Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
Habían llegado a la línea <strong>de</strong>l tranvía. Bajaron por la avenida Reducto. Él le pasó el brazo por el hombro:<br />
bajo su mano, latía una piel suave, tibia, que <strong>de</strong>bía ser tocada con pru<strong>de</strong>ncia, como si fuera a<br />
<strong>de</strong>shacerse. ¿Por qué había contado a Marcela la historia <strong>de</strong> Teresa? Todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio hablaban <strong>de</strong><br />
sus enamoradas, la misma Marcela había estado con un muchacho <strong>de</strong> San isidro; no quería pasar por un<br />
principiante. El hecho <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong>l Colegio Leoncio Prado le daba cierto prestigio en el barrio, lo<br />
miraban como al hijo pródigo, alguien que retorna al hogar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vivir una gran aventura. ¿Qué<br />
hubiera ocurrido si esa noche no encuentra allí, en la esquina <strong>de</strong> Diego Ferré, a <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l<br />
barrio?<br />
-Un fantasma -dijo Pluto-. ¡Un fantasma, sí, señor!<br />
El Bebe lo tenía abrazado, Helena le sonreía, Tico le presentaba a <strong>los</strong> <strong>de</strong>3conocidos, Molly <strong>de</strong>cía "hace<br />
tres años que no lo veíamos, nos había olvidado", Emilio lo llamaba "ingrato" y le daba golpecitos<br />
afectuosos en la espalda.<br />
-Un fantasma -repitió Pluto-. ¿No les da miedo?<br />
Él estaba con su traje <strong>de</strong> civil, el uniforme reposaba sobre una silla, el quepí había rodado al suelo, su<br />
madre había salido, la casa <strong>de</strong>sierta lo exasperaba, tenía ganas <strong>de</strong> fumar, sólo hacía dos horas que<br />
estaba libre y lo <strong>de</strong>sconcertaban las infinitas posibilida<strong>de</strong>s para ocupar su tiempo que se abrían ante él. -<br />
Iré a comprar cigarril<strong>los</strong>, pensó; y <strong>de</strong>spués, don<strong>de</strong> Teresa. “Pero una vez que salió y compró cigarril<strong>los</strong>,<br />
no subió al Expreso, sino que estuvo largo rato ambulando por las calles <strong>de</strong> Miraflores como lo hubiera<br />
hecho un turista o un vagabundo: la avenida <strong>La</strong>rco, <strong>los</strong> Malecones, la Diagonal, el Parque Salazar y <strong>de</strong><br />
pronto allí estaban el Bebe, Pluto, Helena, una gran rueda <strong>de</strong> rostros sonrientes que le daban la<br />
bienvenida.<br />
-Llegas justo -dijo Molly- Necesitábamos un hombre para el paseo a Chosica. Ahora estamos completos,<br />
ocho parejas.<br />
Se quedaron conversando hasta el anochecer, se pusieron <strong>de</strong> acuerdo para ir en grupo a la playa al día<br />
siguiente. Cuando se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, Alberto regresó a su casa, andando lentamente, absorbido por<br />
preocupaciones recién adquiridas. Marcela ¿Marcela qué?, no la había visto nunca, vivía en la avenida<br />
Primavera, era nueva en Mira flores, le había dicho: ¿Pero vienes <strong>de</strong> todas maneras, no?". Su ropa <strong>de</strong><br />
baño estaba vieja, tenía que convencer a su madre que le comprase otra, mañana mismo, a primera<br />
hora, para estrenarla en la Herradura.<br />
-¿No es formidable? -dijo Pluto-. ¡Un fantasma <strong>de</strong> carne y hueso!<br />
-Sí -dijo el teniente Huarina-. Pero vaya rápido don<strong>de</strong> el capitán.<br />
"Ahora no me pue<strong>de</strong> hacer nada, pensó Alberto. Ya nos dieron las libretas. Le diré en su cara lo que es."<br />
Pero no se lo dijo, se cuadró y lo saludó respetuosamente. El capitán le sonreía, sus ojos examinaban el<br />
uniforme <strong>de</strong> parada. "Es la última vez que me lo pongo", pensaba Alberto. Mas no se sentía exaltado<br />
ante la perspectiva <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar el Colegio para siempre.<br />
-Está bien -dijo el capitán-. Límpiese el polvo <strong>de</strong> <strong>los</strong> zapatos. Y preséntese al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l coronel sobre<br />
la marcha.<br />
Subió las escaleras con un presentimiento <strong>de</strong> catástrofe. El civil le preguntó su nombre y se apresuró a<br />
abrirle la puerta. El coronel estaba en su escritorio. Esta vez también lo impresionó el brillo <strong>de</strong>l suelo, las<br />
pare<strong>de</strong>s y <strong>los</strong> objetos; hasta la piel y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> <strong>de</strong>l coronel parecían encerados.<br />
-Pase, pase, ca<strong>de</strong>te -dijo el coronel.<br />
Alberto seguía intranquilo. ¿Qué escondían ese tono afectuoso, esa mirada amable? El coronel lo felicitó<br />
por sus exámenes. "¿Ve usted?, le dijo; con un poco <strong>de</strong> esfuerzo se obtienen muchas recompensas. Sus<br />
calificativos son excelentes." Alberto no <strong>de</strong>cía nada, recibía <strong>los</strong> elogios inmóvil y al acecho.<br />
"En el Ejército, afirmaba el coronel, la justicia se impone tar<strong>de</strong> o temprano. Es algo inherente al sistema,<br />
usted se <strong>de</strong>be haber dado cuenta por experiencia propia. Veamos, ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z: estuvo a punto <strong>de</strong><br />
arruinar su vida, <strong>de</strong> manchar un apellido honorable, una tradición familiar ilustre. Pero el Ejército le dio<br />
una última oportunidad. No me arrepiento <strong>de</strong> haber confiado en usted. Déme la mano, ca<strong>de</strong>te." Alberto<br />
tocó un puñado <strong>de</strong> carne blanda, esponjosa. "Se ha enmendado usted, añadió el coronel. Enmendado,<br />
sí. Por eso lo he hecho venir. Dígame, ¿cuáles son sus planes para el futuro?" Alberto le dijo que iba a<br />
ser ingeniero. "Bien, dijo el coronel. Muy bien. <strong>La</strong> Patria necesita técnicos. Hace usted bien, es una<br />
profesión útil. Le <strong>de</strong>seo mucha suerte." Alberto, entonces, sonrió con timi<strong>de</strong>z y dijo: `no sé cómo<br />
agra<strong>de</strong>cerle, mi coronel. Muchas gracias, muchas". "Pue<strong>de</strong> retirarse ahora, le dijo el coronel. Ah, y no<br />
olvi<strong>de</strong> inscribirse en la Asociación <strong>de</strong> exalumnos. Es preciso que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes mantengan víncu<strong>los</strong> con el<br />
colegio. Todos formamos una gran familia." El Director se puso <strong>de</strong> pie, lo acompañó hasta la puerta y<br />
sólo allí recordó algo. "Es cierto, dijo, haciendo un trazo aéreo con la mano. Olvidaba un <strong>de</strong>talle." Alberto<br />
se cuadró.<br />
-¿Recuerda usted unas hojas <strong>de</strong> papel? Ya sabe <strong>de</strong> qué hablo, un asunto feo.<br />
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