Libro Tesis Bianca Racioppe.indb - Artica – Centro Cultural 2.0
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propias obras. Modos que tienen algo de residual, algo de una vuelta a un tiempo anterior<br />
a la “industrialización”, a la “mercantilización” del arte, tiempos donde la producción<br />
no tenía dueños únicos y exclusivos, tiempos en los que la creación era entendida como<br />
práctica colectiva y social.<br />
Pero estos modos tienen también algo de emergente, proponen nuevos modos de organización<br />
y gestión en torno a otras formas de licenciamiento como es el Copyleft u otros<br />
modos de encuadre, como el movimiento de la Cultura libre. Estos otros modos le disputan<br />
a los anteriores la legitimidad de la gestión de lo cultural-artístico proponiendo retornar a<br />
una idea de compartir, de construir colaborativamente y de un autor que crea en relación<br />
con otros.<br />
Para comprender a qué mirada se oponen estos grupos de artistas que se inscriben en la<br />
Cultura libre y el Copyleft, es importante entender cómo son comprendidas las producciones<br />
artísticas en el contexto actual. Y, si estamos retomando los sentidos de lo cultural,<br />
no podemos dejar de pensar en esa otra categoría que ha atravesado los estudios de comunicación,<br />
muchas veces retomando esa dicotomía entre lo “culto” y lo “popular”; otras<br />
veces vislumbrando los cruces y los mestizajes: la Industrias <strong>Cultural</strong>es.<br />
1.2.1. Industria cultural. Algunas refl exiones en torno a un concepto “clásico”<br />
Si la cultura debe entenderse como algo siempre vinculado a las condiciones materiales<br />
de existencia, como un proceso dinámico, como una arena de lucha y de disputa; qué lugar<br />
ocupa lo que ha sido defi nido como Industria <strong>Cultural</strong>, cómo debe ser leída o pensada<br />
en estos contextos.<br />
Este concepto, acuñado por Adorno y Horkheimer, remite a una idea de la cultura, entendida<br />
en tanto el punto (iii) de Williams, que es producida desde lógicas industriales. El<br />
concepto tuvo, en sus orígenes, una carga negativa, ya que la Industria <strong>Cultural</strong> era vista<br />
como la clausura del arte. La razón instrumental, que había vaciado a la razón iluminista<br />
de todo contenido y la había transformado en mera cáscara e instrumento, ofi ciaba en<br />
el arte una pérdida de su sentido crítico y político y lo transformaba en una maquinaria<br />
más del sistema totalitario de opresión. La Industria <strong>Cultural</strong> tenía, así, no sólo una acción<br />
negativa en cuanto al arte, sino también hacia el público: un hombre transformado en<br />
masa, automatizado, un hombre fungible; preso también de ese sistema de opresión. En<br />
el mundo del trabajo oprimido por sus patrones y por las condiciones repetitivas (El Chaplin<br />
de “Tiempos Modernos”) en su momento de ocio oprimido por una Industria <strong>Cultural</strong><br />
pensada para la unifi cación y el conformismo.<br />
La mirada de la Escuela de Frankfurt, señalada como apocalíptica, es entendible, leíble<br />
e interpretable en el contexto en el que fue pensada. La Europa que los expulsaba, por<br />
marxistas y judíos, atravesada por el totalitarismo y el racismo nazi; y la tierra que les da<br />
refugio, Estados Unidos, convirtiéndose en una sociedad de consumo exacerbada. Dos<br />
formas de totalitarismo: la de los gobiernos y la del mercado.<br />
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