Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
mí ya me fundieron". Pero el flaco no quiso escaparse solo y lo fue arrastrando hasta uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> buzones<br />
<strong>de</strong> las esquinas. Se metieron ahí y estuvieron apretados, casi sin respirar, no sé cuántas horas y <strong>de</strong>spués<br />
tomaron un taxi y vinieron al Callao.<br />
Después <strong>de</strong> esto <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ver al flaco Higueras varios días y pensé: "ya lo han cogido". Pero una semana<br />
más tar<strong>de</strong> volví a verlo, en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista y volvimos a ir don<strong>de</strong> el chino a tomar una copa, a<br />
fumar y a conversar. Ese día no tocó el tema, ni tampoco el siguiente, ni <strong>los</strong> otros. Yo iba a estudiar<br />
todas las tar<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> Tere, pero no había vuelto a esperarla a la salida <strong>de</strong> su colegio porque no tenía<br />
plata. No me atrevía a pedirle al flaco Higueras y pasaba muchas horas pensando en la manera <strong>de</strong><br />
conseguir unos soles. Una vez en el colegio nos pidieron comprar un libro y se lo dije a mi madre. Se<br />
puso furiosa, gritó que hacía milagros para que pudiéramos comer y que al año siguiente no volvería al<br />
colegio, porque ya tendría trece años y <strong>de</strong>bía ponerme a trabajar. Me acuerdo que un domingo fui don<strong>de</strong><br />
mi padrino, sin <strong>de</strong>cir nada a mi madre. Tardé más <strong>de</strong> tres horas en llegar, tuve que atravesar a pie todo<br />
Lima. Antes <strong>de</strong> tocar la puerta <strong>de</strong> su casa, aguaité por la ventana a ver si lo <strong>de</strong>scubría; tenía miedo que<br />
saliera su mujer, como la vez pasada, y lo negara. No salió su mujer, sino su hija, una flaca sin dientes.<br />
Me dijo que su padre estaba en la sierra y que no volvería antes <strong>de</strong> diez días. Así que no pu<strong>de</strong><br />
comprarme el libro, pero mis compañeros me lo prestaban y así hacía las tareas. Lo grave era no po<strong>de</strong>r<br />
ir a buscar a Tere a su colegio, eso me tenía <strong>de</strong>primido. Una tar<strong>de</strong> que estábamos estudiando y como su<br />
tía se había ido un momento al otro cuarto, ella me dijo: "ya nunca has vuelto a esperarme-. Y yo me<br />
puse rojo, y le dije: "pensaba ir mañana. ¿Siempre sales a las doce, no?". Y esa noche salí a la Plaza <strong>de</strong><br />
Bellavista a buscar al flaco Higueras, pero no estaba. Se me ocurrió que andaría en el bar ése <strong>de</strong> la<br />
avenida Sáenz Peña y me fui hasta allá. <strong>La</strong> cantina estaba llena <strong>de</strong> gente y <strong>de</strong> humo y había borrachos<br />
que gritaban. Al verme entrar, el chino me gritó: largo <strong>de</strong> aquí, mocoso". Y yo le dije: "tengo que ver al<br />
flaco Higueras, es urgente". El chino entonces me reconoció y me señaló la puerta M fondo. El salón<br />
gran<strong>de</strong> estaba más lleno que el <strong>de</strong> la entrada, con el humo casi no se podía ver, y había mujeres<br />
sentadas en las mesas o en las rodillas <strong>de</strong> <strong>los</strong> tipos, que las manoseaban y las besaban. Una <strong>de</strong> ellas me<br />
agarró la cara y me dijo: "¿qué haces aquí, renacuajo?". Y yo le dije: "calla, puta". Y ella se rió pero el<br />
borracho que la tenía abrazada me dijo: "te voy a dar un cuete por insultar a la señora". En eso apareció<br />
el flaco. Cogió al borracho <strong>de</strong> un brazo y lo calmó diciéndole: "es mi primo y el que quiera hacerle algo<br />
se las ve conmigo".”Está bien, flaco, dijo el tipo, pero que no an<strong>de</strong> diciendo putas a mis mujeres. Hay<br />
que ser educado y sobre todo <strong>de</strong> chico." El flaco Higueras me puso una mano en el hombro y me llevó<br />
hasta una mesa don<strong>de</strong> había tres hombres. No conocía a ninguno; dos eran criol<strong>los</strong> y el otro serrano. Me<br />
presentó como a su amigo, hizo que me trajeran una copa. Yo le dije que quería hablarle a solas. Fuimos<br />
al urinario, y allí le dije: "necesito plata, flaco; por lo que más quieras, préstame dos soles". Él se rió y<br />
me <strong>los</strong> dio. Pero luego me dijo: "oye, ¿te acuerdas <strong>de</strong> lo que hablamos el otro día? Bueno, yo también<br />
quiero que me hagas un favor. Te necesito. Somos amigos y tenemos que ayudarnos. Es sólo por una<br />
vez. ¿Bueno?". Yo le contesté: "bueno. Sólo una vez y a cambio <strong>de</strong> todo lo que te <strong>de</strong>bo". "De acuerdo,<br />
me dijo. Y si nos va bien, no te arrepentirás." Regresamos a la mesa y les dijo a <strong>los</strong> tres tipos: les<br />
presento a un nuevo colega". Los tres se rieron, me abrazaron y estuvieron haciendo bromas. En eso se<br />
acercaron dos mujeres y una <strong>de</strong> ellas comenzó a fregar al flaco. Quería besarlo y el serrano le dijo:<br />
"déjalo en paz. ¿Por qué mejor no besuqueas a la criatura?". Y ella dijo: "con mucho gusto". Y me besó<br />
en la boca mientras <strong>los</strong> otros se reían. El flaco Higueras la separó y me dijo: "ahora, anda vete. No<br />
vuelvas por acá. Espérame mañana a las ocho <strong>de</strong> la noche en la Plaza Bellavista, junto al cine”. Me fui y<br />
traté <strong>de</strong> pensar sólo en que al día siguiente iría a esperar a Tere, pero no podía, estaba muy excitado<br />
por lo <strong>de</strong>l flaco Higueras. Se me ocurría lo peor, que <strong>los</strong> cachacos nos pescarían y que me mandarían a<br />
la Correccional <strong>de</strong> la Perla por ser menor y que Tere se enteraría <strong>de</strong> todo y no querría oír hablar más <strong>de</strong><br />
mí.<br />
Era peor que si la capilla hubiera estado a oscuras. <strong>La</strong> media luz intermitente provocaba sombras,<br />
registraba cada movimiento y lo repetía en las pare<strong>de</strong>s o en las <strong>los</strong>etas, divulgándolo a <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> todos<br />
<strong>los</strong> presentes, y mantenía <strong>los</strong> rostros en una penumbra lúgubre que agravaba su seriedad y la hacía<br />
hostil, casi siniestra. Y a<strong>de</strong>más, había ese murmullo quejumbroso, constante (una voz que balbucea una<br />
sola palabra, con un mismo acento, la última sílaba enca<strong>de</strong>nada a la primera), que llegaba hasta el<strong>los</strong><br />
por <strong>de</strong>trás, se hundía en sus oídos como una hebra finísima y <strong>los</strong> exasperaba. Hubieran soportado mejor<br />
que la mujer gritara, profiriese gran<strong>de</strong>s exclamaciones, invocara a Dios y a la Virgen, se mesara <strong>los</strong><br />
cabel<strong>los</strong> o llorara, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entraron guiados por el suboficial Pezoa, que <strong>los</strong> distribuyó en dos<br />
columnas, pegados a <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> la capilla, a, ambos lados <strong>de</strong>l ataúd, habían escuchado ese mismo<br />
murmullo <strong>de</strong> mujer que brotaba <strong>de</strong> atrás, <strong>de</strong>l sector vecino a la puerta, don<strong>de</strong> estaban las bancas y el<br />
confesionario. Sólo mucho rato <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Pezoa les or<strong>de</strong>nó presentar armas -obe<strong>de</strong>cieron sin<br />
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