Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
-¿Sabe usted qué es esto, ca<strong>de</strong>te?<br />
-No, mi coronel.<br />
-Claro que sabe, ca<strong>de</strong>te. Míre<strong>los</strong>.<br />
Alberto <strong>los</strong> recibió y sólo cuando hubo leído varias líneas, comprendió.<br />
-¿Reconoce esos papeles, ahora?<br />
Alberto vio que la pierna se encogía. Junto al espaldar apareció una cabeza: el teniente Gamboa lo<br />
miraba. Enrojeció violentamente.<br />
-Claro que <strong>los</strong> reconoce -añadió el coronel, con alegría- Son documentos, pruebas fehacientes. Vamos a<br />
ver, léanos algo <strong>de</strong> lo que dice ahí.<br />
Alberto pensó súbitamente, en el bautizo <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>. Por primera vez, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años, sentía<br />
esa sensación <strong>de</strong> impotencia y humillación radical que había <strong>de</strong>scubierto al ingresar al colegio. Sin<br />
embargo, ahora era todavía peor: al menos, el bautizo se compartía.<br />
-He dicho que lea -repitió el coronel.<br />
Alberto leyó, haciendo un gran esfuerzo. Su voz era débil y se cortaba por momentos: "tenía unas<br />
piernas muy gran<strong>de</strong>s y muy peludas y unas nalgas tan enormes que más parecía un animal que una<br />
mujer, pero era la puta más solicitada <strong>de</strong> la cuarta cuadra, porque todos <strong>los</strong> viciosos iban don<strong>de</strong> ella". Se<br />
calló. Tenso, esperaba que la voz <strong>de</strong>l coronel le or<strong>de</strong>nara continuar. Pero el coronel permanecía callado.<br />
Alberto sentía una fatiga profunda. Como <strong>los</strong> concursos en la cueva <strong>de</strong> Paulino, la humillación lo agotaba<br />
físicamente, ablandaba sus múscu<strong>los</strong>, oscurecía su cerebro.<br />
-Devuélvame esos papeles -dijo el coronel. Alberto se <strong>los</strong> entregó. El coronel se puso a hojear<strong>los</strong>,<br />
lentamente. A medida que pasaban frente a sus ojos, movía <strong>los</strong> labios y <strong>de</strong>jaba escapar un murmullo.<br />
Alberto oía fragmentos <strong>de</strong> títu<strong>los</strong> que apenas recordaba, algunos habían sido escritos un año atrás:<br />
"Lula, la chuchumeca incorregible", "<strong>La</strong> mujer loca y el burro", "<strong>La</strong> jijuna y el Jijuno”<br />
-¿Sabe usted lo que <strong>de</strong>bo hacer con estos papeles? -dijo el coronel. Tenía <strong>los</strong> ojos entrecerrados, parecía<br />
abrumado por una obligación penosa e ineludible. Su voz revelaba fastidio y cierta amargura: -Ni<br />
siquiera reunir al Consejo <strong>de</strong> Oficiales, ca<strong>de</strong>te. Echarlo a la calle <strong>de</strong> inmediato, por <strong>de</strong>generado. Y llamar<br />
a su padre, para que lo lleve a una clínica; tal vez <strong>los</strong> psiquiatras (¿me entien<strong>de</strong> usted, <strong>los</strong> psiquiatras?)<br />
puedan curarlo. Esto sí que es un escándalo, ca<strong>de</strong>te. Hay que tener un espíritu extraviado, pervertido,<br />
para <strong>de</strong>dicarse a escribir semejantes cosas. Hay que ser una escoria. Estos papeles <strong>de</strong>shonran al colegio,<br />
nos <strong>de</strong>shonran a todos. ¿Tiene algo que <strong>de</strong>cir? Hable, hable.<br />
-No, mi coronel.<br />
-Naturalmente -dijo el coronel- ¿Qué pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir ante documentos flagrantes? Ni una palabra.<br />
Respóndame con franqueza, <strong>de</strong> hombre a hombre. ¿Merece usted que lo expulsen, que lo <strong>de</strong>nunciemos<br />
a su familia como pervertido y corruptor? ¿Sí o no?<br />
-Sí, mi coronel.<br />
-Estos papeles son su ruina, ca<strong>de</strong>te. ¿Cree usted que algún colegio lo recibiría <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ser expulsado<br />
por vicioso, por taras espirituales? Su ruina <strong>de</strong>finitiva. ¿Sí o no?<br />
-Sí, mi coronel.<br />
-¿Qué haría usted en mi caso, ca<strong>de</strong>te?<br />
-No sé, mi coronel.<br />
-Yo sí, ca<strong>de</strong>te. Tengo un <strong>de</strong>ber que cumplir- Hizo una pausa. Su rostro <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser beligerante, se<br />
suavizó. Todo su cuerpo se contrajo y, al retroce<strong>de</strong>r en el asiento, el vientre disminuyó <strong>de</strong> volumen, se<br />
humanizó. El coronel se rascaba el mentón, su mirada erraba por la habitación, parecía sumido en i<strong>de</strong>as<br />
contradictorias. El comandante y el teniente no se movían. Mientras el coronel reflexionaba, Alberto<br />
concentraba su atención en el pie que apoyaba el tacón en el piso encerado y permanecía en ángulo:<br />
aguardaba con angustia que la puntera <strong>de</strong>scendiera y comenzara a golpear acompasadamente el suelo.<br />
-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z Temple -dijo el coronel con voz grave. Alberto levantó la cabeza-. ¿Está usted<br />
arrepentido?<br />
-Sí, mi coronel -repuso Alberto, sin vacilar.<br />
-Yo soy un hombre con sensibilidad -dijo el coronel-. Y estos papeles me avergüenzan. Son una afrenta<br />
sin nombre para el colegio. Míreme, ca<strong>de</strong>te. Usted tiene una formación militar, no es un cualquiera.<br />
Pórtese como un hombre. ¿Compren<strong>de</strong> lo que le digo?<br />
-Sí, mi coronel.<br />
-¿Hará todo lo necesario para enmendarse? ¿Tratará <strong>de</strong> ser un ca<strong>de</strong>te mo<strong>de</strong>lo?<br />
_Sí, mi coronel.<br />
-Ver para creer -dijo el coronel- Estoy cometiendo una falta, mi <strong>de</strong>ber me obliga a echarlo a la calle en el<br />
acto. Pero, no por usted, sino por la institución que es sagrada, por esta gran familia que formamos <strong>los</strong><br />
leonciopradinos, voy a darle una última oportunidad. Guardaré estos papeles y lo tendré en observación.<br />
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