Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
fregado hasta el alma y el soplón <strong>de</strong>be estar rascándose la panza <strong>de</strong> contento, me figuro que va a ser<br />
bien difícil <strong>de</strong>scubrirlo. A lo mejor <strong>los</strong> oficiales le dieron plata para que hablara. El Jaguar <strong>de</strong>cía: "dos<br />
horas no más para saber quién es, menos, una basta; abres las narices y <strong>de</strong>scubres a <strong>los</strong> soplones ahí<br />
mismito". Puro cuento, sólo a <strong>los</strong> serranos <strong>los</strong> <strong>de</strong>scubres con <strong>los</strong> ojos o la nariz, en cambio <strong>los</strong> hijos <strong>de</strong><br />
puta disimulan muy bien. Eso <strong>de</strong>be ser lo que lo ha <strong>de</strong>smoralizado. Pero al menos <strong>de</strong>bía juntarse con<br />
nosotros, siempre fuimos sus patas. No comprendo por qué para solo. Basta que uno se le acerque para<br />
que ponga cara <strong>de</strong> odio, parece que va a saltar y mor<strong>de</strong>r, qué buen apodo le pusieron, es el que más le<br />
convenía. No pienso volver a acercarme a él, va a creer que lo estoy sobando y yo trataba <strong>de</strong> hablarle<br />
por amistad. Fue un milagro que no nos mecháramos ayer, no, sé por qué me contuve, <strong>de</strong>bí pararlo y<br />
ponerlo en su sitio, yo no le tengo miedo. Cuando el capitán nos llevó al Salón <strong>de</strong> Actos y comenzó a<br />
hablar <strong>de</strong>l Esclavo, que <strong>los</strong> errores se pagan caros en el Ejército, métanse en la mollera que están en las<br />
Fuerzas Armadas y no en un zoológico si no quieren que les pase lo mismo, si hubiéramos estado en<br />
guerra ese ca<strong>de</strong>te sería un traidor a la Patria por irresponsable, carajo, a cualquiera le hierve la sangre<br />
que se ensañen con un muerto, Piraña, porquería, que un balazo te perfore la cabeza a ti. Pero no sólo<br />
yo estaba furioso, todos estaban igual, bastaba verles las caras. Y yo le dije: "Jaguar, no está bien eso<br />
<strong>de</strong> agarrárselas con un muerto, ¿por qué no le hacemos un zumbido?". Y él me dijo: "mejor te callas,<br />
eres muy bruto y sólo sabes <strong>de</strong>cir estupi<strong>de</strong>ces. Cuidado con dirigirme la palabra si no te pregunto algo".<br />
Debe estar enfermo, ésas no son maneras <strong>de</strong> persona sana, enfermo <strong>de</strong> la cabeza, loco perdido. No<br />
creas que necesito juntarme contigo, Jaguar, he andado <strong>de</strong>trás tuyo para pasar el tiempo pero no me<br />
hace falta ya, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco se termina este merengue y no nos veremos más las caras. Cuando salga<br />
<strong>de</strong>l colegio no volveré a ver a nadie <strong>de</strong> aquí, salvo a la Malpapeada, a lo mejor me la robo y la adopto.<br />
Alberto camina por las serenas calles <strong>de</strong> Barranco, entre casonas <strong>de</strong>scoloridas <strong>de</strong> principios <strong>de</strong> siglo,<br />
separadas <strong>de</strong> la calle por jardines profundos. Los árboles, altos y frondosos, proyectan en el pavimento<br />
sombras que parecen arañas. De vez en cuando pasa un tranvía atestado; la gente mira por las<br />
ventanillas con aire aburrido. "Debí contarle todo,'fíjate bien lo que ha pasado, estaba enamorado <strong>de</strong> ti,<br />
mi papá mañana y tar<strong>de</strong> con las polillas, mi mamá con su cruz a cuestas y rezando rosarios,<br />
confesándose con el jesuita, Pluto y el Bebe conversando en casa <strong>de</strong>, oyendo discos en el salón <strong>de</strong>,<br />
bailando en, tu tía comiéndose <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> en la cocina, y a él -se lo están comiendo <strong>los</strong> gusanos porque<br />
quería salir a verte y su padre no le <strong>de</strong>jó, fíjate bien, ¿te parece poco?" Había bajado <strong>de</strong>l tranvía en el<br />
para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>La</strong>guna. Sobre el pasto, al pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, parejas o familias enteras toman el fresco<br />
<strong>de</strong> la noche y <strong>los</strong> zancudos zumban a las orillas <strong>de</strong>l estanque, junto a <strong>los</strong> botes inmóviles. Alberto<br />
atraviesa el parque, el campo <strong>de</strong> <strong>de</strong>portes: la luz <strong>de</strong> la avenida revela <strong>los</strong> columpios y la barra; las<br />
paralelas, el tobogán, <strong>los</strong> trapecios y la escalera giratoria yacen en las sombras. Camina hasta la plaza<br />
iluminada y la elu<strong>de</strong>: tuerce hacia el Malecón que intuye al fondo, no muy lejos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una mansión<br />
<strong>de</strong> muros cremas, más altas que las otras y bañada por la luz oblicua <strong>de</strong> un farol. En el Malecón se<br />
aproxima al parapeto y mira: el mar <strong>de</strong> Barranco no es el <strong>de</strong> <strong>La</strong> Perla, que siempre da señales <strong>de</strong> vida y<br />
en las noches murmura con cólera; es un mar silencioso, sin olas, un lago. "Tú también tienes la culpa y<br />
cuando te dije se ha muerto no lloraste, ni te dio pena. También tienes la culpa y si te <strong>de</strong>cía lo mató el<br />
Jaguar, hubieras dicho pobre, ¿un Jaguar <strong>de</strong> a <strong>de</strong>veras?, tampoco hubieras llorado y él estaba loco por<br />
ti. Tenías la culpa y no te importaba nada más que mi cara seria. <strong>La</strong> culpa y mi cara, la Pies Dorados que<br />
es una polilla tiene más alma que tú."<br />
Es una casa vieja, <strong>de</strong> dos pisos, con balcones que dan sobre un jardín sin flores. Un caminito recto une<br />
la verja herrumbrosa a la puerta <strong>de</strong> entrada, una puerta antigua, labrada con dibujos borrosos que<br />
parecen jeroglíficos. Alberto toca con <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>. Espera unos segundos, ve el timbre, apoya el <strong>de</strong>do en<br />
el botón y lo separa <strong>de</strong> inmediato. Siente pasos. Se cuadra.<br />
-Pase -dice Gamboa y se retira <strong>de</strong>l umbral.<br />
Alberto entra, oye el ruido <strong>de</strong> la puerta al cerrarse. El teniente pasa a su lado y avanza por un corredor<br />
largo, que está en la penumbra. Alberto lo sigue en puntas <strong>de</strong> pie. <strong>La</strong> espalda <strong>de</strong> Gamboa casi toca su<br />
cara; si el oficial se <strong>de</strong>tuviera <strong>de</strong> improviso, chocarían. Pero el teniente no se <strong>de</strong>tiene; al final <strong>de</strong>l pasillo<br />
estira una mano, abre una puerta y entra a una habitación. Alberto espera en el pasillo. Gamboa ha<br />
encendido la luz. Están en una sala. Los muros son ver<strong>de</strong>s y hay cuadros con marcos dorados. Des<strong>de</strong><br />
una mesa, un hombre mira a Alberto con obstinación: es una vieja foto, el cartón está amarillo y el<br />
hombre luce patillas, una barba patriarcal y aguzados bigotes.<br />
-Siéntese -dice Gamboa, señalándole un sillón.<br />
Alberto se sienta y su cuerpo se hun<strong>de</strong> como en un sueño. En ese momento recuerda que lleva puesto el<br />
quepí. Se lo saca y pi<strong>de</strong> disculpas, entre dientes. Pero el teniente no lo oye, está <strong>de</strong> espaldas, cerrando<br />
la puerta. Da media vuelta, se sienta frente a él en una silla <strong>de</strong> patas finas y lo mira.<br />
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