Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
-Te digo que me sueltes - dijo Alberto- Tengo que irme.<br />
En vez <strong>de</strong> soltarlo, el ca<strong>de</strong>te le apretó el brazo con más fuerza. Y cantó:<br />
Siento en el ovario un dolor profundo; es el peladingo que ya viene al mundo.<br />
El más pequeño se rió.<br />
-¿Vas a soltarme?<br />
-No. Dime primero que si es lo mismo.<br />
-Así no vale - dijo el pequeño-. Lo estás sugestionando. -Sí es lo mismo -gritó Alberto y se libró <strong>de</strong> un<br />
tirón. Se alejó. Los muchachos se quedaron discutiendo. Caminó muy rápido hasta el edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
oficiales y allí dobló; estaba sólo a diez metros <strong>de</strong> la enfermería y apenas distinguía sus muros: la<br />
neblina había borrado puertas y ventanas. En el pasillo no había nadie; tampoco en la pequeña oficina<br />
<strong>de</strong> la guardia. Subió al segundo piso, venciendo <strong>de</strong> dos en dos <strong>los</strong> escalones. Junto a la entrada, había<br />
un hombre con un mandil blanco. Tenía en la mano un periódico pero no leía: miraba la pared con aire<br />
siniestro. Al sentirlo, se incorporó.<br />
-Salga <strong>de</strong> aquí, ca<strong>de</strong>te -dijo-. Está prohibido.<br />
-Quiero ver al ca<strong>de</strong>te Arana.<br />
-No - dijo el hombre, <strong>de</strong> mal modo- Váyase. Nadie pue<strong>de</strong> ver al ca<strong>de</strong>te Arana. Está aislado.<br />
-Tengo urgencia -insistió Alberto-. Por favor. Déjeme hablar con el médico <strong>de</strong> turno.<br />
-Yo soy el médico <strong>de</strong> turno.<br />
-Mentira. Usted es el enfermero. Quiero hablar con el médico.<br />
-No me gustan esas bromas - dijo el hombre. Había <strong>de</strong>jado el periódico en el suelo.<br />
-Si no llama al médico, voy a buscarlo yo - dijo Alberto- Y pasaré aunque usted no quiera.<br />
-¿Qué le pasa, ca<strong>de</strong>te? ¿Está usted loco?<br />
-Llame al médico, carajo -gritó Alberto- Maldita sea, llame al médico.<br />
-En este colegio todos son unos salvajes - dijo el hombre. Se puso <strong>de</strong> pie y se alejó por el corredor. <strong>La</strong>s<br />
pare<strong>de</strong>s habían sido pintadas <strong>de</strong> blanco, tal vez recientemente, pero la humedad las había ya<br />
impregnado <strong>de</strong> llagas grises. Momentos <strong>de</strong>spués, el enfermero apareció seguido <strong>de</strong> un hombre alto, con<br />
anteojos.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>sea, ca<strong>de</strong>te?<br />
-Quisiera ver al ca<strong>de</strong>te Arana, doctor.<br />
-No se pue<strong>de</strong> -repuso el médico, haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> impotencia-. ¿No le ha dicho el soldado que<br />
está prohibido subir aquí? Podrían castigarlo, joven.<br />
-Ayer vine tres veces - dijo Alberto-. Y el soldado no me <strong>de</strong>jó pasar. Pero hoy no estaba. Por favor,<br />
doctor quisiera verlo aunque sea un minuto.<br />
-Lo siento muchísimo. Pero no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> mí. Usted sabe lo que es el reglamento. El ca<strong>de</strong>te Arana está<br />
aislado. No lo pue<strong>de</strong> ver nadie. ¿Es pariente suyo?<br />
-No - dijo Alberto- Pero tengo que hablar con él. Es algo urgente.<br />
El médico le puso la mano en el hombro y lo miró compasivamente.<br />
-El ca<strong>de</strong>te Arana no pue<strong>de</strong> hablar con nadie -dijo- Está inconsciente. Ya se pondrá bueno. Y ahora salga<br />
<strong>de</strong> aquí. No me obligue a llamar al oficial.<br />
-¿Podré verlo si traigo una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l mayor jefe <strong>de</strong> cuartel?<br />
-No - dijo el médico- Sólo con una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l coronel.<br />
Iba a esperarla a la salida <strong>de</strong> su colegio dos o tres veces por semana, pero no siempre me acercaba. Mi<br />
madre se había acostumbrado a almorzar sola, aunque no sé si <strong>de</strong> veras creía que me iba a casa <strong>de</strong> un<br />
amigo. De todos modos, le convenía que yo faltara, así gastaba menos en la comida. Algunas veces, al<br />
verme regresar a casa a mediodía, me miraba con fastidio y me <strong>de</strong>cía: "¿hoy no vas a Chucuito?". Por<br />
mí, hubiera ido todos <strong>los</strong> días a buscarla a su colegio, pero en el Dos <strong>de</strong> Mayo no me daban permiso<br />
para salir antes <strong>de</strong> la hora. Los lunes era fácil, pues teníamos educación física; en el recreo me escondía<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> pilares hasta que el profesor Zapata se llevara al año a la calle; entonces me escapaba por<br />
la puerta principal. El profesor Zapata había sido campeón <strong>de</strong> box, pero ya estaba viejo y no le<br />
interesaba trabajar; nunca pasaba lista. Nos llevaba al campo y <strong>de</strong>cía: 'Jueguen fútbol que es un buen<br />
ejercicio para las piernas; pero no se alejen mucho". Y se sentaba en el pasto a leer el periódico. Los<br />
martes era imposible salir antes; el profesor <strong>de</strong> matemáticas conocía a toda la clase por su nombre. En<br />
cambio el miércoles teníamos dibujo y música y el doctor Cigüeña vivía en la luna; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l recreo <strong>de</strong><br />
las once me salía por <strong>los</strong> garajes y tomaba el tranvía a media cuadra <strong>de</strong>l colegio.<br />
El flaco Higueras me seguía dando plata. Siempre esperaba en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista para invitarme un<br />
trago, un cigarrillo y para hablarme <strong>de</strong> mi hermano, <strong>de</strong> mujeres, <strong>de</strong> muchas cosas. "Ya eres un hombre,<br />
me <strong>de</strong>cía. Hecho y <strong>de</strong>recho." A veces me ofrecía dinero sin que yo se lo pidiera. No me daba mucho,<br />
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