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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

fulbito. Se ponían zapatillas <strong>de</strong> basquet, como en la cancha <strong>de</strong>l Club Terrazas y procuraban que la pelota<br />

no estuviera muy inflada para evitar <strong>los</strong> botes. Generalmente jugaban por bajo, haciendo pases muy<br />

cortos, disparando al arco <strong>de</strong> muy cerca y sin violencia. El límite se señalaba con una tiza, pero a <strong>los</strong><br />

pocos minutos <strong>de</strong> juego, con el repaso <strong>de</strong> las zapatillas y la pelota, la línea se había borrado y había<br />

discusiones apasionadas para <strong>de</strong>terminar si el gol era legítimo. El partido transcurría en un clima <strong>de</strong><br />

vigilancia y temor. Algunas veces, a pesar <strong>de</strong> las precauciones, no se podía evitar que Pluto o algún otro<br />

eufórico pateara con fuerza o cabeceara y entonces la pelota salvaba uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> las casas<br />

situadas en <strong>los</strong> umbrales <strong>de</strong> la cancha, entraba al jardín, aplastaba <strong>los</strong> geranios y, si venía con impulso,<br />

se estrellaba ruidosamente contra la puerta o contra una ventana, caso crítico, y la estremecía o<br />

pulverizaba un vidrio, y entonces, olvidando la pelota para siempre, <strong>los</strong> jugadores lanzaban un gran<br />

alarido y huían. Se echaban a correr y en la carrera Pluto iba gritando, "nos siguen, nos están<br />

siguiendo". Y nadie volvía la cabeza para comprobar si era cierto, pero todos aceleraban y repetían<br />

"rápido, nos siguen, han llamado a la Policía", y ése era el momento en que Alberto, a la cabeza <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

corredores, medio ahogado por el esfuerzo, gritaba: "¡al barranco, vamos al barranco!". Y todos lo<br />

seguían, diciendo "sí, sí, al barranco" y él sentía a su alre<strong>de</strong>dor la respiración anhelante <strong>de</strong> sus<br />

compañeros, la <strong>de</strong> Pluto, <strong>de</strong>smesurada y animal; la <strong>de</strong> Tico, breve y constante; la <strong>de</strong>l Bebe, cada vez<br />

más lejana porque era el menos veloz; la <strong>de</strong> Emilio, una respiración serena, <strong>de</strong> atleta que mi<strong>de</strong><br />

científicamente su esfuerzo y cumple con tomar aire por la nariz y arrojarlo por la boca, y a su lado, la<br />

<strong>de</strong> Paco, la <strong>de</strong> Sorbino, la <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> otros, un ruido sordo, vital, que lo abrazaba y le daba ánimos<br />

para seguir acelerando por la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré y alcanzar la esquina <strong>de</strong> Colón y doblar a<br />

la <strong>de</strong>recha, pegado al muro para sacar ventaja en la curva. Y luego, la carrera era más fácil, pues Colón<br />

es una pendiente y a<strong>de</strong>más porque se veía, a menos <strong>de</strong> una cuadra, <strong>los</strong> ladril<strong>los</strong> rojos <strong>de</strong>l Malecón y,<br />

sobre el<strong>los</strong>, confundido con el horizonte, el mar gris cuya orilla alcanzarían pronto. Los muchachos <strong>de</strong>l<br />

barrio se burlaban <strong>de</strong> Alberto porque, siempre que se tendían en el pequeño rectángulo <strong>de</strong> hierba <strong>de</strong> la<br />

casa <strong>de</strong> Pluto, para hacer proyectos, se apresuraba a sugerir: "vamos al barranco". <strong>La</strong>s excursiones al<br />

barranco eran largas y arduas. Saltaban el muro <strong>de</strong> ladril<strong>los</strong> a la altura <strong>de</strong> Colón, planeaban el <strong>de</strong>scenso<br />

en una pequeña explanada <strong>de</strong> tierra, contemplando con ojos graves y experimentados la <strong>de</strong>ntadura<br />

vertical <strong>de</strong>l acantilado y discutían el camino a seguir, registrando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong> que <strong>los</strong><br />

separaban <strong>de</strong> la playa pedregosa. Alberto era el estratega más apasionado. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> observar el<br />

principio, señalaba el itinerario con frases cortas, imitando <strong>los</strong> gestos y a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> <strong>los</strong> héroes <strong>de</strong> las<br />

películas: "por allá, primero esa roca don<strong>de</strong> están las plumas, es maciza; <strong>de</strong> ahí sólo hay que saltar un<br />

metro, fíjense, luego por las piedras negras que son chatas, entonces será más fácil, al otro lado hay<br />

musgo y podríamos resbalar, fíjense que ese camino llega hasta la playita don<strong>de</strong> no hemos estado". Si<br />

alguno oponía reparos (Emilio, por ejemplo, que tenía vocación <strong>de</strong> jefe), Alberto <strong>de</strong>fendía su tesis con<br />

fervor; el barrio se dividía en dos bandos.<br />

Eran discusiones vibrantes, que cal<strong>de</strong>aban las mañanas húmedas <strong>de</strong> Miraflores. A su espalda, por el<br />

Malecón, pasaba una línea ininterrumpida <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong>; a veces, un pasajero sacaba la cabeza por la<br />

ventanilla para observar<strong>los</strong>; si se trataba <strong>de</strong> un muchacho, sus ojos se llenaban <strong>de</strong> codicia. El punto <strong>de</strong><br />

vista <strong>de</strong> Alberto solía prevalecer, porque en esas discusiones ponía un empeño, una convicción que<br />

fatigaban a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Descendían muy <strong>de</strong>spacio, <strong>de</strong>svanecido ya todo signo <strong>de</strong> polémica, sumidos en<br />

una fraternidad total, que se traslucía en las miradas, en las sonrisas, en las palabras <strong>de</strong> aliento que<br />

cambiaban. Cada vez que uno vencía un obstáculo o acertaba un salto arriesgado, <strong>los</strong> <strong>de</strong>más aplaudían.<br />

El tiempo transcurría lentísimo y cargado <strong>de</strong> tensión. A medida que se aproximaban al objetivo, se<br />

volvían más audaces; percibían ya muy próximo ese ruido peculiar, que en las noches llegaba hasta sus<br />

lechos miraflorinos y que era ahora un estruendo <strong>de</strong> agua y piedras- ' sentían en las narices ese olor a<br />

sal y conchas limpísimas y pronto estaban en la playa, un abanico minúsculo entre el cerro y la orilla,<br />

don<strong>de</strong> permanecían apiñados, bromeando, burlándose <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scenso, simulando<br />

empujarse, en medio <strong>de</strong> una gran algazara. Alberto, cuando la mañana no era muy fría o se trataba <strong>de</strong><br />

una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s en que sorpresivamente aparece en el cielo ceniza un sol tibio, se quitaba <strong>los</strong> zapatos<br />

y las medias y animado por <strong>los</strong> gritos <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros, <strong>los</strong> pantalones remangados sobre las rodillas, saltaba<br />

a la playa, sentía en sus piernas el agua fría y la superficie pulida <strong>de</strong> las piedras y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí,<br />

sosteniendo sus pantalones con una mano, con la otra salpicaba a <strong>los</strong> muchachos, que se escudaban<br />

uno tras otro, hasta que se <strong>de</strong>scalzaban a su vez, y salían a su encuentro y lo mojaban y comenzaba el<br />

combate. Más tar<strong>de</strong>, calados hasta <strong>los</strong> huesos, volvían a reunirse en la playa y, tirados sobre las piedras,<br />

discutían el ascenso. <strong>La</strong> subida era penosa y extenuante. Al llegar al barrio, permanecían echados en el<br />

jardín <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Pluto, fumando "Viceroys" comprados en la pulpería <strong>de</strong> la esquina, junto con<br />

pastillas <strong>de</strong> menta para quitarse el olor a tabaco.<br />

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