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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

eres un ca<strong>de</strong>te, sino un civil cualquiera, pue<strong>de</strong>s acercarte a un teniente o a un capitán y no tienes que<br />

saludarlo, ni ce<strong>de</strong>rle el asiento ni la vereda. Malpapeada, por qué mejor no das un salto y me muer<strong>de</strong>s la<br />

corbata o la nariz, haz lo que quieras, estás en tu casa. Hacía un calor terrible y el coronel seguía<br />

hablando.<br />

Cuando Alberto salió <strong>de</strong> su casa comenzaba a oscurecer y, sin embargo, sólo eran las seis. Había<br />

<strong>de</strong>morado lo menos media hora en arreglarse, lustrar <strong>los</strong> zapatos, dominar el impetuoso remolino <strong>de</strong>l<br />

cráneo, armar la onda. Incluso, se había afeitado con la navaja <strong>de</strong> su padre el vello ralo que asomaba<br />

sobre el labio superior y bajo las patillas. Fue hasta la esquina <strong>de</strong> Ocharán y Juan Fanning y silbó.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués, Emilio aparecía en la ventana; también estaba acicalado.<br />

-Son las seis - dijo Alberto-. Vuela.<br />

-Dos minutos.<br />

Alberto miró su reloj, compuso el pliegue <strong>de</strong>l pantalón, extrajo unos milímetros el pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong><br />

su chaqueta, se contempló con disimulo en el cristal <strong>de</strong> una ventana: la gomina cumplía bien su<br />

cometido, el peinado se conservaba intacto. Emilio salió por la puerta <strong>de</strong> servicio.<br />

-Hay gente en la sala -le dijo a Alberto- Hubo un almuerzo. Uf, qué asco. Todos están hecho polvo y la<br />

casa huele a whisky <strong>de</strong> arriba abajo. Y con la borrachera mi padre me ha fregado. Se hace el gracioso y<br />

no quiere darme la propina.<br />

-Yo tengo plata - dijo Alberto-. ¿Quieres que te preste? -Si vamos a algún sitio, sí. Pero si nos quedamos<br />

en el Parque Salazar no vale la pena. Oye, ¿cómo hiciste para que te dieran propina? ¿Tu padre no ha<br />

visto la libreta <strong>de</strong> notas?<br />

-Todavía no. Sólo la ha visto mi madre. El viejo reventará <strong>de</strong> rabia. Es la primera vez que me jalan en<br />

tres cursos. Tendré que estudiar todo el verano. Apenas podré ir a la playa. Bah, ni pensar en eso.<br />

A<strong>de</strong>más, a lo mejor ni se enoja. Hay gran<strong>de</strong>s líos en mi casa.<br />

-¿Por qué?<br />

-Anoche mi padre no vino a dormir. Apareció esta mañana, lavado y afeitado- Es un fresco.<br />

-Sí, es un bárbaro -asintió Emilio-. Tiene montones <strong>de</strong> mujeres. ¿Y qué le dijo tu madre?<br />

-Le tiró un cenicero. Y <strong>de</strong>spués se echó a llorar a gritos. Toda la vecindad <strong>de</strong>be haber oído.<br />

Caminaban hacia <strong>La</strong>rco, por la calle Juan Fanning. Al ver<strong>los</strong> pasar, el japonés <strong>de</strong> la tienducha <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

jugos <strong>de</strong> fruta don<strong>de</strong> se refugiaban hacía años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>los</strong> partidos <strong>de</strong> fulbito, <strong>los</strong> saludó con la<br />

mano. Acababan <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>rse las luces <strong>de</strong> la calle, pero las veredas continuaban en la sombra, las<br />

hojas y las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong>tenían la luz. Al cruzar la calle Colón echaron una mirada hacia la<br />

casa <strong>de</strong> <strong>La</strong>ura. Allí solían reunirse las muchachas <strong>de</strong>l barrio, antes <strong>de</strong> ir al Parque Salazar, pero todavía<br />

no habían llegado: las ventanas <strong>de</strong>l salón estaban a oscuras.<br />

-Creo que iban a ir don<strong>de</strong> Matil<strong>de</strong> - dijo Emilio-. El Bebe y Pluto se fueron allá <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo. -Se<br />

rió-. El Bebe anda medio loco. Irse a la Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos y día domingo. Si no lo han visto <strong>los</strong> padres<br />

<strong>de</strong> Matil<strong>de</strong>, <strong>los</strong> matones le habrán roto el alma. Y también a Pluto, que no tiene nada que ver en el<br />

asunto.<br />

Alberto se rió.<br />

-Está loco por esa chica -dijo-. Templado hasta el cien.<br />

<strong>La</strong> Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos está lejos <strong>de</strong>l barrio, al otro lado <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco, más allá <strong>de</strong>l Parque Central,<br />

cerca <strong>de</strong> <strong>los</strong> rieles <strong>de</strong>l tranvía a Chorril<strong>los</strong>. Hace algunos años, esa quinta pertenecía a territorio enemigo,<br />

pero <strong>los</strong> tiempos han cambiado, <strong>los</strong> barrios ya no constituyen dominios infranqueables. Los forasteros<br />

ambulan por Colón, Ocharán y la calle Porta, visitan a las muchachas, asisten a sus fiestas, las<br />

enamoran, las invitan al cine. A su vez, <strong>los</strong> varones han tenido que emigrar. Al principio iban en grupos<br />

<strong>de</strong> ocho o diez a recorrer otros barrios miraflorinos, <strong>los</strong> más próximos, como el <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio y la calle<br />

Francia y luego <strong>los</strong> distantes, como el <strong>de</strong> Angamos y el <strong>de</strong> la avenida Grau, don<strong>de</strong> vive Susuki, la hija <strong>de</strong>l<br />

contralmirante. Algunos encontraron enamoradas en esos barrios extranjeros y se incorporaron a el<strong>los</strong>,<br />

aunque sin renunciar a la morada solar, Diego Ferré. En ciertos barrios hallaron resistencia: burlas y<br />

sarcasmos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, <strong>de</strong>saires <strong>de</strong> las mujeres. Pero en la Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos la hostilidad <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

muchachos <strong>de</strong>l lugar se traducía en violencia. Cuando el Bebe comenzaba a rondar a Matil<strong>de</strong>, una noche<br />

lo asaltaron y le echaron un bal<strong>de</strong> <strong>de</strong> agua. Sin embargo, el Bebe sigue asediando la quinta y con él<br />

otros muchachos <strong>de</strong>l barrio, porque allí no sólo vive Matil<strong>de</strong>, sino también Graciela y Molly, que no tienen<br />

enamorado.<br />

-¿No son ésas? -dijo Emilio.<br />

-No. ¿Estás ciego? Son las García.<br />

Estaban en la avenida <strong>La</strong>rco, a veinte metros <strong>de</strong>l Parque Salazar. Una serpiente avanza, <strong>de</strong>spacio, por la<br />

pista, se enrosca sobre sí misma frente a la explanada, se pier<strong>de</strong> en la mancha <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong><br />

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