Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
siquiera las dos cartas que había recibido <strong>de</strong> la muchacha lo incitaban a <strong>de</strong>sear la salida. Pensó: "me<br />
escribe en papel barato y tiene mala letra. He leído cartas más bonitas que las <strong>de</strong> ella". <strong>La</strong>s había leído<br />
varias veces, siempre a ocultas. (<strong>La</strong>s guardaba en el forro <strong>de</strong>l quepí, como <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> que traía al<br />
colegio <strong>los</strong> domingos.) <strong>La</strong> primera semana, al recibir una carta <strong>de</strong> Teresa, se dispuso a respon<strong>de</strong>rle <strong>de</strong><br />
inmediato, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> escribir la fecha, sintió disgusto, turbación y no supo qué <strong>de</strong>cir. Todo el<br />
lenguaje parecía falso e inútil. Destruyó varios borradores y al fin se <strong>de</strong>cidió a contestarle apenas unas<br />
líneas objetivas: "estamos consignados por un lío. No sé cuando saldré. Tuve una gran alegría al recibir<br />
tu carta. Siempre pienso en ti y lo primero que haré, al salir, será ir a verte". El Esclavo lo perseguía, le<br />
ofrecía cigarril<strong>los</strong>, fruta, sandwichs, le hacía confi<strong>de</strong>ncias; en el comedor, en la fila y en el cine se las<br />
arreglaba para estar a su lado. Recordó su cara pálida, su expresión obsecuente, su sonrisa beatífica y lo<br />
odió. Cada vez que veía aproximarse al Esclavo, sentía malestar. <strong>La</strong> conversación <strong>de</strong> un modo u otro<br />
recaía en Teresa y Alberto <strong>de</strong>bía disimular, adoptando un papel cínico; otras veces se mostraba amistoso<br />
y daba al Esclavo consejos sibilinos: "no vale la pena que te <strong>de</strong>clares por carta. Esas cosas se hacen <strong>de</strong><br />
frente, para ver las reacciones. En la primera salida, vas a su casa y le caes" <strong>La</strong> cara lánguida escuchaba<br />
seriamente, asentía sin rebelarse. Alberto pensó -~ "se lo diré el primer día que salgamos, apenas<br />
crucemos la puerta <strong>de</strong>l colegio. Ya tiene una cara bastante estúpida para amargarle más la vida. Le diré:<br />
lo siento mucho, pero esa chica me gusta y si la vas a ver te parto la cara. Hay más mujeres en el<br />
mundo. Y <strong>de</strong>spués iré a verla y la llevaré al Parque Necochea" (que está al final <strong>de</strong>l Malecón Reserva,<br />
sobre <strong>los</strong> acantilados verticales y ocres que el mar <strong>de</strong> Miraflores combate ruidosamente; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el bor<strong>de</strong><br />
se contempla, en invierno, a través <strong>de</strong> la neblina, un escenario <strong>de</strong> fantasmas: la playa <strong>de</strong> piedras,<br />
solitaria y profunda). Pensó: "me sentaré en el último banco, junto a la baranda <strong>de</strong> troncos blancos". El<br />
sol había entibiado su cara y su cuerpo; no quería abrir <strong>los</strong> ojos para evitar que la imagen se fuera.<br />
Cuando <strong>de</strong>spertó, el sol había <strong>de</strong>saparecido; estaba en medio <strong>de</strong> una luz parda. Se movió en el sitio y le<br />
dolieron <strong>los</strong> huesos <strong>de</strong> la espalda; sentía la cabeza pesada: era incómodo dormir sobre ma<strong>de</strong>ra. Tenía el<br />
cerebro adormecido, no atinaba a ponerse <strong>de</strong> pie, pestañeó varias veces, sintió ganas <strong>de</strong> fumar. Luego<br />
se incorporó con torpeza y espió. El jardín estaba vacío y <strong>los</strong> bloques <strong>de</strong> cemento <strong>de</strong> las aulas parecían<br />
<strong>de</strong>siertos. ¿Qué hora sería? El silbato para ir al comedor era a las siete y media. Inspeccionó<br />
cuidadosamente <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores. El colegio estaba muerto. Descendió <strong>de</strong> la glorieta y cruzó rápidamente<br />
el jardín y <strong>los</strong> edificios sin ver a nadie. Sólo al llegar a la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile distinguió a un grupo <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />
que correteaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la vicuña. Al fondo <strong>de</strong> la pista, un kilómetro más allá, presentía a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />
envueltos en sus sacones ver<strong>de</strong>s, caminando en parejas por el patio, y el gran rumor <strong>de</strong> las cuadras.<br />
Tenía unos <strong>de</strong>seos enormes <strong>de</strong> fumar.<br />
En el patio <strong>de</strong> quinto, se <strong>de</strong>tuvo. En vez <strong>de</strong> cruzarlo, regresó hacia la Prevención. Era "miércoles, podía<br />
haber cartas. Varios ca<strong>de</strong>tes obstruían la puerta.<br />
-Paso. El oficial <strong>de</strong> guardia me ha mandado llamar.<br />
Nadie se movió.<br />
-Haz cola - dijo uno.<br />
-No vengo por cartas -afirmó Alberto-. El oficial me necesita.<br />
-Friégate. Aquí todos hacen cola.<br />
Esperó. Cuando salía un ca<strong>de</strong>te, la cola se agitaba; todos pugnaban por pasar primero. Distraídamente,<br />
Alberto leía el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Día, colgado en la puerta: "Quinto año. Oficial <strong>de</strong> guardia: teniente Pedro<br />
Pitaluga. Suboficial: Joaquín Morte. Efectivo <strong>de</strong> año. Disponibles: 360. Internados en la enfermería: S.<br />
Disposición especial: se suspen<strong>de</strong> la consigna a <strong>los</strong> imaginarias <strong>de</strong>l 13 <strong>de</strong> septiembre. Firmado, el capitán<br />
<strong>de</strong> año". Volvió a leer la última parte, dos, tres veces. Dijo una lisura en voz alta y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la<br />
Prevención, la voz <strong>de</strong>l suboficial Pezoa protestó:<br />
-¿Quién anda diciendo mierda por ahí?<br />
Alberto corría hacia la cuadra. Su corazón <strong>de</strong>sbordaba <strong>de</strong> impaciencia. Encontró a Arróspi<strong>de</strong> en la puerta.<br />
-Han suspendido la consigna --gritó Alberto- El capitán se ha vuelto loco.<br />
-No - dijo Arróspi<strong>de</strong>- ¿Acaso no sabes? Alguien ha pegado un chivatazo. Cava está en el calabozo.<br />
-¿Qué? -dijo Alberto- ¿Lo han <strong>de</strong>nunciado? ¿Quién?<br />
-Oh - dijo Arróspi<strong>de</strong>- Eso se sabe siempre.<br />
Alberto entró en la cuadra. Como en las gran<strong>de</strong>s ocasiones, el recinto había cambiado <strong>de</strong> atmósfera. El<br />
ruido <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines parecía insólito en la cuadra silenciosa. Muchos ojos lo seguían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las literas. Fue<br />
hasta su cama. Buscó con la mirada: ni el Jaguar, ni el Ru<strong>los</strong> ni el Boa estaban presentes. En la litera <strong>de</strong><br />
al lado, Vallano hojeaba unas copias.<br />
-¿Ya se sabe quién ha sido? -le preguntó Alberto.<br />
-Se sabrá - dijo Vallano- Tiene que saberse antes que expulsen a Cava.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> están <strong>los</strong> otros?<br />
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