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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

oraciones lo salvarán!" Alberto la escuchaba en silencio, pensando en la Pies Dorados que tampoco vería<br />

este sábado, en la reacción <strong>de</strong>l Esclavo cuando supiera que había ido al cine con Teresa, en Pluto que<br />

estaba con Helena, en el Colegio Militar, en el barrio que hacía tres años no frecuentaba. Luego, su<br />

madre bostezó. Él se puso en pie y le dio las buenas noches. Fue a su cuarto. Comenzaba a <strong>de</strong>snudarse<br />

cuando vio en el velador un sobre con su nombre escrito en letras <strong>de</strong> imprenta. Lo abrió y extrajo un<br />

billete <strong>de</strong> cincuenta soles.<br />

-Te <strong>de</strong>jó eso -le dijo su madre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. Suspiró: -Es lo único que acepté. ¡Pobre hijito mío, no es<br />

justo que tú también te sacrifiques!<br />

Él abrazó a su madre, la levantó en peso, giró con ella en brazos, le dijo: "todo se arreglará algún día,<br />

mamacita, haré todo lo que tú quieras". Ella sonreía gozosa y afirmaba: "no necesitamos a nadie". Entre<br />

un torbellino <strong>de</strong> caricias, él le pidió permiso para salir.<br />

-Sólo unos minutos -le dijo-. A tomar un poco <strong>de</strong> aire.<br />

Ella ensombreció el rostro pero accedió. Alberto volvió a ponerse la corbata y la chaqueta, se pasó el<br />

peine por <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> y salió. Des<strong>de</strong> la ventana su madre le recordó:<br />

-No <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> rezar antes <strong>de</strong> dormir.<br />

Fue Vallano quien comunicó a la cuadra su nombre <strong>de</strong> guerra. Un domingo a medianoche, cuando <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>spojaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> salida y rescataban <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> <strong>los</strong> quepis <strong>los</strong> paquetes <strong>de</strong><br />

cigarril<strong>los</strong> burlados al oficial <strong>de</strong> guardia, Vallano comenzó a hablar solo y a voz en cuello, <strong>de</strong> una mujer<br />

<strong>de</strong> la cuarta cuadra <strong>de</strong> Huatica. Sus Ojos saltones giraban en las órbitas como una bola <strong>de</strong> acero en un<br />

círculo imantado. Sus palabras y el tono que empleaba eran fogosos.<br />

-Silencio, payaso -dijo el Jaguar- Déjanos en paz.<br />

Pero él siguió hablando mientras tendía la cama, Cava, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su litera, le preguntó:<br />

-¿Cómo dices que se llama?<br />

-Pies Dorados.<br />

-Debe ser nueva -dijo Arróspi<strong>de</strong>- Conozco a toda la cuarta cuadra y ese nombre no me suena.<br />

Al domingo siguiente, Cava, el Jaguar y Arróspi<strong>de</strong> también hablaban <strong>de</strong> ella. Se daban codazos y reían.<br />

"¿No les dije?, <strong>de</strong>cía Vallano, orgul<strong>los</strong>o. Guíense siempre <strong>de</strong> mis consejos." Una semana <strong>de</strong>spués, media<br />

sección la conocía y el nombre <strong>de</strong> Pies Dorados comenzó a resonar en <strong>los</strong> oídos <strong>de</strong> Alberto como una<br />

música familiar. <strong>La</strong>s referencias feroces, aunque vagas, que escuchaba en boca <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes,<br />

estimulaban su imaginación. En sueños, el nombre se presentaba dotado <strong>de</strong> atributos carnales, extraños<br />

y contradictorios, la mujer era siempre la misma y distinta, una presencia que se <strong>de</strong>svanecía cuando iba<br />

a tocarla o lo sumía en una ternura infinita y entonces creía morir <strong>de</strong> impaciencia.<br />

Alberto era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> que más hablaba <strong>de</strong> la Pies Dorados en la sección. Nadie sospechaba que sólo<br />

conocía <strong>de</strong> oídas el jirón Huatica y sus contornos porque él multiplicaba las anécdotas e inventaba toda<br />

clase <strong>de</strong> historias. Pero ello no lograba <strong>de</strong>salojar cierto <strong>de</strong>sagrado íntimo <strong>de</strong> su espíritu; mientras más<br />

aventuras sexuales <strong>de</strong>scribía ante sus compañeros, que reían o se metían la mano al bolsillo sin<br />

escrúpu<strong>los</strong>, más intensa era la certidumbre <strong>de</strong> que nunca estaría en un lecho con una mujer, salvo en<br />

sueños, y entonces se <strong>de</strong>primía y se juraba que la próxima salida iría a Huatica, aunque tuviese que<br />

robar veinte soles, aunque le contagiaran una sífilis.<br />

Bajó en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la avenida 28 <strong>de</strong> julio y Wilson. Pensaba: "he cumplido quince años pero<br />

aparento más. No tengo por qué estar nervioso". Encendió un cigarrillo y lo arrojó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar dos<br />

pitadas. A medida que avanzaba por 28 <strong>de</strong> julio, la avenida se poblaba. Después <strong>de</strong> cruzar <strong>los</strong> rieles <strong>de</strong>l<br />

tranvía Lima- Chorril<strong>los</strong>, se halló en medio <strong>de</strong> una muchedumbre <strong>de</strong> obreros y sirvientas, mestizos <strong>de</strong><br />

pe<strong>los</strong> lacios, zambos que se cimbreaban al andar como bailando, indios cobrizos, cho<strong>los</strong> risueños. Pero él<br />

sabía, que estaba en el distrito <strong>de</strong> la Victoria por el olor a comida y bebida criollas que impregnaba el<br />

aire, un olor casi visible a chicharrones y a pisco, a butifarras y a transpiración, a cerveza y pies.<br />

Al atravesar la plaza <strong>de</strong> la Victoria, enorme y popu<strong>los</strong>a, el Inca <strong>de</strong> piedra que señala el horizonte le<br />

recordó al héroe, y a Vallano que <strong>de</strong>cía: "Manco Cápac es un puto, con su <strong>de</strong>do muestra el camino <strong>de</strong><br />

Huatica”. <strong>La</strong> aglomeración lo obligaba a andar <strong>de</strong>spacio; se asfixiaba. <strong>La</strong>s luces <strong>de</strong> la avenida parecían<br />

<strong>de</strong>liberadamente tenues y dispersas para acentuar <strong>los</strong> perfiles siniestros <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres que caminaban<br />

metiendo las narices en las ventanas <strong>de</strong> las casitas idénticas, alineadas a lo largo <strong>de</strong> las aceras. Es la<br />

esquina <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio y Huatica, en la fonda <strong>de</strong> un japonés enano, Alberto escuchó una sinfonía <strong>de</strong><br />

injurias. Miró: un grupo <strong>de</strong> hombres y mujeres discutía con odio en torno a una mesa cubierta <strong>de</strong><br />

botellas. Se <strong>de</strong>moró unos segundos en la esquina. Estaba con las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y espiaba las<br />

caras que lo ro<strong>de</strong>aban; algunos hombres tenían <strong>los</strong> ojos vidriosos y otros parecían muy alegres.<br />

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