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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Sara, la prima <strong>de</strong> Pluto, había aceptado a un muchacho <strong>de</strong> San Isidro, que a veces venía acompañado <strong>de</strong><br />

uno o dos amigos y Ana y <strong>La</strong>ura iban a conversar con el<strong>los</strong>. Los intrusos aparecían sobre todo <strong>los</strong> días <strong>de</strong><br />

fiesta. Surgían como por encantamiento. Des<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, rondaban la casa <strong>de</strong> la fiesta, bromeaban con la<br />

dueña, la halagaban. Si no conseguían hacerse invitar, se <strong>los</strong> veía en la noche, las caras pegadas a <strong>los</strong><br />

vidrios, contemplando con ansiedad a las parejas que bailaban. Hacían gestos, muecas, bromas, se<br />

valían <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> tretas para llamar la atención <strong>de</strong> las muchachas y <strong>de</strong>spertar su compasión. A<br />

veces una <strong>de</strong> ellas (la que bailaba menos), intercedía ante la dueña por el intruso. Era suficiente: pronto<br />

el salón estaba cubierto <strong>de</strong> forasteros que terminaban por <strong>de</strong>splazar a <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio, adueñarse <strong>de</strong>l<br />

tocadiscos y <strong>de</strong> las chicas. Y Ana, justamente, no se distinguía por su celo, su espíritu <strong>de</strong> clan era muy<br />

débil, casi nulo. Los advenedizos le interesaban más que <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l barrio. Haría entrar a <strong>los</strong><br />

extraños si es que no <strong>los</strong> había invitado.<br />

-Sí - dijo Alberto- Tienes razón. Enséñame el mambo.<br />

-Bueno - dijo el Bebe- Pero déjame fumar un cigarrillo. Mientras, baila con Pluto.<br />

Emilio bostezó y le dio un codazo a Pluto. -Anda a lucirte, mambero", le dijo. Pluto se rió. Tenía una risa<br />

espléndida, total; su cuerpo se estremecía con las carcajadas.<br />

-¿Sí o no? - dijo Alberto, malhumorado.<br />

-No te enojes - dijo Pluto- Voy.<br />

Se puso <strong>de</strong> pie y fue a elegir un disco. El Bebe había encendido un cigarrillo y con su pie seguía el ritmo<br />

<strong>de</strong> alguna música que recordaba.<br />

-Oye - dijo Emilio- Hay algo que no entiendo. Tú eras .el primero que se ponía a bailar, quiero <strong>de</strong>cir en<br />

las primeras fiestas <strong>de</strong>l barrio, cuando empezamos a juntarnos con las chicas. ¿Te has olvidado?<br />

-Eso no era bailar - dijo Alberto- Sólo dar saltos.<br />

-Todos empezamos dando saltos -afirmó Emilio- Pero luego aprendimos.<br />

-Es que éste <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ir a fiestas no sé cuánto tiempo. ¿No se acuerdan?<br />

-Sí - dijo Alberto- Eso es lo que me reventó.<br />

-Parecía que te ibas a meter <strong>de</strong> cura - dijo Pluto; acababa <strong>de</strong> elegir un disco y le daba vueltas en la<br />

mano- Casi ni salías.<br />

-Bah - dijo Alberto- No era mi culpa. Mi mamá no me <strong>de</strong>jaba.<br />

-¿Y ahora?<br />

-Ahora sí. <strong>La</strong>s cosas están mejor con mi papá.<br />

-No entiendo - dijo el Bebe- ¿Qué tiene que ver?<br />

-Su padre es un donjuan - dijo Pluto- ¿No sabías? ¿No has visto cuando llega en las noches, cómo se<br />

limpia la boca con el pañuelo antes <strong>de</strong> entrar a su casa?<br />

-Sí - dijo Emilio- Una vez lo vimos en la Herradura. Llevaba en el coche a una mujer <strong>de</strong>scomunal. Es una<br />

fiera.<br />

-Tiene una gran pinta - dijo Pluto- Y es muy elegante.<br />

Alberto asentía, complacido.<br />

-¿Pero qué tiene que ver eso con que no le dieran permiso para ir a las fiestas? - dijo el Bebe.<br />

-Cuando mi papá se <strong>de</strong>sboca - dijo Alberto-, mi mamá comienza a cuidarme para que yo no sea como él<br />

<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>. Tiene miedo que sea un mujeriego, un perdido.<br />

-Formidable - dijo el Bebe- Muy buena.<br />

-Mi padre también es un fresco - dijo Emilio- A veces no viene a dormir y sus pañue<strong>los</strong> siempre están<br />

pintados. Pero a mi mamá no le importa. Se ríe y le dice: "viejo ver<strong>de</strong>”. Sólo Ana lo riñe.<br />

-Oye - dijo Pluto- ¿Y a qué hora bailamos?<br />

-Espera, hombre - replicó Emilio-. Conversemos un rato. Ya bailaremos harto en la fiesta.<br />

-Cada vez que hablamos <strong>de</strong> la fiesta, Alberto se pone pálido - dijo el Bebe-. No seas tonto, hombre. Esta<br />

vez Helena te va a aceptar. Apuesto lo que quieras.<br />

-¿Tú crees? - dijo Alberto.<br />

-Está templado hasta <strong>los</strong> huesos - dijo Emilio- Nunca he visto a nadie más templado. Yo no podría hacer<br />

lo que hace éste.<br />

-¿Qué hago? - dijo Alberto.<br />

-Declararte veinte veces.<br />

-Sólo tres - dijo Alberto- ¿Por qué exageras?<br />

-Yo creo que hace bien -afirmó el Bebe- Si le gusta, que la persiga hasta que lo acepte. Y que <strong>de</strong>spués la<br />

haga sufrir.<br />

-Pero eso es no tener orgullo - dijo Emilio- A mí una chica me larga y yo le caigo a otra ahí mismo.<br />

-Esta vez te va a hacer caso - dijo el Bebe a Alberto- El otro día, cuando estábamos conversando en la<br />

casa <strong>de</strong> <strong>La</strong>ura, Helena preguntó por ti y se puso muy colorada cuando Tico le dijo "¿lo extrañas?".<br />

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