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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

capitán Garrido fue a un paso muy ligero, casi al trote, hasta la secretaría M año. En el patio, tocó su<br />

silbato, con mucha fuerza. Momentos <strong>de</strong>spués, el suboficial Morte entraba a su <strong>de</strong>spacho.<br />

-Llame a todos <strong>los</strong> oficiales y suboficiales <strong>de</strong>l año -le dijo el capitán. Se pasó la mano por las frenéticas<br />

mandíbulas todos uste<strong>de</strong>s son <strong>los</strong> responsables verda<strong>de</strong>ros y me las van a pagar caro, carajo. Es su<br />

culpa y <strong>de</strong> nadie más. ¿Qué hace ahí con la boca abierta? Vaya y haga lo que le he dicho.<br />

Gamboa vaciló, sin <strong>de</strong>cidirse a abrir la puerta. Estaba preocupado. "¿Es por todos estos líos, pensó, o por<br />

la carta?" <strong>La</strong> había recibido hacía algunas horas: "estoy extrañándote mucho. No <strong>de</strong>bí hacer este viaje.<br />

¿No te dije que sería mucho mejor que me quedara en Lima? En el avión no podía contener las náuseas<br />

y todo el mundo me miraba y yo me sentía peor. En el aeropuerto me esperaban Cristina y su marido,<br />

que es muy simpático y bueno, ya te contaré. Me llevaron <strong>de</strong> inmediato a la casa y llamaron al médico.<br />

Dijo que el viaje me había hecho mal, pero que todo lo <strong>de</strong>más estaba bien. Sin embargo, como me<br />

seguía el dolor <strong>de</strong> cabeza y el malestar volvieron a llamarlo y entonces dijo que mejor me internaba en<br />

el hospital. Me tienen en observación. Me han puesto muchas inyecciones y estoy inmóvil, sin almohada<br />

y eso me molesta mucho, tú sabes que me gusta dormir casi sentada. Mi mamá y Cristina están todo el<br />

día a mi lado y mi cuñado viene a verme apenas sale <strong>de</strong> su trabajo. Todos son muy buenos, pero yo<br />

quisiera que tú estuvieras aquí, sólo así me sentiría tranquila <strong>de</strong>l todo. Ahora estoy un poco mejor, pero<br />

tengo mucho miedo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r al bebé. El médico dice que la primera vez es complicado, pero que todo<br />

irá bien. Estoy muy nerviosa y pienso todo el tiempo en ti. Cuídate mucho, tú. ¿Me estás extrañando, no<br />

es verdad? Pero no tanto como yo a ti". Al leerla, había comenzado a sentirse abatido. Y a media lectura,<br />

el capitán se presentó en su cuarto con el rostro avinagrado, para <strong>de</strong>cirle: "el coronel ya sabe todo. Salió<br />

usted con su gusto. Dice el comandante que saque <strong>de</strong>l calabozo a Fernán<strong>de</strong>z y lo lleve a la oficina <strong>de</strong>l<br />

coronel. Ahora mismo". Gamboa no estaba alarmado, pero sentía una falta total <strong>de</strong> entusiasmo, como si<br />

<strong>de</strong> pronto todo ese asunto hubiera <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> concernirle. No era frecuente en él <strong>de</strong>jarse vencer por el<br />

<strong>de</strong>sgano. Estaba malhumorado. Dobló la carta en cuatro, la guardó en su cartera y abrió la puerta.<br />

Alberto lo había visto venir por la rejilla, sin duda, pues lo esperaba en posición <strong>de</strong> firmes. El calabozo<br />

era más claro que el que ocupaba el Jaguar y Gamboa observó que el pantalón caqui <strong>de</strong> Alberto era<br />

ridículamente corto: se ajustaba a sus piernas como un buzo <strong>de</strong> bailarín y sólo la mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> botones<br />

<strong>de</strong> la bragueta estaban abrochados. <strong>La</strong> camisa, en cambio, era <strong>de</strong>masiado ancha: las hombreras<br />

colgaban y a la espalda se formaba una gran joroba.<br />

-Oiga -dijo Gamboa- ¿Dón<strong>de</strong> se ha cambiado el uniforme <strong>de</strong> salida?<br />

-Aquí mismo, mi teniente. Tenía el uniforme <strong>de</strong> diario en mi maletín. Lo llevo <strong>los</strong> sábados a mi casa para<br />

que lo laven.<br />

Gamboa vio sobre la tarima una esfera blanca, el quepí, y unos puntos luminosos, <strong>los</strong> botones <strong>de</strong> la<br />

guerrera.<br />

-¿No conoce el reglamento? -dijo, con brusquedad <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> diario se lavan en el colegio, no se<br />

pue<strong>de</strong>n sacar a la calle. ¿Y qué pasa con ese uniforme? Parece usted un payaso.<br />

El rostro <strong>de</strong> Alberto se llenó <strong>de</strong> ansiedad. Con una mano trató <strong>de</strong> abotonar la parte superior <strong>de</strong>l pantalón<br />

pero, aunque sumía el estómago visiblemente, no lo consiguió.<br />

-El pantalón ha encogido y la camisa ha crecido -dijo Gamboa, con sorna- ¿Cuál <strong>de</strong> las dos prendas es<br />

robada?<br />

-<strong>La</strong>s dos, mi teniente.<br />

Gamboa recibió un pequeño impacto: en efecto, el capitán tenía razón, ese ca<strong>de</strong>te lo consi<strong>de</strong>raba un<br />

aliado.<br />

-Mierda -dijo, como hablando consigo mismo- ¿Sabe que a usted tampoco lo salva ni Cristo? Está más<br />

embarrado que cualquiera. Voy a <strong>de</strong>cirle una cosa. Me ha hecho un flaco servicio viniendo a contarme<br />

sus problemas. ¿Por qué no se le ocurrió llamar a Huarina o a Pitaluga?<br />

-No sé, mi teniente -dijo Alberto. Pero añadió, <strong>de</strong> prisa: -Sólo tengo confianza en usted.<br />

-Yo no soy su amigo -dijo Gamboa-, ni su compinche, ni su protector. He hecho lo que era mi obligación.<br />

Ahora todo está en manos <strong>de</strong>l coronel y <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> Oficiales. Ya sabrán el<strong>los</strong> lo que hacen con<br />

usted. Venga conmigo, el coronel quiere verlo.<br />

Alberto pali<strong>de</strong>ció,-sus pupilas se dilataron.<br />

-¿Tiene miedo? -dijo Gamboa.<br />

Alberto no respondió. Se había cuadrado y pestañeaba.<br />

-Venga -dijo Gamboa.<br />

Atravesaron la pista <strong>de</strong> cemento y Alberto se sorprendió al ver que Gamboa no contestaba el saludo <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> la guardia. Era la primera vez que entraba a ese edificio. Sólo por el exterior -altos<br />

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