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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

para junto al monumento a Jorge Chávez; en la penumbra, el compacto triángulo y sus estatuas<br />

volantes parecen <strong>de</strong> brea. Un río <strong>de</strong> automóviles anega la avenida y él espera en la esquina, con otros<br />

transeúntes. Pero cuando el río se <strong>de</strong>tiene y las personas que le ro<strong>de</strong>an cruzan la pista ante una muralla<br />

<strong>de</strong> parachoques, él permanece en el sitio, mirando estúpidamente la luz roja <strong>de</strong>l semáforo. "Si se<br />

pudiera retroce<strong>de</strong>r y hacer las cosas <strong>de</strong> nuevo y por ejemplo, esa noche, <strong>de</strong>cirle dón<strong>de</strong> está el Jaguar,<br />

no está, chau, y a mí qué diab<strong>los</strong> que le robaran su sacón, cada uno se las arregla como pue<strong>de</strong>, nada<br />

más que eso y yo estaría tranquilo, sin problemas, oyendo a mi mamá, Albertito tu papá siempre lo<br />

mismo, con las malas mujeres día y noche, noche y día con las polillas, hijito, siempre lo mismo." Ahora<br />

está en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Expreso, en la avenida 28 <strong>de</strong> julio y ha <strong>de</strong>jado atrás el bar. Al pasar lo miró sólo<br />

<strong>de</strong> reojo pero todavía recuerda el ruido, la claridad hiriente y el humo que salían hasta la calle. Viene un<br />

Expreso, la gente sube, el conductor le pregunta "¿y usted?" y como él lo mira con indiferencia, se<br />

encoge <strong>de</strong> hombros y cierra la puerta. Alberto gira y por tercera vez recorre el mismo sector <strong>de</strong> la<br />

avenida. Llega a la puerta <strong>de</strong>l bar y entra. El ruido lo amenaza <strong>de</strong> todas direcciones, la luz lo ciega y<br />

pestañea varias veces. Consigue llegar al mostrador entre cuerpos que huelen a alcohol y a tabaco. Pi<strong>de</strong><br />

una lista <strong>de</strong> teléfonos. "Se lo estarán comiendo a poquitos, si comenzaron por <strong>los</strong> Ojos que son tan<br />

blandos, ya <strong>de</strong>ben estar en el cuello, ya se tragaron la nariz, las orejas, se le han metido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las<br />

uñas como, piques y están <strong>de</strong>vorando la carne, qué banquete se <strong>de</strong>ben estar dando. Debí llamar antes<br />

que empezaran a comérselo, antes que lo enterraran, antes que se muriera, antes." El bullicio lo<br />

martiriza, le impi<strong>de</strong> concentrarse lo suficiente para localizar, entre las columnas <strong>de</strong> nombres, el apellido<br />

que busca. Finalmente, lo encuentra. Levanta <strong>de</strong> golpe el auricular, pero cuando va a marcar el número<br />

su mano queda suspendida a milímetros <strong>de</strong>l tablero; en sus oídos resuena ahora un pito estri<strong>de</strong>nte. Sus<br />

ojos perciben a un metro, tras el mostrador, una casaca blanca, con las solapas arrugadas. Marca el<br />

número y escucha la llamada: un silencio, un espasmo sonoro, un silencio. Echa un vistazo alre<strong>de</strong>dor.<br />

Alguien, en una esquina <strong>de</strong>l bar, brinda por una mujer: otros contestan y repiten un nombre. <strong>La</strong><br />

campanilla <strong>de</strong>l teléfono sigue llamando, con interva<strong>los</strong> idénticos. "¿Quién es?", dice una voz. Queda<br />

mudo; su garganta es un trozo <strong>de</strong> hielo. <strong>La</strong> sombra blanca que está al frente se mueve, se aproxima. "El<br />

teniente Gamboa, por favor", dice Alberto. "Whisky americano, dice la sombra, whisky <strong>de</strong> mierda.<br />

Whisky inglés, buen whisky." "Un momento, dice la voz. Voy a llamarlo." Tras él, el hombre que<br />

brindaba, ha iniciado un discurso. "Se llama Leticia y no me da vergüenza <strong>de</strong>cir que la quiero,<br />

muchachos. Casarse es algo serio. Pero yo la quiero y por eso me caso con la chola, muchachos... -<br />

Whisky, insiste la sombra. Scotch. Buen whisky.'Escocés, inglés, da lo mismo. No americano, sino<br />

escocés o inglés." "Aló", escucha. Siente un estremecimiento y separa ligeramente el auricular <strong>de</strong> su<br />

cara. "Sí, dice el teniente Gamboa. ¿Quién es?" "Se acabó la jarana para siempre, muchachos. En<br />

a<strong>de</strong>lante, hombre serio a más no po<strong>de</strong>r. Y a trabajar duro para hacer dinero y tener contenta a la chola."<br />

"¿Teniente Gamboa?", pregunta Alberto. "Pisco <strong>de</strong> Montesierpe, afirma la sombra, mal pisco. Pisco<br />

Motocachi, buen pisco.- "yo soy. ¿Quién habla?" "Un ca<strong>de</strong>te, respon<strong>de</strong> Alberto. Un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> quinto<br />

año." "Viva mi chola y vivan mis amigos.- "¿Qué quiere?" "El mejor pisco <strong>de</strong>l mundo, a mi enten<strong>de</strong>r,<br />

asegura la sombra. Pero rectifica: 0 uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> mejores, señor. Pisco Motocachi." "Su nombre", dice<br />

Gamboa. ', Tendré diez hijos. Todos hombres. Para ponerles el nombre <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> mis amigos,<br />

muchachos. El mío a ninguno, sólo <strong>los</strong> nombres <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s." "A Arana lo mataron, dice Alberto. Yo sé<br />

quién fue. ¿Puedo ir a su casa?"“Su nombre", dice Gamboa. "¿Quiere usted matar a una ballena? Déle<br />

pisco Motocachi, señor." Ca<strong>de</strong>te Alberto Fernán<strong>de</strong>z, mi teniente. Primera sección. ¿Puedo ir?" "Venga<br />

inmediatamente, dice Gamboa, Calle Bolognesi, 327. Barranco." Alberto cuelga.<br />

Todos están distintos, a lo mejor yo también, sólo que no me doy cuenta. El Jaguar ha cambiado mucho,<br />

es para asustarse. Anda furioso, no se le pue<strong>de</strong> hablar, uno se le acerca a hacerle una pregunta, a<br />

pedirle un cigarrillo, y ahí mismo se pone como si le hubieran bajado el pantalón y empieza a <strong>de</strong>cir<br />

brutalida<strong>de</strong>s. No aguanta nada, por cualquier cosa, bum, la risita <strong>de</strong> las peleas y hay que estar<br />

calmándolo, Jaguar, qué te pasa, si yo no me meto contigo, no te sulfures, matoneas sin motivo. Y a<br />

pesar <strong>de</strong> las disculpas se le va la mano por cualquier cosa, en estos días he visto a varios machucados.<br />

No sólo anda así con <strong>los</strong> <strong>de</strong> la sección, también con el Ru<strong>los</strong> y conmigo, parece mentira que se porte así<br />

con nosotros que somos <strong>de</strong>l Círculo. Pero el Jaguar ha cambiado por lo <strong>de</strong>l serrano, yo pesco todas las<br />

cosas. Por más que se riera y quisiera <strong>de</strong>mostrar que le importaba un pito, la expulsión <strong>de</strong>l serrano Cava<br />

lo ha transformado. Nunca le había visto esos ataques <strong>de</strong> rabia, qué manera <strong>de</strong> temblarle la cara, qué<br />

palabrotas, lo quemo todo, <strong>los</strong> mato a todos, una noche incendiaremos el edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales,<br />

quisiera <strong>de</strong>spanzurrar al coronel y ponerme sus tripas <strong>de</strong> corbata. Me parece que hace un mundo <strong>de</strong><br />

tiempo que no nos reunimos <strong>los</strong> tres que quedamos <strong>de</strong>l Círculo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo metieron a<strong>de</strong>ntro al<br />

serrano y tratábamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir al soplón. No es justo lo que pasa aquí, el serrano con las alpacas,<br />

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