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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

sobre <strong>los</strong> mosaicos grandotas como hormigas. El Ru<strong>los</strong> le dijo: "¿por qué no se las echamos a alguien?"<br />

y la Malpapeada estaba mirando, para su mala suerte. A ella le tocó. El Ru<strong>los</strong> la tenía colgada <strong>de</strong>l<br />

pescuezo, pataleando, y el Jaguar le pasaba sus bichos con las dos manos y <strong>de</strong>spués se excitaron y el<br />

Jaguar gritó: " todavía me quedan toneladas, ¿a quién bautizamos?- y el Ru<strong>los</strong> gritó: "al Esclavo". Yo fui<br />

con el<strong>los</strong>. Él estaba durmiendo; me acuerdo que lo cogí <strong>de</strong> la cabeza y le tapé <strong>los</strong> ojos y el Ru<strong>los</strong> le<br />

sujetó las piernas. El Jaguar le incrustaba las ladillas entre <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> y yo le gritaba: "con más cuidado,<br />

carambolas, me las estás metiendo por las mangas". Si yo hubiera sabido que al muchacho le iba a<br />

pasar lo que le ha pasado, no creo que le hubiera agarrado la cabeza esa vez, ni lo habría fundido tanto.<br />

Pero no creo que a él le pasara nada con las ladillas y en cambio a la Malpapeada la fregaron. Se peló<br />

casi enterita y andaba frotándose contra las pare<strong>de</strong>s y tenía una pinta <strong>de</strong> perro pordiosero y leproso con<br />

el cuerpo pura llaga. Debía picarle mucho, no paraba <strong>de</strong> frotarse, sobre todo en la pared <strong>de</strong> la cuadra<br />

que tiene raspaduras. Su lomo parecía una ban<strong>de</strong>ra peruana, rojo y blanco, blanco y rojo, yeso y sangre.<br />

Entonces el Jaguar dijo: "si le echamos ají se va a poner a hablar como un ser humano", y me or<strong>de</strong>nó:<br />

"Boa, anda róbate un poco <strong>de</strong> ají <strong>de</strong> la cocina". Fui y el cocinero me regaló varios rocotos. Los molimos<br />

con una piedra, sobre el mosaico, y el serrano Cava <strong>de</strong>cía "rápido, rápido". Después el Jaguar dijo:<br />

"cógela y tenla mientras la ciño". De veras que casi se pone a hablar. Daba brincos hasta <strong>los</strong> roperos, se<br />

torcía como una culebra y qué aullidos <strong>los</strong> que daba. Vino el suboficial Morte, asustado con el ruido, y al<br />

ver <strong>los</strong> saltos <strong>de</strong> la Malpapeada se puso a llorar <strong>de</strong> risa y <strong>de</strong>cía: "qué tales pen<strong>de</strong>jos, qué tales<br />

pen<strong>de</strong>jos". Pero lo más raro <strong>de</strong>l caso es que la perra se curó. Le volvió a salir el pelo y hasta me parece<br />

que engordó. Seguro creyó que yo le había echado el ají para curarla, <strong>los</strong> animales no son inteligentes y<br />

vaya usted a saber lo que se le metió en la cabeza. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese día, dale a estar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí todo el<br />

tiempo. En las filas se me metía entre <strong>los</strong> pies y no me <strong>de</strong>jaba marchar; en el comedor se instalaba bajo<br />

mi silla y movía el rabo por si yo le tiraba una cáscara; me esperaba en la puerta <strong>de</strong> la clase y, en <strong>los</strong><br />

recreos, al verme salir comenzaba a hacerme gracias con el hocico y las orejas; y en las noches se<br />

trepaba a mi cama y quería pasarme la lengua por toda la cara. Y era por gusto que yo le pegara. Se<br />

retiraba pero volvía, midiéndome con <strong>los</strong> Ojos, esta vez me vas a pegar o no, me acerco un poquito más<br />

y me alejo, a que ahora no me pateas, qué sabida. Y todos comenzaron a burlarse y a <strong>de</strong>cir "te la tiras,<br />

bandolero", pero no era verdad, ni siquiera se me había pasado por la cabeza todavía manducarme a<br />

una perra. Al principio me daba cólera el animal tan pegajoso, aunque a veces, como <strong>de</strong> casualidad, le<br />

rascaba la cabeza y ahí le <strong>de</strong>scubrí el gusto. En las noches se me montaba encima y se revolcaba, sin<br />

<strong>de</strong>jarme dormir, hasta que le metía <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos al cogote y la rascaba un poco. Entonces se quedaba<br />

tranquila. Lo <strong>de</strong> las noches era viveza <strong>de</strong> la perra. Al oírla moverse todos empezaban a fundirme, “ya<br />

Boa, <strong>de</strong>ja en paz a ese animal, lo vas a estrangular", allí bandida, eso sí que te gusta, ¿no?, ven acá, que<br />

te rasque la crisma y la barriguita. Y ahí mismo se ponía quieta como una piedra pero en mi mano yo<br />

siento que está temblando <strong>de</strong>l gusto y si <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> rascar un segundo, brinca, y veo en la oscuridad que<br />

ha abierto el hocico y está mostrando sus dientes tan blancos. No sé por qué <strong>los</strong> <strong>perros</strong> tienen <strong>los</strong><br />

dientes tan blancos, pero todos <strong>los</strong> tienen así, nunca he visto un perro con un diente negro ni me<br />

acuerdo haber oído que a un perro se le cayó un diente o se le carió y tuvieron que sacárselo. Eso es<br />

algo raro <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> y también es raro que no duerman. Yo creía que sólo la Malpapeada no dormía<br />

pero <strong>de</strong>spués me contaron que todos <strong>los</strong> <strong>perros</strong> son iguales, <strong>de</strong>svelados. Al comienzo me daba recelo,<br />

también un poco <strong>de</strong> susto. Basta que abriera <strong>los</strong> ojos y ahí mismo la veía, mirándome y a veces yo no<br />

podía dormir con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la perra se pasaba la noche a mi lado sin bajar <strong>los</strong> párpados, eso es algo<br />

que pone nervioso a cualquiera, que lo estén espiando, aunque sea una perra que no compren<strong>de</strong> las<br />

cosas pero a veces parece que compren<strong>de</strong>.<br />

Alberto dio media vuelta y bajó. Cuando llegaba a <strong>los</strong> primeros peldaños <strong>de</strong> la escalera cruzó a un<br />

hombre, ya <strong>de</strong> edad. Tenía el rostro <strong>de</strong>macrado y <strong>los</strong> ojos llenos <strong>de</strong> zozobra.<br />

-Señor - dijo Alberto.<br />

El hombre ya había subido algunos escalones; se <strong>de</strong>tuvo y se volvió.<br />

-Perdone - dijo Alberto- ¿Es usted algo <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Ricardo Arana?<br />

El hombre lo observó <strong>de</strong>tenidamente, como intentando reconocerlo.<br />

-Soy su padre -dijo- ¿Por qué?<br />

Alberto subió dos escalones; sus ojos estaban a la misma altura. El padre <strong>de</strong> Arana lo miraba fijamente.<br />

Unas manchas azules teñían sus párpados; sus pupilas revelaban alarma, <strong>de</strong>svelo.<br />

-Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme cómo está Arana? -preguntó Alberto.<br />

-Está aislado -repuso el hombre, con voz ronca-. No nos <strong>de</strong>jan verlo. Ni siquiera a nosotros. No tienen<br />

<strong>de</strong>recho. ¿Usted es amigo <strong>de</strong> él?<br />

-Somos <strong>de</strong> la misma sección - dijo Alberto- A mí tampoco me han <strong>de</strong>jado entrar.<br />

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