. "¿Lo conoces?, le preguntó<br />

Teresa, riendo. Es mi vecino." "Se las da <strong>de</strong> matón, dijo el muchacho. Le voy a partir el alma para que<br />

no se las dé más <strong>de</strong> matón." Yo medí mal, mejor dicho me olvidé <strong>de</strong> las piedras. Salté y <strong>los</strong> pies se me<br />

hundieron en la playa, no avancé ni la mitad, caí a un metro <strong>de</strong> él y entonces el muchacho se a<strong>de</strong>lantó y<br />

me <strong>de</strong>scargó la pedrada en plena cara. Fue como si el sol me entrara a la cabeza, vi todo blanco y<br />

parecía que flotaba. No me duró mucho, creo. Cuando abrí <strong>los</strong> ojos, Teresa parecía aterrada y el<br />

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