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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Te parece poco? -dijo Alberto- ¿Te parece poco que se muriera así? Y yo ni siquiera pu<strong>de</strong> hablar con<br />

él. Creía que era su amigo y yo... ¿Te parece poco?<br />

-¿Por qué me hablas en ese tono? -dijo Teresa- Dime la verdad, Alberto. ¿Por qué estás enojado<br />

conmigo? ¿Te han dicho algo <strong>de</strong> mí?<br />

-¿No te importa que se haya muerto Arana? -dijo él ¿No ves que estoy hablando <strong>de</strong>l Esclavo? ¿Por qué<br />

cambias <strong>de</strong> tema? Sólo piensas en ti y... -No siguió porque al oírlo gritar <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Teresa se habían<br />

llenado <strong>de</strong> lágrimas; sus labios temblaban- Lo siento... -dijo Alberto- Estoy diciendo tonterías. No quería<br />

gritarte. Sólo que han pasado muchas cosas, estoy muy nervioso. No llores, por favor, Teresita.<br />

<strong>La</strong> atrajo hacia él, Teresa apoyó la cabeza en su hombro y permanecieron así un momento. Luego<br />

Alberto la besó en las mejillas, en <strong>los</strong> ojos y, largamente, en la boca.<br />

-Claro que me da mucha pena -dijo Teresa- Pobrecito. Pero te veía tan preocupado que me dio miedo,<br />

creí que estabas molesto conmigo por algo. Y cuando me gritaste fue terrible, nunca te había visto<br />

furioso. Cómo tenías <strong>los</strong> ojos.<br />

-Teresa -dijo él-. Yo quería contarte algo.<br />

-Sí -dijo ella; tenía las mejillas incendiadas y sonreía con gran alegría- Cuéntame, quiero saber todas tus<br />

cosas.<br />

Él cerró la boca <strong>de</strong> golpe y la zozobra <strong>de</strong> su rostro se disolvió en una <strong>de</strong>salentada sonrisa.<br />

-¿Qué cosa? -dijo ella- Cuéntame, Alberto.<br />

-Que te quiero mucho -dijo él.<br />

Al abrirse la puerta, se separaron con precipitación: el maletín <strong>de</strong> cuero se volcó, el quepí rodó al suelo y<br />

Alberto se inclinó a recogerlo. <strong>La</strong> tía le sonreía beatíficamente. Llevaba un paquete en las manos.<br />

Mientras preparaba la comida, ayudada por Teresa, ésta enviaba a Alberto a espaldas <strong>de</strong> su tía, besos<br />

volados. Luego hablaron <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong>l verano próximo y <strong>de</strong> las buenas películas. Sólo mientras<br />

comían, Teresa reveló a su tía la muerte <strong>de</strong> Arana. <strong>La</strong> mujer lamentó a gran<strong>de</strong>s voces la tragedia, se<br />

persignó muchas veces, compa<strong>de</strong>ció a <strong>los</strong> padres, a la pobre madre sobre todo y afirmó que Dios<br />

mandaba siempre las peores <strong>de</strong>sgracias a las familias más buenas, nadie sabía por qué. Pareció que<br />

también iba a llorar, pero se limitó a restregarse <strong>los</strong> ojos secos y a estornudar. Acabando el almuerzo,<br />

Alberto anunció que se marchaba. En la puerta <strong>de</strong> calle, Teresa volvió a preguntarle:<br />

-¿De veras no estás enojado conmigo?<br />

-No, te juro que no. ¿Por qué podría enojarme contigo? Pero quizá no nos veamos un tiempo. Escríbeme<br />

al colegio todas las semanas. Ya te explicaré todo <strong>de</strong>spués.<br />

Más tar<strong>de</strong>, cuando Alberto ya había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> su vista, Teresa se sintió perpleja. ¿Qué significaba<br />

esa advertencia, por qué había partido así? Y entonces tuvo una revelación: "se ha enamorado <strong>de</strong> otra<br />

chica y no se atrevió a <strong>de</strong>círmelo porque lo invité a almorzar".<br />

<strong>La</strong> primera vez fuimos a la Perla. El flaco Higueras me preguntó si no me importaba caminar o si quería<br />

tomar el ómnibus. Bajamos por la avenida Progreso, hablando <strong>de</strong> todo menos <strong>de</strong> lo que íbamos a hacer.<br />

El flaco no parecía nervioso, al contrario, estaba mucho más tranquilo que <strong>de</strong> costumbre y yo pensé que<br />

quería darme ánimos, me sentía enfermo <strong>de</strong> miedo. El flaco se quitó la chompa, dijo que hacía calor. Yo<br />

tenía mucho frío, me temblaba el cuerpo y tres veces me paré a orinar. Cuando llegamos al Hospital<br />

Carrión, salió <strong>de</strong> entre <strong>los</strong> árboles un hombre. Di un brinco y grité: "flaco, <strong>los</strong> tombos". Era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

tipos que estaban con Higueras, la noche anterior, en la chingana <strong>de</strong> Sáenz Peña. Él sí estaba muy serio<br />

y parecía nervioso. Hablaba con el flaco en jerga, no le comprendía muy bien. Seguimos caminando y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un rato, el flaco dijo: "cortemos por aquí". Nos salimos <strong>de</strong> la pista y seguimos por el<br />

<strong>de</strong>scampado. Estaba oscuro y yo me tropezaba todo el tiempo. Antes <strong>de</strong> llegar a la avenida <strong>de</strong> las<br />

Palmeras, el flaco dijo: "aquí po<strong>de</strong>mos hacer una pascana para ponernos <strong>de</strong> acuerdo". Nos sentamos y<br />

el flaco me explicó lo que tenía que hacer. Me dijo que la casa estaba vacía y que el<strong>los</strong> me ayudarían a<br />

subir al techo. Tenía que <strong>de</strong>scolgarme a un jardín y pasar al interior por una ventana muy pequeña, sin<br />

vidrios. Luego, abrirles alguna <strong>de</strong> las ventanas que daban a la calle, salir y volver al sitio don<strong>de</strong><br />

estábamos. Allí <strong>los</strong> esperaría. El flaco me repitió varias veces las instrucciones y me indicó con mucho<br />

cuidado en qué parte <strong>de</strong>l jardín se encontraba la ventanilla sin vidrios. Parecía conocer perfectamente la<br />

casa, me <strong>de</strong>scribió con <strong>de</strong>talles cómo eran las habitaciones. Yo no le hacía preguntas sobre lo que tenía<br />

que hacer, sino sobre lo que podía pasarme: "¿estás seguro que no hay nadie? ¿Y si hay <strong>perros</strong>? ¿Qué<br />

hago si me agarran?". Con mucha paciencia, el flaco me tranquilizaba. Después, se volvió hacia el otro y<br />

le dijo: "anda, Culepe". Culepe se fue hacia la avenida <strong>de</strong> las Palmeras y al poco rato lo perdimos <strong>de</strong><br />

vista. Entonces el flaco me preguntó: "¿tienes miedo?" "Sí, le dije. Un poco." "Yo también, me contestó.<br />

No te preocupes. Todos tenemos miedo." Un momento <strong>de</strong>spués, silbaron. El flaco se levantó y me dijo:<br />

"vamos. Ese silbido quiere <strong>de</strong>cir que no hay nadie cerca". Yo comencé a temblar y le dije: "flaco, mejor<br />

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