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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Pero, mi capitán -repuso Gamboa- Estamos ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> enemigos. Usted sabe que el Ecuador y<br />

Colombia esperan el momento oportuno para quitarnos un pedazo <strong>de</strong> selva. A Chile todavía no le hemos<br />

cobrado lo <strong>de</strong> Arica y Tarapacá.<br />

-Puro cuento - dijo el capitán, con un gesto escéptico. Ahora todo lo arreglan <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s. El 41 yo<br />

estuve en la campaña contra el Ecuador. Hubiéramos llegado hasta Quito. Pero se metieron <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s<br />

y encontraron una solución diplomática, qué tales riñones. Los civiles terminan resolviendo todo. En el<br />

Perú, uno es militar por las puras huevas <strong>de</strong>l diablo.<br />

-Antes era distinto - dijo Gamboa.<br />

El suboficial Pezoa y <strong>los</strong> seis ca<strong>de</strong>tes que lo acompañaron, regresaron corriendo. El capitán lo llamó.<br />

-¿Dio la vuelta a todo el cerro?<br />

-Sí, mi capitán. Completamente <strong>de</strong>spejado.<br />

-Van a ser las nueve, mi capitán - dijo Gamboa- Voy a comenzar.<br />

-Vaya - dijo el capitán. Y agregó, con repentino mal humor: -Sáqueles la mugre a esos ociosos.<br />

Gamboa se acercó a la compañía. <strong>La</strong> observó largamente, <strong>de</strong> un extremo a otro, como midiendo sus<br />

posibilida<strong>de</strong>s ocultas, el límite <strong>de</strong> su resistencia, su coeficiente <strong>de</strong> valor. Tenía la cabeza algo echada<br />

hacia atrás; el viento agitaba su camisa comando y unos cabel<strong>los</strong> negros que asomaban por la cristina.<br />

-¡Más abiertos, carajo! -gritó- ¿Quieren que <strong>los</strong> apachurren? Entre hombre y hombre <strong>de</strong>be haber cuando<br />

menos cinco metros <strong>de</strong> distancia. ¿Creen que van a misa?<br />

<strong>La</strong>s tres columnas se estremecieron. Los jefes <strong>de</strong> grupo, abandonando la formación, or<strong>de</strong>naban a gritos<br />

a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que se separaran. <strong>La</strong>s tres hileras se alargaron elásticamente, se hicieron más ralas.<br />

-<strong>La</strong> progresión se hace en zig-zag - dijo Gamboa; hablaba en voz muy alta, para que pudieran oírlo <strong>los</strong><br />

extremos. Eso ya lo saben <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tres años, cuidado con avanzar uno tras otro como en la<br />

procesión. Si alguien se queda <strong>de</strong> pie, se a<strong>de</strong>lanta o se atrasa cuando yo dé la or<strong>de</strong>n, es hombre<br />

muerto. Y <strong>los</strong> muertos se quedan encerrados, sábado y domingo. ¿Está claro?<br />

Se volvió hacia el capitán Garrido, pero éste parecía distraído. Miraba el horizonte, con ojos vagabundos.<br />

Gamboa se llevó el silbato a <strong>los</strong> labios. Hubo un breve temblor en las columnas.<br />

-Primera línea <strong>de</strong> ataque. Lista para entrar en acción. Los brigadieres a<strong>de</strong>lante, <strong>los</strong> suboficiales a la<br />

retaguardia.<br />

Miró su reloj. Eran las nueve en punto. Dio un pitazo largo. El sonido penetrante hirió <strong>los</strong> oídos <strong>de</strong>l<br />

capitán, que hizo un gesto <strong>de</strong> sorpresa. Comprendió que, durante unos segundos, había olvidado la<br />

campaña y se sintió en falta. Vivamente se trasladó junto a <strong>los</strong> matorrales, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la compañía, para<br />

seguir la operación.<br />

Antes que cesara el sonido metálico, el capitán Garrido vio que la primera fila <strong>de</strong> ataque, dividida en tres<br />

cuerpos, salía impulsada en un movimiento simultáneo: <strong>los</strong> tres grupos se abrían en abanico, avanzaban<br />

a toda velocidad <strong>de</strong>splegándose a<strong>de</strong>lante y hacia <strong>los</strong> lados, igual a un pavo real que yergue su po<strong>de</strong>roso<br />

plumaje. Precedidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> brigadieres, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes corrían doblados sobre sí mismos, la mano <strong>de</strong>recha<br />

aferrada al fusil, que colgaba perpendicular, el cañón apuntando al cielo <strong>de</strong> través, la culata a pocos<br />

centímetros <strong>de</strong>l suelo. Luego escuchó un segundo silbato, menos largo pero más agudo que el primero y<br />

más lejano -porque el teniente Gamboa también corría, <strong>de</strong> medio lado, para controlar <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la<br />

progresión-, y al instante la línea, como pulverizada por una ráfaga invisible, <strong>de</strong>saparecía entre las<br />

hierbas: el capitán pensó en <strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> latón <strong>de</strong> las tómbolas cuando el perdigón <strong>los</strong> <strong>de</strong>rriba. Y en<br />

el acto, <strong>los</strong> rugidos <strong>de</strong> Gamboa poblaban la mañana como seres eléctricos -" ¿por qué se a<strong>de</strong>lanta ese<br />

grupo? Rospigliosi, pedazo <strong>de</strong> asno, ¿quiere que le vuelen la cabeza?, ¡cuidado con enterrar el fusil!"-; y<br />

nuevamente se escuchaba el silbato y la línea cimbreante surgía <strong>de</strong> entre las hierbas y se alejaba a toda<br />

carrera y, poco <strong>de</strong>spués, al conjuro <strong>de</strong> otro silbato, volvía a <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su vista y la voz <strong>de</strong> Gamboa<br />

se distanciaba y perdía: el capitán escuchaba groserías insólitas, nombres <strong>de</strong>sconocidos, veía avanzar la<br />

vanguardia, se distraía por momentos, en tanto que las columnas <strong>de</strong>l centro y <strong>de</strong> la retaguardia<br />

comenzaban a hervir. Los ca<strong>de</strong>tes, olvidando la presencia <strong>de</strong>l capitán, hablaban a voz en cuello, se<br />

burlaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> que avanzaban con Gamboa: "el negro Vallano se arroja como un costal, <strong>de</strong>be tener<br />

huesos <strong>de</strong> jebe; y esa mierda <strong>de</strong>l Esclavo, tiene miedo <strong>de</strong> rasguñarse la carita".<br />

De pronto, Gamboa surgió ante el capitán Garrido, gritando: “Segunda línea <strong>de</strong> ataque: lista para entrar<br />

en acción". Los jefes <strong>de</strong> grupo levantaron el brazo <strong>de</strong>recho, treinta y seis ca<strong>de</strong>tes quedaron inmóviles. El<br />

capitán miró a Gamboa: tenía el rostro sereno, <strong>los</strong> puños apretados, y lo único excepcional era su mirada<br />

móvil: brincaba <strong>de</strong> un punto a otro, se animaba, se exasperaba, sonreía. <strong>La</strong> segunda línea se <strong>de</strong>sbordó<br />

por el campo. Los ca<strong>de</strong>tes se empequeñecían, el teniente corría <strong>de</strong> nuevo, el silbato en la mano, la cara<br />

vuelta hacia la formación.<br />

Ahora el capitán veía dos líneas, extendidas en el campo, sumiéndose en la tierra y resurgiendo,<br />

alternativamente, llenando <strong>de</strong> vida el campo <strong>de</strong>solado. No podía saber ya si <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes ejecutaban el<br />

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