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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Pero él estaba allí, Lo supieron <strong>de</strong>finitivamente cuando el teniente Pitaluga ingresó a la capilla, precedido<br />

<strong>de</strong>l crujido <strong>de</strong> sus zapatos, que se superpuso al lamento <strong>de</strong> la mujer y retuvo toda su atención, mientras<br />

lo sentían aproximarse a su espalda, y lo iban viendo aparecer, <strong>de</strong> dos en dos, a medida que avanzaba,<br />

se ponía a su altura, y <strong>los</strong> <strong>de</strong>jaba atrás. Los fascinó cuando comprobaron que iba <strong>de</strong> frente al ataúd. Los<br />

ojos clavados en su nuca, lo vieron <strong>de</strong>tenerse casi encima <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las coronas, inclinar un poco la<br />

cabeza para ver mejor y quedarse así un momento, algo arqueado sobre sí mismo y tuvieron como un<br />

fugaz estremecimiento al ver que movía una mano, la llevaba a la cabeza, se sacaba la cristina y luego<br />

se persignaba rápidamente, se en<strong>de</strong>rezaba, le veían el rostro abotagado y <strong>los</strong> ojos inexpresivos, y volvía<br />

a recorrer el mismo camino, en dirección contraria. Lo vieron <strong>de</strong>saparecer, <strong>de</strong> dos en dos, escucharon<br />

sus pasos que se alejaban y luego surgió otra vez el murmullo quejumbroso <strong>de</strong> la mujer invisible.<br />

Momentos <strong>de</strong>spués el teniente Pitaluga volvió a aproximarse a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes y les fue diciendo al oído que<br />

podían bajar el arma y ponerse en <strong>de</strong>scanso. Así lo hicieron; pronto surgió un movimiento menor: <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes se frotaban el hombro y lenta, imperceptiblemente, acortaban la distancia que <strong>los</strong> separaba. <strong>La</strong>s<br />

hileras se iban estrechando con un rumor suave y respetuoso, que no <strong>de</strong>struía la severidad <strong>de</strong>l<br />

ambiente, sino la acentuaba. Luego oyeron la voz <strong>de</strong>l teniente Pitaluga. Comprendieron <strong>de</strong> inmediato<br />

que hablaba a la mujer. Sin duda hacía esfuerzos por hablar en voz baja, tal vez sufría al no conseguirlo.<br />

Como era ronco y, a<strong>de</strong>más, lo traicionaba una antigua convicción que asociaba la virilidad a la violencia<br />

<strong>de</strong> la voz humana, sus palabras eran un chorro <strong>de</strong> bruscos altibajos, <strong>de</strong>l que percibían fragmentos<br />

inteligibles, el nombre <strong>de</strong> Arana, por ejemplo, que oyeron varias veces y al principio apenas reconocieron<br />

porque el muerto era para el<strong>los</strong> el Esclavo. <strong>La</strong> mujer no parecía prestarle atención; seguía quejándose y<br />

eso <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>sconcertar al teniente Pitaluga que, por momentos, se callaba y sólo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga<br />

pausa reanudaba su concierto.<br />

"¿Qué dice Pitaluga?" -preguntó Arróspi<strong>de</strong>, con <strong>los</strong> dientes apretados, sin mover <strong>los</strong> labios. Estaba a la<br />

cabeza <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las columnas. Vallano, situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l brigadier, repitió y lo mismo hizo el Boa, y<br />

así la pregunta llegó a la cola <strong>de</strong> la fila. El último ca<strong>de</strong>te, el más próximo a las bancas don<strong>de</strong> el teniente<br />

Pitaluga hablaba a la mujer, dijo: "cuenta cosas <strong>de</strong>] Esclavo". Y continuó repitiendo las frases que<br />

escuchaba, sin agregar ni suprimir nada, transmitiendo aún <strong>los</strong> sonidos puros. Pero era fácil reconstituir<br />

el monólogo <strong>de</strong>l teniente: "un ca<strong>de</strong>te brillante, estimado <strong>de</strong> oficiales y suboficiales, un compañero<br />

mo<strong>de</strong>lo, un alumno aplicado y distinguido por sus profesores; todos <strong>de</strong>ploran su <strong>de</strong>saparición; el vacío y<br />

!a pesadumbre que reina en las cuadras; llegaba entre <strong>los</strong> primeros a la fila; era disciplinado, marcial,<br />

tenía porte, hubiera sido un excelente oficial; leal y valiente; buscaba el peligro en las campañas, se le<br />

confiaban misiones difíciles que ejecutaba sin dudas iii murmuraciones; en la vida ocurren <strong>de</strong>sgracias,<br />

hay que sobreponerse al dolor; oficiales, profesores y ca<strong>de</strong>tes comparten el dolor <strong>de</strong> la familia; el<br />

coronel en persona vendrá a dar su sentido pésame a <strong>los</strong> padres; será enterrado con honores; sus<br />

compañeros <strong>de</strong> año irán con uniforme <strong>de</strong> parada y armas; <strong>los</strong> <strong>de</strong> la primera llevarán las cintas; es como<br />

si la Patria hubiera perdido a uno <strong>de</strong> sus hijos; paciencia y resignación; su recuerdo formará parte <strong>de</strong> la<br />

historia <strong>de</strong>l colegio; vivirá en <strong>los</strong> corazones <strong>de</strong> las nuevas promociones; la familia no <strong>de</strong>be preocuparse<br />

<strong>de</strong> nada, la administración <strong>de</strong>l colegio correrá con todos <strong>los</strong> gastos <strong>de</strong>l entierro; apenas ocurrida la<br />

<strong>de</strong>sgracia se encargaron las coronas, la <strong>de</strong>l coronel director es la más gran<strong>de</strong>". A través <strong>de</strong> la<br />

improvisada correa <strong>de</strong> transmisión, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes siguieron las palabras <strong>de</strong>l teniente Pitaluga, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

escuchar el inacabable murmullo <strong>de</strong> la mujer; <strong>de</strong> vez en cuando, voces masculinas interrumpían<br />

brevemente a Pitaluga.<br />

Luego llegó el coronel. Reconocieron sus pasos <strong>de</strong> gaviota, rápidos y muy cortos; Pitaluga y <strong>los</strong> otros se<br />

callaron, el quejido <strong>de</strong> la mujer se hizo más dulce, más lejano. Sin que nadie lo or<strong>de</strong>nara, se pusieron en<br />

atención. No levantaron las armas, pero juntaron <strong>los</strong> talones, endurecieron <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong>, apoyaron las<br />

manos en el cuerpo, a lo largo <strong>de</strong> la franja negra <strong>de</strong>l pantalón. Cuadrados, escucharon la vocecita aguda<br />

<strong>de</strong>l coronel. Hablaba más bajo que Pitaluga y el teléfono humano se había interrumpido: sólo <strong>los</strong> que<br />

estaban a la cola comprendieron lo que <strong>de</strong>cía. No lo veían, pero les era fácil imaginarlo, tal como era en<br />

las actuaciones, irguiéndose ante el micro con una mirada soberbia y complacida, y elevando las manos<br />

como para mostrar que no llevaba nada escrito. Ahora también hablaba sin duda <strong>de</strong> <strong>los</strong> sagrados valores<br />

<strong>de</strong>l espíritu, <strong>de</strong> la vida militar que hace a <strong>los</strong> hombres sanos y eficientes y <strong>de</strong> la disciplina, que es la base<br />

<strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n. No lo veían, pero adivinaban su rostro <strong>de</strong> ceremonia, sus pequeñas manos fofas<br />

evolucionando ante <strong>los</strong> ojos enrojecidos <strong>de</strong> la mujer y apoyándose por instantes en la hebilla <strong>de</strong>l<br />

cinturón que ro<strong>de</strong>aba el magnífico vientre, sus piernas entreabiertas para soportar mejor el peso <strong>de</strong> su<br />

cuerpo. Y adivinaban también <strong>los</strong> ejemp<strong>los</strong> y las moralejas que exponía, el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> <strong>los</strong> próceres<br />

epónimos, <strong>de</strong> <strong>los</strong> mártires <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y la Guerra con Chile, <strong>los</strong> héroes inmarcesibles que<br />

habían <strong>de</strong>rramado su sangre generosa por la Patria en peligro. Cuando el coronel se calló, la mujer había<br />

<strong>de</strong>jado <strong>de</strong> quejarse. Fue un momento insólito: la capilla parecía transformada. Algunos ca<strong>de</strong>tes se<br />

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