Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
besarla. Marcela apareció al fondo <strong>de</strong>l jardín: llevaba pantalones y una blusa suelta a rayas negras y<br />
granates. Venía hacia él sonriendo y Alberto pensó: "qué bonita es". Sus ojos y sus cabel<strong>los</strong> oscuros<br />
contrastaban con su piel, muy blanca.<br />
-Hola -dijo Marcela- Has venido más temprano.<br />
-Si quieres me voy -dijo él. Se sentía dueño <strong>de</strong> sí mismo. Al principio, sobre todo <strong>los</strong> días que siguieron a<br />
la fiesta don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>claró a Marcela, se sentía un poco intimidado en el mundo <strong>de</strong> su infancia, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong>l oscuro paréntesis <strong>de</strong> tres años que lo había arrebatado a las cosas hermosas. Ahora estaba siempre<br />
seguro y podía bromear sin <strong>de</strong>scanso, mirar a <strong>los</strong> otros <strong>de</strong> igual a igual y, a veces, con cierta<br />
superioridad.<br />
-Tonto -dijo ella.<br />
-¿Vamos a dar una vuelta? Pluto no vendrá antes <strong>de</strong> media hora.<br />
-Sí -dijo Marcela-. Vamos -se llevó un <strong>de</strong>do a la sien. ¿Qué sugería?- Mis papás están durmiendo. Anoche<br />
fueron a una fiesta, en Ancón. Llegaron tardísimo. Y yo que regresé <strong>de</strong>l Parque antes <strong>de</strong> las nueve.<br />
Cuando se hubieron alejado unos metros <strong>de</strong> la casa, Alberto le cogió la mano.<br />
-¿Has visto qué sol? -dijo- Está formidable para la playa.<br />
-Tengo que <strong>de</strong>cirte una cosa -dijo Marcela. Alberto la miró: tenía una sonrisa encantadoramente<br />
maliciosa y una nariz pequeñita e impertinente. Pensó: "es lindísima"<br />
-¿Qué cosa?<br />
-Anoche conocí a tu enamorada.<br />
¿Se trataba <strong>de</strong> una broma? Todavía no estaba plenamente adaptado, a veces alguien hacía una alusión<br />
que todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio comprendían y él se sentía perdido, a ciegas. No podía <strong>de</strong>squitarse: ¿cómo<br />
hacerles a el<strong>los</strong> las bromas <strong>de</strong> las cuadras? Una imagen bochornosa lo asaltó: el Jaguar y Boa escupían<br />
sobre el Esclavo, atado a un catre.<br />
-¿A quién? -dijo, caute<strong>los</strong>amente.<br />
-A Teresa -dijo Marcela-. Esa que vive en Lince.<br />
El calor, que había olvidado, se hizo presente <strong>de</strong> improviso, como algo ofensivo y po<strong>de</strong>rosísimo,<br />
aplastante. Se sintió sofocado.<br />
-¿A Teresa dices?<br />
Marcela se rió:<br />
-¿Para qué crees que te pregunté dón<strong>de</strong> vivía? -Hablaba con un <strong>de</strong>jo triunfal, estaba orgul<strong>los</strong>a <strong>de</strong> su<br />
hazaña- Pluto me llevó en su auto, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l Parque.<br />
-¿A su casa? -tartamu<strong>de</strong>ó Alberto.<br />
-Sí -dijo Marcela; sus ojos negros ardían-. ¿Sabes lo que hice? Toqué la puerta y salió ella misma. Le<br />
pregunté si vivía ahí la señora Grellot, ¿sabes quién es, no?, mi vecina. -Calló un instante- Tuve tiempo<br />
<strong>de</strong> mirarla.<br />
Él ensayó una sonrisa. Dijo, a media voz,”eres una loca", pero el malestar lo había invadido <strong>de</strong> nuevo. Se<br />
sentía humillado.<br />
-Dime -dijo Marcela, con una voz muy dulce y perversa- ¿Estabas muy enamorado <strong>de</strong> esa chica?<br />
-No -dijo Alberto-. Claro que no. Era una cosa <strong>de</strong> colegiales.<br />
-Es una fea -exclamó Marcela, bruscamente irritada-. Una huachafa fea.<br />
A pesar <strong>de</strong> su confesión, Alberto se sintió complacido. "Está loca por mí, pensó. Se muere <strong>de</strong> ce<strong>los</strong>."<br />
Dijo:<br />
-Tú sabes que sólo estoy enamorado <strong>de</strong> ti. No he estado enamorado <strong>de</strong> nadie como <strong>de</strong> ti.<br />
Marcela le apretó la mano y él se <strong>de</strong>tuvo. Estiró un brazo para tomarla <strong>de</strong>l hombro y atraerla pero ella<br />
resistía: su rostro giraba, <strong>los</strong> ojos rece<strong>los</strong>os espiaban el contorno. No había nadie. Alberto sólo rozó sus<br />
labios. Siguieron caminando.<br />
-¿Qué te dijo? -preguntó Alberto.<br />
-¿Ella? -Marcela se rió con una risa aseada, líquida. Nada. Me dijo que ahí vivía la señora no sé qué. Un<br />
nombre rarísimo, ni me acuerdo. Pluto se divertía a morir. Comenzó a <strong>de</strong>cir cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto y ella<br />
cerró la puerta. Nada más. ¿No la has vuelto a ver, no?<br />
-No -dijo Alberto-. Claro que no.<br />
-Dime. ¿Te paseabas con ella por el Parque Salazar?<br />
-Ni siquiera tuve tiempo. Sólo la vi unas cuantas veces, en su casa o en Lima. Nunca en Miraflores.<br />
-¿Y por qué peleaste con ella? -preguntó Marcela.<br />
Era inesperado: Alberto abrió la boca pero no dijo nada. ¿Cómo explicar a Marcela algo que él mismo no<br />
comprendía <strong>de</strong>l todo? Teresa formaba parte <strong>de</strong> esos tres años <strong>de</strong> Colegio Militar, era uno <strong>de</strong> esos<br />
cadáveres que no convenía resucitar.<br />
-Bah -dijo- Cuando salí <strong>de</strong>l Colegio me di cuenta que no me gustaba. No volví a verla.<br />
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