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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Estás viviendo como una pordiosera - dijo el padre ¿Has perdido la dignidad? ¿Por qué <strong>de</strong>monios no<br />

quieres que te pase una pensión?<br />

-Alberto -gritó la madre, exasperada-. No <strong>de</strong>jes que me insulte. No le basta haberme humillado ante<br />

todo Lima, quiere matarme. ¡Haz algo, hijo!<br />

-Papá, por favor - dijo Alberto, sin entusiasmo- No peleen.<br />

-Cállate - dijo el padre. Adoptó una expresión solemne y superior- Eres muy joven. Algún día<br />

compren<strong>de</strong>rás. <strong>La</strong> vida no es tan simple.<br />

Alberto tuvo ganas <strong>de</strong> reír. Una vez había visto a su padre en el centro <strong>de</strong> Lima, con una mujer rubia,<br />

muy hermosa. El padre lo vio también y <strong>de</strong>svió la mirada. Esa noche había venido al cuarto <strong>de</strong> Alberto,<br />

con una cara idéntica a la que acababa <strong>de</strong> poner y le había dicho las mismas palabras.<br />

-Vengo a hacerte una propuesta - dijo el padre- Escúchame un segundo.<br />

<strong>La</strong> mujer parecía otra vez una estatua trágica. Sin embargo, Alberto vio que espiaba a su padre a través<br />

<strong>de</strong> las pestañas con ojos caute<strong>los</strong>os.<br />

-Lo que a ti te preocupa - dijo el padre-, son las formas. Yo te comprendo, hay que respetar las<br />

convenciones sociales.<br />

-¡Cínico! -gritó la madre y volvió a agazaparse.<br />

-No me interrumpas, hija. Si quieres, po<strong>de</strong>mos volver a vivir juntos. Tomaremos una buena casa, aquí,<br />

en Miraflores, tal vez consigamos <strong>de</strong> nuevo la <strong>de</strong> Diego Ferré, o una en San Antonio; en fin, don<strong>de</strong> tú<br />

quieras. Eso sí, exijo absoluta libertad. Quiero disponer <strong>de</strong> mi vida. -Hablaba sin énfasis, tranquilamente,<br />

con esa llama bulliciosa en <strong>los</strong> ojos que había sorprendido a Alberto- Y evitaremos las escenas. Para algo<br />

somos gente bien nacida.<br />

<strong>La</strong> madre lloraba ahora a gritos y, entre sollozos, insultaba al padre y lo llamaba "adúltero, corrompido,<br />

bolsa <strong>de</strong> inmundicias". Alberto dijo:<br />

-Perdóname, papá. Tengo que salir a hacer un encargo. ¿Puedo irme?<br />

El padre pareció <strong>de</strong>sconcertarse, pero luego sonrió con amabilidad y asintió.<br />

-Sí, muchacho -dijo- Trataré <strong>de</strong> convencer a tu madre. Es la mejor solución. Y no te preocupes. Estudia<br />

mucho; tienes un gran porvenir por <strong>de</strong>lante. Ya sabes, si das buenos exámenes te mandaré a Estados<br />

Unidos el próximo año.<br />

-Del porvenir <strong>de</strong> mi hijo me encargo yo -clamó la madre. Alberto besó a sus padres y salió, cerrando la<br />

puerta tras él, rápidamente.<br />

Teresa lavó <strong>los</strong> platos; su tía reposaba en el cuarto <strong>de</strong> al lado. <strong>La</strong> muchacha sacó una toalla y jabón y en<br />

puntas <strong>de</strong> pie salió ala calle. Contigua a la suya, había una casa angosta, <strong>de</strong> muros amaril<strong>los</strong>. Tocó la<br />

puerta. Le abrió una chiquilla muy <strong>de</strong>lgada y risueña.<br />

-Hola, Tere.<br />

-Hola, Rosa. ¿Puedo bañarme?<br />

-Pasa.<br />

Atravesaron un corredor oscuro; en las pare<strong>de</strong>s había recortes <strong>de</strong> revistas y periódicos: artistas <strong>de</strong> cine y<br />

futbolistas.<br />

-¿Ves éste? - dijo Rosa- Me lo regalaron esta mañana. Es Glenn Ford. ¿Has visto una película <strong>de</strong> él?<br />

-No,- pero me gustaría.<br />

Al final <strong>de</strong>l pasillo estaba el comedor. Los padres <strong>de</strong> Rosa comían en silencio. Una <strong>de</strong> las sillas no tenía<br />

espaldar: la ocupaba la mujer. El hombre levantó <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l periódico abierto junto al plato y miró a<br />

Teresa.<br />

-Teresita - dijo, levantándose.<br />

-Buenos días.<br />

El hombre -en el umbral <strong>de</strong> la vejez, ventrudo, <strong>de</strong> piernas zambas y ojos dormidos- sonreía, estiraba una<br />

mano hacia la cara <strong>de</strong> la muchacha en un gesto amistoso. Teresa dio un paso atrás y la mano quedó<br />

vacilando en el aire.<br />

-Quisiera bañarme, señora - dijo Teresa- ¿Podría?<br />

-Sí - dijo la mujer, secamente- Es un sol. ¿Tienes?<br />

Teresa alargó la mano; la moneda no brillaba; era un sol <strong>de</strong>scolorido y sin vida, largamente manoseado.<br />

-No te <strong>de</strong>mores - dijo la mujer- Hay poca agua.<br />

El baño era un reducto sombrío <strong>de</strong> un metro cuadrado.<br />

En el suelo había una tabla agujereada y musgosa. Un caño' incrustado en la pared, no muy arriba,<br />

hacía las veces <strong>de</strong> ducha. Teresa cerró la puerta y colocó la toalla en la manija, asegurándose que<br />

tapara el ojo <strong>de</strong> la cerradura. Se <strong>de</strong>snudó. Era esbelta y <strong>de</strong> líneas armoniosas, <strong>de</strong> piel muy morena.<br />

Abrió la llave: el agua estaba fría. Mientras se jabonaba escuchó gritar a la mujer: "sal <strong>de</strong> ahí, viejo<br />

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