Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
labios, se cuadró v lo saludó. Los soldados y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong>l colegio advertían que Gamboa era el único<br />
oficial <strong>de</strong>l Leoncio Prado que contestaba militarmente el saludo <strong>de</strong> sus subordinados; <strong>los</strong> otros se<br />
limitaban a hacer una venia y a veces ni eso. Gamboa cruzó <strong>los</strong> brazos sobre el pecho y esperó que el<br />
corneta terminara <strong>de</strong> tocar la diana. Miró su reloj. En las puertas <strong>de</strong> las cuadras había algunos<br />
imaginarias. Los fue observando uno por uno: a medida que se encontraban frente a él, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se<br />
ponían en atención, se echaban encima la cristina y se arreglaban el pantalón y la corbata antes <strong>de</strong><br />
llevarse la mano a la sien. Luego daban media vuelta y <strong>de</strong>saparecían en el interior <strong>de</strong> las cuadras. El<br />
murmullo habitual ya había comenzado. Un momento <strong>de</strong>spués, apareció el suboficial Pezoa. Llegó<br />
corriendo.<br />
-Buenos días, mi teniente.<br />
-“Buenos días. ¿Qué ha ocurrido?<br />
-Nada, mi teniente. ¿Por qué, mi teniente?<br />
-Usted <strong>de</strong>be estar en el patio junto con el corneta. Su obligación es recorrer las cuadras y apurar a la<br />
gente. ¿No sabía?<br />
-Sí, mi teniente.<br />
-¿Qué hace aquí, entonces? Vuele a las cuadras. Si <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> siete minutos no está formado el año, lo<br />
hago responsable.<br />
-Sí, mi teniente.<br />
Pezoa echó a correr hacia las primeras secciones. Gamboa continuaba <strong>de</strong> pie en el centro <strong>de</strong>l patio,<br />
miraba a ratos su reloj, sentía ese rumor macizo y vital que brotaba <strong>de</strong> todo el contorno <strong>de</strong>l patio y<br />
convergía hacia él como <strong>los</strong> filamentos <strong>de</strong> la carpa <strong>de</strong> un circo hacia el mástil central. No necesitaba ir a<br />
las cuadras para palpar la furia <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes por el sueño interrumpido, su exasperación por el plazo<br />
mínimo que tenían para hacer las camas y vestirse, la impaciencia y la excitación <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> que<br />
amaban disparar y jugar a la guerra y el disgusto <strong>de</strong> <strong>los</strong> perezosos que irían a revolcarse en el campo sin<br />
entusiasmo, por obligación, la subterránea alegría <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> que, terminada la campaña, cruzarían el<br />
estadio para ducharse en <strong>los</strong> baños colectivos, volverían apresurados a ponerse el uniforme <strong>de</strong> paño azul<br />
y negro y saldrían a la calle.<br />
A las cinco y siete minutos, Gamboa tocó un pitazo largo. En el acto sintió protestas y maldiciones, pero<br />
casi al mismo tiempo las puertas <strong>de</strong> las cuadras se abrían y <strong>los</strong> boquetes oscuros comenzaban a escupir<br />
una masa verdosa <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes que se empujaban unos a otros, se acomodaban <strong>los</strong> uniformes sin <strong>de</strong>jar<br />
<strong>de</strong> correr y con una sola mano, pues la otra iba en alto, sosteniendo el fusil, y en medio <strong>de</strong> groserías y<br />
empellones, las hileras <strong>de</strong> la formación surgían a su alre<strong>de</strong>dor, ruidosamente, en el amanecer todavía<br />
impreciso <strong>de</strong> ese segundo sábado <strong>de</strong> octubre, igual hasta entonces a otros amaneceres, a otros sábados,<br />
a otros días <strong>de</strong> campaña. De pronto escuchó un golpe metálico fuerte y un carajo.<br />
-Venga el que ha hecho caer ese fusil -gritó.<br />
El murmullo se apagó instantáneamente. Todos miraban a<strong>de</strong>lante y mantenían <strong>los</strong> fusiles pegados al<br />
cuerpo. El suboficial Pezoa, caminando en puntas <strong>de</strong> pie, avanzó hasta don<strong>de</strong> se hallaba el teniente y se<br />
puso a su lado.<br />
-He dicho que venga aquí el ca<strong>de</strong>te que hizo caer su fusil -repitió Gamboa.<br />
El silencio fue alterado por el ruido <strong>de</strong> unos bot ines. Los Ojos <strong>de</strong> todo el batallón se volvieron hacia<br />
Gamboa. El teniente miró al ca<strong>de</strong>te a <strong>los</strong> ojos.<br />
-Su nombre.<br />
El muchacho balbuceó su apellido, su compañía, su sección.<br />
-Revise el fusil, Pezoa - dijo el teniente.<br />
El suboficial se precipitó hacia el ca<strong>de</strong>te y revisó el arma aparatosamente: la pasaba bajo sus ojos con<br />
lentitud, le daba vueltas, la exponía al cielo como si fuera a mirar al través, abría la recámara,<br />
comprobaba la posición <strong>de</strong>l alza, hacía vibrar el gatillo.<br />
-Raspaduras en la culata, mi teniente -dijo- Y está mal engrasado.<br />
-¿Cuánto tiempo lleva en el colegio militar, ca<strong>de</strong>te?<br />
-Tres años, mi teniente.<br />
-¿Y todavía no ha aprendido a agarrar el fusil? El arma no <strong>de</strong>be caer nunca al suelo. Es preferible<br />
romperse la crisma antes que soltar el fusil. Para el soldado el arma es tan importante corno sus huevos.<br />
¿Usted cuida muchos sus huevos, ca<strong>de</strong>te?<br />
-Sí, mi teniente.<br />
-Bueno - dijo Gamboa- Así tiene que cuidar su fusil. Vuelva a su sección. Pezoa, hágale una papeleta <strong>de</strong><br />
seis puntos.<br />
El suboficial sacó una libreta y escribió, mojando la punta <strong>de</strong>l lápiz en la lengua.<br />
Gamboa or<strong>de</strong>nó <strong>de</strong>sfilar.<br />
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