JORGE LUIS BORGES - Textos on line
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Un ac<strong>on</strong>tecimiento capital de la historia de las naci<strong>on</strong>es occidentales es el descubrimiento del Oriente. Sería<br />
más exacto hablar de una c<strong>on</strong>ciencia del Oriente, c<strong>on</strong>tinua, comparable a la presencia de Persia en la<br />
historia griega. Además de esa c<strong>on</strong>ciencia del Oriente -algo vasto, inmóvil, magnífico, incomprensible- hay<br />
altos momentos y voy a enumerar algunos. Lo que me parece c<strong>on</strong>veniente, si queremos entrar en este tema<br />
que yo quiero tanto, que he querido desde la infancia, el tema del Libro de las mil y una noches, o, como se<br />
llamó en la versión inglesa -la primera que leí- The Arabian Nights: Noches árabes. No sin misterio también,<br />
aunque el título es menos bello que el de Libro de las mil y una noches.<br />
Voy a enumerar algunos hechos: los nueve libros de Herodoto y en ellos la revelación de Egipto, el lejano<br />
Egipto. Digo «el lejano» porque el espacio se mide por el tiempo y las navegaci<strong>on</strong>es eran azarosas. Para los<br />
griegos, el mundo egipcio era mayor, y lo sentían misterioso.<br />
Examinaremos después las palabras Oriente y Occidente, que no podemos definir y que s<strong>on</strong> verdaderas.<br />
Pasa c<strong>on</strong> ellas lo que decía San Agustín que pasa c<strong>on</strong> el tiempo. «¿Qué es el tiempo? Si no me lo<br />
preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro». ¿Qué s<strong>on</strong> el Oriente y el Occidente? Si me lo preguntan, lo<br />
ignoro. Busquemos una aproximación.<br />
Veamos los encuentros, las guerras y las campañas de Alejandro. Alejandro, que c<strong>on</strong>quista la Persia, que<br />
c<strong>on</strong>quista la India y que muere finalmente en Babil<strong>on</strong>ia, según se sabe. Fue éste el primer vasto encuentro<br />
c<strong>on</strong> el Oriente, un encuentro que afectó tanto a Alejandro, que dejó de ser griego y se hizo parcialmente<br />
persa. Los persas, ahora lo han incorporado a su historia. A Alejandro, que dormía c<strong>on</strong> la Ilíada y c<strong>on</strong> la<br />
espada debajo de la almohada. Volveremos a él más adelante, pero ya que menci<strong>on</strong>amos el nombre de<br />
Alejandro, quiero referirles una leyenda que, bien lo sé, será de interés para ustedes.<br />
Alejandro no muere en Babil<strong>on</strong>ia a los treinta y tres años. Se aparta de un ejército y vaga por desiertos y<br />
selvas y luego ve una claridad. Esa claridad es la de una fogata.<br />
La rodean guerreros de tez amarilla y ojos oblicuos. No lo c<strong>on</strong>ocen, lo acogen. Como esencialmente es un<br />
soldado, participa de batallas en una geografía del todo ignorada por él. Es un soldado: no le importan las<br />
causas y está listo a morir. Pasan los años, él se ha olvidado de tantas cosas y llega un día en que se paga<br />
a la tropa y entre las m<strong>on</strong>edas hay una que lo inquieta. La tiene en la palma de la mano y dice: «Eres un<br />
hombre viejo; esta es la medalla que hice acuñar para la victoria de Arbela cuando yo era Alejandro de<br />
Maced<strong>on</strong>ia.» Recobra en ese momento su pasado y vuelve a ser un mercenario tártaro o chino o lo que<br />
fuere.<br />
Esta memorable invención pertenece al poeta inglés Robert Graves. A Alejandro le había sido predicho el<br />
dominio del Oriente y el Occidente. En los países del Islam se lo celebra aún bajo el nombre de Alejandro<br />
Bicorne, porque disp<strong>on</strong>e de los dos cuernos del Oriente y del Occidente.<br />
Veamos otro ejemplo de ese largo diálogo entre el Oriente y el Occidente, ese diálogo no pocas veces<br />
trágico. Pensamos en el joven Virgilio que está palpando una seda estampada, de un país remoto. El país<br />
de los chinos, del cual él sólo sabe que es lejano y pacífico, muy numeroso, que abarca los últimos c<strong>on</strong>fines<br />
del Oriente. Virgilio recordará esa seda en las Geórgicas, esa seda inc<strong>on</strong>sútil, c<strong>on</strong> imágenes de templos,<br />
emperadores, ríos, puentes, lagos distintos de los que c<strong>on</strong>ocía.<br />
Otra revelación del Oriente es la de aquel libro admirable, la Historia natural de Plinio. Ahí se habla de los<br />
chinos y se menci<strong>on</strong>a a Bactriana, Persia, se habla de la India, del rey Poro. Hay un verso de Juvenal, que<br />
yo habré leído hará más de cuarenta años y que, de pr<strong>on</strong>to, me viene a la memoria. Para hablar de un lugar<br />
lejano, Juvenal dice: «Ultra Aurora et Ganges», «más allá de la aurora y del Ganges». En esas cuatro<br />
palabras está el Oriente para nosotros. Quién sabe si Juvenal lo sintió como lo sentimos nosotros. Creo que<br />
sí. Siempre el Oriente habrá ejercido fascinación sobre los hombres del Occidente.<br />
Prosigamos c<strong>on</strong> la historia y llegaremos a un curioso regalo. Posiblemente no ocurrió nunca. Se trata<br />
también de una leyenda. Harun al-Raschid, Aarón el Ortodoxo, envía a su colega Carlomagno un elefante.<br />
Acaso era imposible enviar un elefante desde Bagdad hasta Francia, pero eso no importa. Nada nos cuesta<br />
creer en ese elefante. Ese elefante es un m<strong>on</strong>struo. Recordemos que la palabra m<strong>on</strong>struo no significa algo<br />
horrible. Lope de Vega fue llamado «M<strong>on</strong>struo de la Naturaleza» por Cervantes. Ese elefante tiene que<br />
haber sido algo muy extraño para los francos y para el rey germánico Carlomagno. (Es triste pensar que<br />
Carlomagno no pudo haber leído la Chans<strong>on</strong> de Roland, ya que hablaría algún dialecto germánico.)<br />
Le envían un elefante y esa palabra, «elefante», nos recuerda que Roland hace s<strong>on</strong>ar el «olifán», la<br />
trompeta de marfil que se llamó así, precisamente, porque procede del colmillo del elefante. Y ya que<br />
estamos hablando de etimologías, recordemos que la palabra española «alfil» significa «el elefante» en