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JORGE LUIS BORGES - Textos on line

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proclamaba el tema del drama. No sé si es lícito menci<strong>on</strong>ar las invocaci<strong>on</strong>es rituales de la epopeya: el Arma<br />

virumque cano, que Camoens repitió c<strong>on</strong> tanta felicidad:<br />

As Armas e os Baroes assignalados...<br />

El prólogo, cuando s<strong>on</strong> propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de<br />

la crítica. No sé qué juicio favorable o adverso merecerán los míos, que abarcan tantas opini<strong>on</strong>es y tantos<br />

años.<br />

La revisión de estas páginas olvidadas me ha sugerido el plan de otro libro más original y mejor, que ofrezco<br />

a quienes quieran ejecutarlo. Pienso que exige manos más diestras y una tenacidad que ya me ha dejado.<br />

Carlyle, hacia mil ochocientos treinta y tantos, simuló en su Sartor Resartus, que cierto profesor alemán<br />

había dado a la imprenta un docto volumen sobre la filosofía de la ropa y lo tradujo parcialmente y lo<br />

comentó, no sin algún reparo. El libro que yo estoy entreviendo es de índole análoga. C<strong>on</strong>staría de una serie<br />

de prólogos de libros que no existen. Abundaría en citas ejemplares de esas obras posibles. Hay<br />

argumentos que se prestan menos a la escritura laboriosa que a los ocios de la imaginación o al indulgente<br />

diálogo, tales argumentos serían la impalpable sustancia de esas páginas que no se escribirán.<br />

Prologaríamos, acaso, un Quijote o Quijano que nunca sabe si es un pobre sujeto que sueña ser un paladín<br />

cercado de hechiceros o un paladín cercado de hechiceros que sueña ser un pobre sujeto. C<strong>on</strong>vendría, por<br />

supuesto, eludir la parodia y la sátira, las tramas deberían ser de aquellas que nuestra mente acepta y<br />

anhela.<br />

*EL LIBRO (I) 1<br />

Jorge Luis Borges<br />

***<br />

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás s<strong>on</strong><br />

extensi<strong>on</strong>es de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, s<strong>on</strong> extensi<strong>on</strong>es de su vista; el teléf<strong>on</strong>o es<br />

extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensi<strong>on</strong>es de su brazo. Pero el libro es otra cosa:<br />

el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.<br />

En César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de<br />

la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino<br />

una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la<br />

función que realiza el libro.<br />

Yo he pensado, alguna vez, escribir una historia del libro. No desde el punto de vista físico. No me interesan<br />

los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas<br />

valoraci<strong>on</strong>es que el libro ha recibido. He sido anticipado por Spengler, en su Decadencia de Occidente,<br />

d<strong>on</strong>de hay páginas preciosas sobre el libro. C<strong>on</strong> alguna observación pers<strong>on</strong>al, pienso atenerme a lo que<br />

dice Spengler.<br />

Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro -cosa que me sorprende; veían en el libro un sucedáneo<br />

de la palabra oral. Aqella frase que se cita siempre: Scripta maner verba volat, no significa que la palabra<br />

oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo<br />

de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón. Todos los grandes maestros de la humanidad han<br />

sido, curiosamente, maestros orales.<br />

Tomaremos el primer caso: Pitágoras. Sabemos que Pitágoras no escribió deliberadamente. No escribió<br />

porque no quiso atarse a una palabra escrita. Sintió, sin duda, aquello de que la letra mata y el espíritu<br />

vivifica, que vendría después en la Biblia. El debió sentir eso, no quiso atarse a una palabra escrita; por eso<br />

Aristóteles no habla nunca de Pitágoras, sino de los pitagóricos. Nos dice, por ejemplo, que los pitagóricos<br />

profesaban la creencia, el dogma, del eterno retorno, que muy tardíamente descubriría Nietzsche. Es decir,<br />

la idea del tiempo cíclico, que fue refutada por San Agustín en La ciudad de Dios. San Agustín dice c<strong>on</strong> una<br />

1 24 de mayo de 1978. En Borges oral, 1980

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