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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>La</strong> entrada <strong>de</strong>l reducto <strong>de</strong> Paulino era una puerta <strong>de</strong> hojalata, apoyada en el muro. No estaba sujeta,<br />

bastaba un viento fuerte para <strong>de</strong>rribarla. Alberto y el Esclavo se aproximaron, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comprobar<br />

que no había ningún oficial cerca. Des<strong>de</strong> afuera, oyeron risas y la sobresaliente voz <strong>de</strong>l Boa. Alberto se<br />

acercó en puntas <strong>de</strong> pie, indicando silencio al Esclavo. Puso las dos manos sobre la puerta y empujó: en<br />

la abertura que surgió frente a el<strong>los</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l ruido metálico, vieron una docena <strong>de</strong> rostros<br />

aterrorizados.<br />

-Todos presos -dijo Alberto- Borrachos, maricones, <strong>de</strong>generados, pajeros, todo el mundo a la cárcel.<br />

Estaban en el umbral. El Esclavo se había colocado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Alberto; su rostro expresaba ahora<br />

docilidad y sometimiento. Una figura ágil, simiesca, se incorporó entre <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes amontonados en el<br />

suelo y se plantó ante Alberto.<br />

-Entren, caracho -dijo- Rápido, que pue<strong>de</strong>n ver<strong>los</strong>. Y no hagas esas bromas, poeta, un día nos van a<br />

fregar por tu culpa.<br />

-No me gusta que me tutees, cholo <strong>de</strong> porquería -dijo Alberto, franqueando el umbral. Los ca<strong>de</strong>tes se<br />

volvieron a mirar a Paulino, que había arrugado la frente; sus gran<strong>de</strong>s labios tumefactos se abrían como<br />

las caras <strong>de</strong> una almeja.<br />

-¿Qué te pasa, blanquiñoso? -dijo- ¿Estás queriendo que te suene o qué?<br />

-0 qué -dijo Alberto, <strong>de</strong>jándose caer al suelo. El Esclavo se tendió junto a él. Paulino se rió con todo el<br />

cuerpo; sus labios se estremecían y por momentos <strong>de</strong>jaban ver una <strong>de</strong>ntadura <strong>de</strong>sigual, incompleta.<br />

-Te has traído tu putita -dijo- ¿Qué vas a hacer si la violamos?<br />

-Buena i<strong>de</strong>a -gritó el Boa-. Comámonos al Esclavo.<br />

-¿Por qué no a ese mono <strong>de</strong> Paulino? -dijo Alberto- Es más gordito.<br />

-Se las ha agarrado conmigo -dijo Paulino, encogiéndose <strong>de</strong> hombros. Se hecho junto al Boa. Alguien<br />

había vuelto a poner la puerta en su sitio. Alberto <strong>de</strong>scubrió, en medio <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuerpos acumulados, una<br />

botella <strong>de</strong> pisco. Alargó la mano pero Paulino lo sujetó.<br />

-Cinco reales por trago.<br />

-<strong>La</strong>drón -dijo Alberto.<br />

Sacó su cartera y le dio un billete <strong>de</strong> cinco soles.<br />

-Diez tragos -dijo.<br />

-¿Es para ti solo o también para tu hembrita? -preguntó Paulino.<br />

-Por <strong>los</strong> dos.<br />

El Boa se rió estruendosamente. <strong>La</strong> botella circulaba entre <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. Paulino calculaba <strong>los</strong> tragos; si<br />

alguien bebía más <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>bido, le arrebataba la botella <strong>de</strong> un tirón. El Esclavo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> beber, tosió<br />

y sus ojos se llenaron <strong>de</strong> lágrimas.<br />

-Esos dos no se separan un instante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace una semana -dijo el Boa, señalando a Alberto y al<br />

Esclavo- Me gustaría saber qué ha pasado.<br />

-Bueno -dijo un ca<strong>de</strong>te, que apoyaba su cabeza en la espalda <strong>de</strong>l Boa- ¿Y la apuesta?<br />

Paulino entró en un estado <strong>de</strong> viva agitación. Se reía, daba palmadas a todo el mundo diciendo "ya pues,<br />

ya pues", <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes aprovechando sus saltos robaban largos tragos <strong>de</strong> pisco. <strong>La</strong> botella quedó vacía en<br />

pocos minutos. Alberto, la cabeza sobre sus brazos cruzados, miró al Esclavo: una pequeña hormiga roja<br />

recorría su mejilla y él no parecía sentirla. Sus Ojos tenían un resplandor líquido; su piel estaba lívida. "Y<br />

ahora sacará un billete, o una botella, o una cajetilla <strong>de</strong> cigarros y luego habrá una pestilencia, una<br />

charca <strong>de</strong> mierda, y yo me abriré la bragueta, y tu te abrirás la bragueta, y él se abrirá, y el injerto<br />

comenzará a temblar y todos comenzarán a temblar, me gustaría que Gamboa asomara la cabeza y<br />

oliera ese olor que habrá." Paulino, en cuclillas, escarbaba la tierra. Poco <strong>de</strong>spués, se irguió con una<br />

talega en las manos. Al moverla, se oía ruido <strong>de</strong> monedas. Todo su rostro había cobrado una animación<br />

extraordinaria, las aletas <strong>de</strong> su nariz se inflaban, sus labios amoratados, muy abiertos, avanzaban en<br />

busca <strong>de</strong> una presa, sus sienes latían. El sudor bañaba su rostro exacerbado. -Y ahora se sentará, se<br />

pondrá a respirar como un caballo o como un perro, la baba le chorreará por el pescuezo, sus manos se<br />

volverán locas, se le cortará la voz, quita la mano asqueroso, dará patadas en el aire, silbará con la<br />

lengua entre <strong>los</strong> dientes, cantará, gritará, se revolcará sobre las hormigas, las cerdas le caerán en la<br />

frente, saca la mano o te capamos, se ten<strong>de</strong>rá en la tierra, hundirá la cabeza en la hierbita y en la<br />

arena, llorará, sus manos y su cuerpo se quedarán quietos, morirán."<br />

-Hay como diez soles en monedas <strong>de</strong> cincuenta -dijo Paulino-. Y ahí abajo hay otra botella <strong>de</strong> pisco para<br />

el segundo. Pero tendrá que convidar a todos.<br />

Alberto había, sumido la cabeza entre <strong>los</strong> brazos: sus ojos exploraban un minúsculo universo en<br />

tinieblas. Sus oídos percibían una bulliciosa excitación: cuerpos que se estiran o se encogen, risas<br />

ahogadas, e' resuello frenético <strong>de</strong> Paulino. Giró sobre sí mismo y quedó con la cabeza sobre la tierra:<br />

arriba, veía un pedazo <strong>de</strong> calamina y el cielo gris, ambos <strong>de</strong>l mismo tamaño. El Esclavo se inclinó hacia<br />

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