JORGE LUIS BORGES - Textos on line
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en un combate y el exilado Snorri Sturlus<strong>on</strong> lloró en una elegía la muerte de su sobrino y enemigo.<br />
Desobedeciendo órdenes de Hák<strong>on</strong>, se embarcó para Islandía. Hák<strong>on</strong> encargó a Gizur Thorvaldss<strong>on</strong>, que<br />
había matado al hijo de Snorri, que matara ahora al padre. Gizur rodeó la casa de Snorri y entró en ella, de<br />
noche. Esa tarde había llegado a manos de Snorri un mensaje secreto, escrito en letras rúnicas,<br />
previniéndole del peligro, pero Snorri no logro descifrarlo. Registrar<strong>on</strong> la casa los asesinos; un hombre<br />
llamado Arni Briskr (Arni el Amargo) mató en el sótano a Snorri Sturlus<strong>on</strong>.<br />
Diez años después, en otra de las violencias de la época, un hombre pudo huir de una casa cercada e<br />
incendiada. Cayó al suelo al saltar. Alguien lo rec<strong>on</strong>oció y preguntó:<br />
-¿No hay aquí un hombre que se acuerde de Snorri Sturlus<strong>on</strong>?<br />
Ent<strong>on</strong>ces lo matar<strong>on</strong> porque era Arni. Después matar<strong>on</strong> a Gizur, que también estaba en la casa.<br />
La muerte de Arni parece pensada por Snorri. Ese hombre a quien unas palabras lacónicas anuncian su<br />
sentencia de muerte es un pers<strong>on</strong>aje de Snorri, una figura sometida al destino y aun a la retórica de las<br />
sagas.<br />
«Una compleja crónica de traici<strong>on</strong>es»: asi define Gilchrist Brodeur la vida de Snorri. Su grandeza está en su<br />
obra escrita.<br />
*EL DIOS Y EL REY 116<br />
***<br />
De las historias de Olaf Haraldss<strong>on</strong>, que logró después de la muerte el curioso título de perpetuo Rey de<br />
Noruega, he recorrido la que Snorri Sturluss<strong>on</strong> cumplió, a principios del siglo XIII; algún fragmento posterior<br />
recogido en la Nordische Mythologie, de Paul Herrmann, y el turbio y elocuente resumen del bosquejo de<br />
Carlyle (Early Kings of Norway, 1875). Unas líneas que tratan del Dios Thor, leídas casualmente, me instan<br />
ahora a referir, a mi vez, el destino de Olaf.<br />
A los doce años, su madre lo hizo capitán de un barco de vikings. A los diecinueve, había asolado las<br />
riberas de Europa, desde Finlandia y Dinamarca hasta Nörvasund (Gibraltar) y había guerreado c<strong>on</strong>tra los<br />
daneses, en L<strong>on</strong>dres. Su propósito era arribar a Jerusalén, pero en un vago río Español soñó c<strong>on</strong> un hombre<br />
que le dijo que regresara, porque en Noruega sería rey por tiempo sin fin; este sueño puede haber sido<br />
imaginado para explicar por qué el futuro misi<strong>on</strong>ero del norte no estuvo en Tierras Santas. Una tradición dice<br />
que recibió el bautismo en Rudhaborg (Rouen); Carlyle, que corta en dos mitades su biografía, sus días de<br />
vikingo y sus días de santidad, atribuye su c<strong>on</strong>versión a «sus pensamientos y al ins<strong>on</strong>dable diálogo c<strong>on</strong> el<br />
siempre quejumbroso Mar». A pesar de esa dicotomía, es lícito sospechar que Olaf Haraldss<strong>on</strong> no se<br />
despojó demasiado del viejo hombre cuando se revistió del nuevo; a un rey le hizo arrancar los ojos y lo llevó<br />
c<strong>on</strong>sigo por todas partes. (A otro, dispuso que le cortaran la lengua.) Tres veces trató el ciego de asesinarlo,<br />
pero Olaf no lo quiso matar «porque eran parientes lejanos». Carlyle refiere embelesado esta historia atroz<br />
(que duró muchos años), para demostrar que Olaf era piadoso, y acaba p<strong>on</strong>derando su buen humor y su<br />
sentido práctico, y, «esa risa cordial, aunque no ruidosa, que le salía de las claridades del alma».<br />
El hecho es que la c<strong>on</strong>versión transfiguró a los pueblos, pero no, al principio, a los hombres. Fue un<br />
ac<strong>on</strong>tecimiento para la estirpe, no para el individuo. Pasar del culto de los dioses germánicos al culto de<br />
Jesús no era pasar de una mitología a una religión; era sumar a esa mitología un dios más servicial y más<br />
poderoso y pensar que los otros eran diabólicos. En el siglo VIII los catecúmenos debían adjurar todas las<br />
obras y palabras de los dem<strong>on</strong>ios Thunaer y Woden; en el siglo XII la Historia Danica de Saxo Gramático, no<br />
niega la existencia de «Othinus» o de Thor; los declara hechiceros que aprovechar<strong>on</strong> la simplicidad de la<br />
gente para hacerse pasar por divinidades. Hubo c<strong>on</strong>versos que abrazar<strong>on</strong> la nueva fe sin repudiar la<br />
antigua; Beda, el historiador, refiere que Raedwald, rey de los anglos, tenía dos altares: uno, c<strong>on</strong>sagrado a<br />
Jesús; otro, más chico, en el que ofrecía víctimas a los «dem<strong>on</strong>ios» o divinidades paganas. Observa<br />
Friedrich Vogt que en el cristianismo se buscaba una fuerza mágica, en tal sentido, es edificable el caso de<br />
Clovia (Chlodwing, Ludovico, Luis) rey de los francos, casado c<strong>on</strong> una princesa cristiana: Clotilde de<br />
Borgoña. Clovia, en la angustia de una batalla, juró adorar «al Dios de Clotilde» si éste le daba la victoria;<br />
poco después, victorioso y bautizado, hizo tranquilamente asesinar a los otros príncipes merovingios.<br />
116 La Nación, Buenos Aires, 2 de mayo de 1954.