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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Pero qué? -gritó el capitán-. ¿Como se atreve a hacer una afirmación semejante sin pruebas<br />

concretas? ¿Sabe usted lo que significa acusar a alguien <strong>de</strong> asesinato? ¿Por qué ha inventado esta<br />

historia estúpida?<br />

<strong>La</strong> frente <strong>de</strong>l capitán Garrido estaba húmeda y en cada uno <strong>de</strong> sus ojos había una llamita amarilla. Sus<br />

manos se aplastaban, coléricas, contra el tablero <strong>de</strong>l escritorio; sus sienes latían. Alberto recuperó <strong>de</strong><br />

golpe el aplomo: tuvo la impresión <strong>de</strong> que su cuerpo se rellenaba. Sostuvo sin pestañear la mirada <strong>de</strong>l<br />

capitán y, al cabo <strong>de</strong> unos segundos, vio que el oficial <strong>de</strong>sviaba la vista.<br />

-No he inventado nada, mi capitán -dijo y su voz sonó convincente a sus propios oídos. Repitió: -Nada,<br />

mi capitán. Los <strong>de</strong>l Círculo estaban buscando al que hizo expulsar a Cava. El Jaguar quería vengarse a<br />

toda costa, lo que más odia son <strong>los</strong> soplones. Y todos odiaban al ca<strong>de</strong>te Arana, lo trataban como a un<br />

esclavo. Estoy seguro que el Jaguar lo mató, mi capitán. Si no estuviera seguro, no habría dicho nada.<br />

-Un momento, Fernán<strong>de</strong>z -dijo Gamboa-. Explique todo con or<strong>de</strong>n. Acérquese. Siéntese, si quiere.<br />

-No -dijo el capitán, cortante, y Gamboa se volvió a mirarlo. Pero el capitán Garrido tenía <strong>los</strong> ojos fijos<br />

en Alberto. Qué<strong>de</strong>se don<strong>de</strong> está. Y siga.<br />

Alberto tosió y se limpió la frente con el pañuelo. Comenzó a hablar con tina voz contenida y ja<strong>de</strong>ante,<br />

silenciada por largas pausas, pero a medida que refería las proezas <strong>de</strong>l Círculo y la historia <strong>de</strong>l Esclavo, e<br />

insensiblemente <strong>de</strong>slizaba en su relato a <strong>los</strong> otros ca<strong>de</strong>tes y <strong>de</strong>scribía la estrategia utilizada para pasar<br />

<strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> y el licor, <strong>los</strong> robos y la venta <strong>de</strong> exámenes, las veladas don<strong>de</strong> Paulino, las contras por el<br />

estadio y “<strong>La</strong> Perlita", las partidas <strong>de</strong> póquer en <strong>los</strong> baños, <strong>los</strong> concursos, las venganzas, las apuestas, y<br />

la vida secreta <strong>de</strong> su sección iba surgiendo como un personaje <strong>de</strong> pesadilla ante el capitán, que pali<strong>de</strong>cía<br />

sin cesar, la voz <strong>de</strong> Alberto cobraba soltura, firmeza y hasta era, por instantes, agresiva.<br />

-¿Y eso qué tiene que ver? -lo interrumpió, una sola vez, el capitán.<br />

-Es para que usted me crea, mi capitán -dijo Alberto-. Los oficiales no pue<strong>de</strong>n saber lo que pasa en las<br />

cuadras. Es como si fuera otro mundo. Es para que me crea lo que le digo <strong>de</strong>l Esclavo.<br />

Más tar<strong>de</strong>, cuando Alberto calló, el capitán Garrido permaneció unos segundos en silencio, examinando<br />

con excesiva atención todos <strong>los</strong> objetos <strong>de</strong>l escritorio, uno tras otro. Sus manos, ahora, jugueteaban con<br />

<strong>los</strong> botones <strong>de</strong> su camisa.<br />

-Bien -dijo <strong>de</strong> pronto-. Quiere <strong>de</strong>cir que la sección entera <strong>de</strong>be ser expulsada. Unos por ladrones, otros<br />

por borrachos, otros por timberos. Todos son culpables <strong>de</strong> algo, muy bien. ¿Y usted qué era?<br />

-Todos éramos todo -dijo Alberto- Sólo Arana era diferente. Por eso nadie se juntaba con él. -Su voz se<br />

quebró: -Tiene que creerme, mi capitán. El Círculo lo estaba buscando. Querían encontrar como fuera al<br />

que <strong>de</strong>nunció a Cava. Querían vengarse, mi capitán.<br />

-Alto ahí -dijo el capitán, <strong>de</strong>sconcertado-. Toda esta historia cae por su base. ¿Qué tonterías dice usted?<br />

Nadie <strong>de</strong>nunció al ca<strong>de</strong>te Cava.<br />

-No son tonterías, mi capitán -dijo Alberto-. Pregunte usted al teniente Huarina si no fue el Esclavo quien<br />

<strong>de</strong>nunció a Cava. Él fue el único que lo vio salir <strong>de</strong> la cuadra para robarse el examen; estaba <strong>de</strong><br />

imaginaria. Pregúnteselo al teniente Huarina.<br />

-Lo que usted dice no tiene pies ni cabeza -dijo el capitán. Pero Alberto notó que ya no parecía tan<br />

seguro <strong>de</strong> sí mismo; una <strong>de</strong> sus manos estaba inútilmente suspendida en el aire y su <strong>de</strong>ntadura parecía<br />

más gran<strong>de</strong>- Ni pies ni cabeza.<br />

-Para el Jaguar era lo mismo que si lo hubieran acusado a él, mi capitán -dijo Alberto-. Estaba loco <strong>de</strong><br />

furia por la expulsión <strong>de</strong> Cava. El Círculo se reunía todo el tiempo. Ha sido una venganza. Yo conozco al<br />

Jaguar, es capaz...<br />

-Basta -dijo el capitán-. Lo que usted dice es infantil. Está acusando a un compañero <strong>de</strong> asesino, sin<br />

pruebas. No me sorpren<strong>de</strong>ría que el que quiera vengarse sea usted, ahora. En el Ejército no se admiten<br />

esta clase <strong>de</strong> juegos, ca<strong>de</strong>te. Pue<strong>de</strong> costarle caro.<br />

-Mi capitán -dijo Alberto-. El Jaguar estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Arana en el asalto <strong>de</strong>l cerro.<br />

Pero se calló. Lo había dicho sin pensar y ahora dudaba. Febrilmente, trataba <strong>de</strong> reconstituir en<br />

imágenes el <strong>de</strong>scampado <strong>de</strong> la Perla, la colina ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> sembríos, la mañana <strong>de</strong> aquel sábado, la<br />

formación.<br />

-¿Está seguro? -dijo Gamboa.<br />

-Sí, mi teniente. Estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Arana. Estoy seguro.<br />

El capitán Garrido <strong>los</strong> miraba, sus ojos saltaban <strong>de</strong> uno a otro, <strong>de</strong>sconfiados, iracundos. Sus manos se<br />

habían unido; una estaba cerrada y la otra la envolvía, le daba calor.<br />

-Eso no quiere <strong>de</strong>cir nada -dijo- Absolutamente nada.<br />

Quedaron en silencio, <strong>los</strong> tres. De pronto, el capitán se puso <strong>de</strong> pie y comenzó a pasear por la habitación<br />

con las manos cruzadas a la espalda. Gamboa se había sentado en el lugar que ocupaba antes el capitán<br />

y miraba la pared. Parecía reflexionar.<br />

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