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JORGE LUIS BORGES - Textos on line

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Hemos citado algunas curiosidades de la Historia Eclesiástica, pero la impresión general que deja el<br />

volumen es de serenidad y de sensatez. La extravagancia parece corresp<strong>on</strong>der a la época, no al individuo.<br />

«Casi todas las obras de Beda -ha escrito Stopford Brooke- s<strong>on</strong> estudiosos epítomes, de gran erudición, de<br />

escasa originalidad, pero saturados de claridad y de mansedumbre.» Sus obras fuer<strong>on</strong> libros de texto de la<br />

escuela de York, a la que c<strong>on</strong>currier<strong>on</strong> estudiantes de Francia, de Alemania, de Irlanda y de Italia.<br />

Beda, muy enfermo, estaba traduciendo al anglosajón el Evangelio de San Juan. El amanuense le dijo:<br />

«Falta un capítulo.» Beda le dictó la traducción; luego el amanuense dijo: «Falta una línea; pero estás muy<br />

cansado.» Beda le dictó esa línea; el amanuense dijo: «Ahora ya está c<strong>on</strong>cluido.» «Sí, está c<strong>on</strong>cluido», dijo<br />

Beda, y poco después había muerto. Es hermoso pensar que murió traduciendo -es decir, cumpliendo la<br />

menos vanidosa y la más abnegada de las tareas literarias- y traduciendo del griego, o del latín, al sajón,<br />

que, c<strong>on</strong> el tiempo, sería el vasto idioma inglés.<br />

*DANTE Y LOS VISIONARIOS ANGLOSAJONES 62<br />

***<br />

En el canto X del Paraíso, Dante refiere que ascendió a la esfera del sol y que vio sobre el disco de ese<br />

planeta -el sol es un planeta en la ec<strong>on</strong>omía dantesca- una ardiente cor<strong>on</strong>a de doce espíritus, más<br />

luminosos que la luz c<strong>on</strong>tra la cual se destacaban. Tomás de Aquino, el primero, le declara el nombre de los<br />

demás; el séptimo es Beda. Los comentadores explican que se trata de Beda el Venerable, diác<strong>on</strong>o del<br />

m<strong>on</strong>asterio de Jarrow y autor de la Historia ecclesiastica gentis Anglorum.<br />

Pese al epíteto, esa primera historia de Inglaterra, que se redactó en el siglo VIII, trasciende lo eclesiástico.<br />

Es la obra c<strong>on</strong>movida y pers<strong>on</strong>al de un investigador escrupuloso y de un hombre de letras. Beda dominaba<br />

el latín y c<strong>on</strong>ocía el griego y a su pluma suele acudir, esp<strong>on</strong>táneamente, un verso de Virgilio. Todo le<br />

interesaba: la historia universal, la exégesis de la Escritura, la música, las figuras de la retórica (Beda buscó<br />

en la Escritura sus ejemplos de figuras retóricas. Así, para la sinécdoque, d<strong>on</strong>de se toma la parte por el todo,<br />

citó el versículo 14 del primer capítulo del Evangelio según Juan: «Y aquel verbo fue hecho carne...» En<br />

rigor, el Verbo no sólo se hizo carne, sino huesos, cartílagos, agua y sangre), la ortografía, los sistemas de<br />

numeración, las ciencias naturales, la teología, la poesía latina y la poesía vernácula. Hay, sin embargo, un<br />

punto sobre el cual deliberadamente guarda silencio. En su crónica de las tenaces misi<strong>on</strong>es que acabar<strong>on</strong><br />

por imp<strong>on</strong>er la fe de Jesús en los reinos germánicos de Inglaterra, Beda pudo haber hecho para el<br />

paganismo sajón lo que Snorri Sturlus<strong>on</strong> unos quinientos años después, haría para el escandinavo. Sin<br />

traici<strong>on</strong>ar el piadoso propósito de la obra, pudo haber declarado, o bosquejado, la mitología de sus mayores.<br />

Previsiblemente no lo hizo. La razón es obvia: la religión, o mitología, de los germanos, estaba aún muy<br />

cerca. Beda quería olvidarla; quería que su Inglaterra la olvidara. Nuncn sabremos si a los dioses que adoró<br />

Hengist los aguarda un crepúsculo y si en aquel día tremendo en que el sol y la luna serán devorados por<br />

lobos, partirá de la región del hielo una nave hecha de uñas de muertos. Nunca sabremos si esas perdidas<br />

divinidades formaban un panteón o si eran, como Gibb<strong>on</strong> sospechó, vagas superstici<strong>on</strong>es de bárbaros.<br />

Fuera de la sentencia ritual «cujus pater Voden», que figura en todas sus genealogías de linajes reales, y del<br />

caso de aquel rey precavido que tenía un altar para Jesús y otro, menor, para los dem<strong>on</strong>ios, poco hizo Beda<br />

para satisfacer la futura curiosidad de los germanistas. En cambio se apartó del recto camino cr<strong>on</strong>ológico<br />

para registrar visi<strong>on</strong>es ultraterrenas que prefiguran la obra de Dante.<br />

Recordemos una. Fursa, nos dice Beda, fue un asceta irlandés que había c<strong>on</strong>vertido a muchos saj<strong>on</strong>es. En<br />

el curso de una enfermedad fue arrebatado por los ángeles en espíritu y subió al cielo. Durante la ascensión<br />

vio cuatro fuegos que enrojecían el aire negro, no muy distantes uno de otro. Los ángeles le explicar<strong>on</strong> que<br />

esos fuegos c<strong>on</strong>sumirán el mundo y que sus nombres s<strong>on</strong> Discordia, Iniquidad, Mentira y Codicia. Los<br />

fuegos se agrandar<strong>on</strong> hasta juntarse y llegar<strong>on</strong> a él; Fursa temió, pero los ángeles le dijer<strong>on</strong>: No te quemará<br />

el fuego que no encendiste. En efecto, los ángeles dividier<strong>on</strong> las llamas y Fursa llegó al Paraíso, d<strong>on</strong>de vio<br />

cosas admirables. Al volver a la tierra, fue amenazado una segunda vez por el fuego, desde el cual un<br />

dem<strong>on</strong>io le arrojó el alma candente de un réprobo, que le quemó el hombro derecho y el mentón. Un ángel<br />

62 Nueve ensayos dantescos, 1982

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