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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

casi 1 sin abrir la boca. El murmullo se extendía como en las clases <strong>de</strong> francés y Alberto comenzaba a<br />

i<strong>de</strong>ntificar algunos acentos, la voz aflautada <strong>de</strong> Vallano, la voz cantante <strong>de</strong>l chichayano Quiñones y otras<br />

voces que sobresalían en el coro, ya po<strong>de</strong>roso y general. Se incorporó y echó una mirada en torno: las<br />

bocas se abrían y cerraban idénticamente. Estaba fascinado por ese espectáculo y súbitamente<br />

<strong>de</strong>sapareció el temor <strong>de</strong> que su nombre estallara en el aire <strong>de</strong> la cuadra y todo el odio que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

vertían en esos instantes hacia el Jaguar se volviera hacia él. Su propia boca, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> vendajes<br />

cómplices, comenzó a murmurar, bajito, "soplón, soplón". Después cerró el ojo, convertido en un<br />

absceso ígneo, y ya no vio lo que ocurrió, hasta que el tumulto fue muy gran<strong>de</strong>: <strong>los</strong> choques, <strong>los</strong><br />

empujones, estremecían <strong>los</strong> roperos, las camas rechinaban, las palabrotas alteraban el ritmo y la<br />

uniformidad <strong>de</strong>l coro. Y, sin embargo, no había sido el Jaguar quien comenzó. Más tar<strong>de</strong> supo que fue el<br />

Boa: cogió a Arróspi<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> pies y lo echó al suelo. Sólo entonces había intervenido el Jaguar, echando<br />

a correr <strong>de</strong> improviso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo <strong>de</strong> la cuadra y nadie lo contuvo, pero todos repetían el<br />

estribillo y lo hacían con más fuerza cuando él <strong>los</strong> miraba a <strong>los</strong> ojos. Lo <strong>de</strong>jaron llegar hasta don<strong>de</strong><br />

estaban Arróspi<strong>de</strong> y el Boa, revolcándose en el suelo, medio cuerpo sumergido bajo la litera <strong>de</strong> Montes<br />

e, incluso, permanecieron inmóviles cuando el Jaguar, sin inclinarse, comenzó a patear al brigadier,<br />

salvajemente, como a un costal <strong>de</strong> arena. Luego, Alberto recordaba muchas voces, una súbita carrera:<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes acudían <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> rincones hacia el centro <strong>de</strong> la cuadra. Él se había <strong>de</strong>jado caer en el<br />

lecho, para evitar <strong>los</strong> golpes, <strong>los</strong> brazos levantados como un escudo. Des<strong>de</strong> allí, emboscado en su litera,<br />

vio por ráfagas que uno tras otro <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la sección arremetían contra el Jaguar, un racimo <strong>de</strong><br />

manos lo arrancaba <strong>de</strong>l sitio, lo separaba <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l Boa, lo arrojaba al suelo en el pasadizo y a<br />

la vez que el vocerío crecía verticalmente, Alberto distinguía en el amontonamiento <strong>de</strong> cuerpos, <strong>los</strong><br />

rostros <strong>de</strong> Vallano y <strong>de</strong> Mesa, <strong>de</strong> Valdivia y Romero y <strong>los</strong> oía alentarse mutuamente -"¡Denle<br />

duro!",”¡Soplón <strong>de</strong> porquería!", "¡Hay que sacarle la mugre!-, "Se creía muy valiente, el gran rosquete - y<br />

él pensaba: "lo van a matar. Y lo mismo al Boa". Pero no duró mucho rato. Poco <strong>de</strong>spués, el silbato<br />

resonaba en la cuadra, se oía al suboficial pedir tres últimos por sección y el bullicio y la batalla cesaban<br />

como por encanto. Alberto salió corriendo y llegó entre <strong>los</strong> primeros a la formación. Luego se dio vuelta<br />

y trató <strong>de</strong> localizar a Arróspi<strong>de</strong>, al Jaguar y al Boa, pero no estaban. Alguien dijo: "se han ido al baño.<br />

Mejor que no les vean las caras hasta que se laven. Y basta <strong>de</strong> líos".<br />

El teniente Gamboa salió <strong>de</strong> su cuarto y se <strong>de</strong>tuvo un instante en el pasillo para limpiarse la frente con el<br />

pañuelo. Estaba transpirando. Acababa <strong>de</strong> terminar una carta a su mujer y ahora iba a la Prevención a<br />

entregársela al teniente <strong>de</strong> servicio para que la <strong>de</strong>spachara con el correo <strong>de</strong>l día. Llegó a la pista <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sfile. Casi sin proponérselo, avanzó hacia "<strong>La</strong> Perlita". Des<strong>de</strong> el <strong>de</strong>scampado, vio a Paulino abriendo<br />

con sus <strong>de</strong>dos sucios <strong>los</strong> panes que ven<strong>de</strong>ría rellenos <strong>de</strong> salchicha, en el recreo. ¿Por qué no se había<br />

tomado medida alguna contra Paulino, a pesar <strong>de</strong> haber indicado él en el parte el contrabando <strong>de</strong><br />

cigarril<strong>los</strong> y <strong>de</strong> licor a que el injerto se <strong>de</strong>dicaba? ¿Era Paulino el verda<strong>de</strong>ro concesionario <strong>de</strong> "<strong>La</strong> Perlita"<br />

o un simple biombo? Fastidiado, <strong>de</strong>sechó esos pensamientos. Miró su reloj: <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> dos horas habría<br />

terminado su servicio y quedaría libre por veinticuatro horas. ¿A dón<strong>de</strong> ir? No le entusiasmaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

encerrarse en la solitaria casa <strong>de</strong>l Barranco; estaría preocupado, aburrido. Podía visitar a alguno <strong>de</strong> sus<br />

parientes, siempre lo recibían con alegría y le reprochaban que no <strong>los</strong> buscara con frecuencia. En la<br />

noche, tal vez fuera a un cine, siempre había films <strong>de</strong> guerra o <strong>de</strong> gángsteres en <strong>los</strong> cinemas <strong>de</strong><br />

Barranco. Cuando era ca<strong>de</strong>te, todos <strong>los</strong> domingos él y Rosa iban al cine en matinée y en vermouth y a<br />

veces repetían la película. Él se burlaba <strong>de</strong> la muchacha, que sufría en <strong>los</strong> melodramas mexicanos y<br />

buscaba su mano en la oscuridad, como pidiéndole protección, pero ese contacto súbito lo conmovía y lo<br />

exaltaba secretamente. Habían pasado cerca <strong>de</strong> ocho años. Hasta algunas semanas atrás, nunca había<br />

recordado el pasado, ocupaba su tiempo libre en hacer planes para el futuro. Sus objetivos se habían<br />

realizado hasta ahora, nadie le había arrebatado el puesto que obtuvo al salir <strong>de</strong> la Escuela Militar. ¿Por<br />

qué, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que surgieron estos problemas recientes, pensaba, constantemente en su juventud, con<br />

cierta amargura?<br />

-¿Qué le sirvo, mi teniente? -dijo Paulino, haciéndole una reverencia.<br />

-Una Cola.<br />

El sudor dulce y gaseoso <strong>de</strong> la bebida le dio náuseas. ¿Valía la pena haber <strong>de</strong>dicado tantas horas a<br />

apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> memoria esas páginas áridas, haber puesto el mismo empeño en el estudio <strong>de</strong> <strong>los</strong> códigos y<br />

reglamentos que en <strong>los</strong> cursos <strong>de</strong> estrategia, logística y geografía militar? "El or<strong>de</strong>n y la disciplina<br />

constituyen la justicia -recitó Gamboa, con una sonrisa ácida en <strong>los</strong> labios-, y son <strong>los</strong> instrumentos<br />

indispensables <strong>de</strong> una vida colectiva racional. El or<strong>de</strong>n y la disciplina se obtienen a<strong>de</strong>cuando la realidad a<br />

las leyes." El capitán Montero les obligó a meterse en la cabeza hasta <strong>los</strong> prólogos <strong>de</strong>l reglamento. Le<br />

<strong>de</strong>cían "el leguleyo- porque era un fanático <strong>de</strong> las citas jurídicas. "Un excelente profesor, pensó Gamboa.<br />

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