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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No creo -dijo el flaco Higueras-. Eso no creo. Algo tuvo que <strong>de</strong>cirte. Al menos hola o qué ha sido <strong>de</strong> tu<br />

vida, o cómo estás; en fin, algo.<br />

No, no le había dicho nada hasta que él habló <strong>de</strong> nuevo. Sus primeras palabras, al abordarla, habían<br />

sido precipitadas, imperiosas: "Teresa, ¿te acuerdas <strong>de</strong> mí? ¿Cómo estás?". El Jaguar sonreía, para<br />

mostrar que nada había <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>nte en ese encuentro, que se trataba <strong>de</strong> un episodio banal, chato y<br />

sin misterio. Pero esa sonrisa le costaba un esfuerzo muy gran<strong>de</strong> y en su vientre había brotado, como<br />

esos hongos <strong>de</strong> silueta blanca y cresta amarillenta que nacen repentinamente en la! ma<strong>de</strong>ras húmedas,<br />

un malestar insólito, que invadía ahora sus piernas, ansiosas <strong>de</strong> dar un paso atrás, a<strong>de</strong>lante o a <strong>los</strong><br />

lados, sus manos que querían zambullirse en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> o tocar su propia cara; y, extrañamente, su<br />

corazón albergaba un miedo animal, como si esos impulsos, al convertirse en actos, fueran a<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nar una catástrofe.<br />

-¿Y tú que hiciste? -dijo el flaco Higueras.<br />

-Le dije otra vez: "hola, Teresa. ¿No te acuerdas <strong>de</strong> mí?".<br />

Y entonces ella dijo:<br />

-Claro que sí. No te había reconocido.<br />

Él respiró. Teresa le sonreía, le tendía la mano. El contacto fue muy breve, apenas sintió el roce <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la muchacha, pero todo su cuerpo se serenó y <strong>de</strong>saparecieron el malestar, la agitación <strong>de</strong> sus<br />

miembros, y el miedo.<br />

-¡Qué suspenso! -dijo el flaco Higueras.<br />

Estaba en una esquina, mirando distraídamente a su alre<strong>de</strong>dor mientras el hela<strong>de</strong>ro le servía un<br />

barquillo doble <strong>de</strong> chocolate y vainilla; a unos pasos <strong>de</strong> distancia, el tranvía Lima-Chorril<strong>los</strong> se<br />

inmovilizaba con un breve chirrido junto a la caseta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, la gente que esperaba en la plataforma<br />

<strong>de</strong> cemento se movía y congregaba ante la puerta metálica bloqueando la salida, <strong>los</strong> pasajeros que<br />

bajaban tenían que abrirse pasó a empujones, Teresa apareció en lo alto <strong>de</strong> la escalerilla, la precedían<br />

dos mujeres cargadas <strong>de</strong> paquetes: en medio <strong>de</strong> esa aglomeración parecía una muchacha en peligro. El<br />

hela<strong>de</strong>ro le alcanzaba el barquillo, él alargó la mano, la cerró y algo se <strong>de</strong>shizo, bajo sus ojos la bola <strong>de</strong><br />

helado se estrelló en sus zapatos, "miedica, dijo el hela<strong>de</strong>ro, es su culpa, yo no le doy otro". Pateó al<br />

aire y la bola <strong>de</strong> helado salió <strong>de</strong>spedida varios metros. Dio media vuelta, ingresó a una calle pero<br />

segundos <strong>de</strong>spués se <strong>de</strong>tuvo y volvió la cabeza: en la esquina <strong>de</strong>saparecía el último vagón <strong>de</strong>l tranvía.<br />

Regresó corriendo y vio, a lo lejos, a Teresa, caminando sola. <strong>La</strong> siguió, ocultándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

transeúntes. Pensaba: "ahorita entrará a una casa y no la volveré a ver". Tomó una <strong>de</strong>cisión: "doy la<br />

vuelta a la manzana si la encuentro al llegar a la esquina, me la acerco". Echó a correr, primero<br />

<strong>de</strong>spacio, luego como un en<strong>de</strong>moniado, al doblar una calle tropezó con un hombre que le mentó la<br />

madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el suelo. Cuando se <strong>de</strong>tuvo, estaba sofocado y transpiraba. Se limpió la frente con la mano,<br />

entre <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos sus ojos comprobaron que Teresa venía hacia él.<br />

-¿Qué más? -dijo el flaco Higueras.<br />

-Conversamos -dijo el Jaguar-. Estuvimos conversando.<br />

-¿Mucho rato? -dijo el flaco Higueras-. ¿Cuánto rato?<br />

-No sé -dijo el Jaguar-. Creo que poco. <strong>La</strong> acompañé hasta su casa.<br />

Ella iba por el interior <strong>de</strong> la calzada, él a la orilla <strong>de</strong> la pista. Teresa caminaba lentamente, a veces se<br />

volvía a mirarlo y él <strong>de</strong>scubría que sus ojos eran más seguros que antes y por momentos hasta osados,<br />

su mirada más luminosa.<br />

-¿Hace como cinco años, no? -<strong>de</strong>cía Teresa-. Quizá más.<br />

-Seis -dijo el Jaguar; bajó un poco la voz: -Y tres meses.<br />

-<strong>La</strong> vida se pasa volando -dijo Teresa-. Pronto estaremos viejos.<br />

Se rió y el Jaguar pensó: "ya es una mujer".<br />

-¿Y tu mamá? -dijo ella.<br />

-¿No sabías? Se murió.<br />

-Ése era un buen pretexto -dijo el flaco Higueras- ¿Qué hizo ella?<br />

-Se paró -repuso el Jaguar; tenía un cigarrillo entre <strong>los</strong> labios y miraba el cono <strong>de</strong> humo <strong>de</strong>nso que<br />

expulsaba su boca; una <strong>de</strong> sus manos tamborileaba en la mesa mugrienta dijo: "¡qué pena! Pobrecita".<br />

-Ahí <strong>de</strong>biste besarla y <strong>de</strong>cirle algo -dijo el flaco Higueras-. Era el momento.<br />

-Sí -dijo el Jaguar- Pobrecita.<br />

Quedaron callados. Continuaron caminando. Él tenía las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y la miraba <strong>de</strong> reojo. De<br />

pronto dijo:<br />

-Quería hablarte. Quiero <strong>de</strong>cir, hace tiempo. Pero no sabía dón<strong>de</strong> estabas.<br />

-¡Ah! -dijo el flaco Higueras-. ¡Te atreviste!<br />

-Sí -dijo el Jaguar; miraba el humo con ferocidad- Sí.<br />

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