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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 20 : "Si no Viereis Señales y Milagros"<br />

Los GALILEOS que volvían <strong>de</strong> la Pascua trajeron nuevas <strong>de</strong> las obras admirables <strong>de</strong> Jesús. El<br />

juicio expresado acerca <strong>de</strong> sus actos <strong>por</strong> los dignatarios <strong>de</strong> Jerusalén le preparó el terreno en<br />

Galilea. Entre el pueblo, eran muchos los que lamentaban los abusos cometidos en el templo y la<br />

codicia y arrogancia <strong>de</strong> los sacerdotes. Esperaban que ese hombre, que había ahuyentado a los<br />

gobernantes, fuese el Libertador que anhelaban. Ahora llegaban noticias que parecían confirmar<br />

sus expectativas más halagüeñas. Se <strong>de</strong>cía que el profeta se había <strong>de</strong>clarado el Mesías. Pero el<br />

pueblo <strong>de</strong> Nazaret no creía en él. Por esta razón, Jesús no visitó a Nazaret mientras iba a Caná. El<br />

Salvador <strong>de</strong>claró a sus discípulos que un profeta no recibía honra en su país. Los hombres estiman<br />

el carácter <strong>por</strong> lo que ellos mismos son capaces <strong>de</strong> apreciar. Los <strong>de</strong> miras estrechas y mundanales<br />

juzgaban a Cristo <strong>por</strong> su nacimiento humil<strong>de</strong>, su indumentaria sencilla y su trabajo diario. No<br />

podían apreciar la pureza <strong>de</strong> aquel espíritu que no tenía mancha <strong>de</strong> pecado. <strong>La</strong>s nuevas <strong>de</strong>l regreso<br />

<strong>de</strong> Cristo a Caná no tardaron en cundir <strong>por</strong> toda Galilea, infundiendo esperanzas a los dolientes y<br />

angustiados.<br />

En Capernaúm, la noticia atrajo la atención <strong>de</strong> un noble judío que era oficial <strong>de</strong>l rey. Un hijo <strong>de</strong>l<br />

oficial se hallaba aquejado <strong>de</strong> una enfermedad que parecía incurable. Los médicos lo habían<br />

<strong>de</strong>sahuciado; pero cuando el padre oyó hablar <strong>de</strong> Jesús resolvió pedirle ayuda. El niño estaba muy<br />

grave y se temía que no viviese hasta el regreso <strong>de</strong>l padre; pero el noble creyó que <strong>de</strong>bía presentar<br />

su caso personalmente, con la esperanza <strong>de</strong> que las súplicas <strong>de</strong> un padre <strong>de</strong>spertarían la simpatía<br />

<strong>de</strong>l gran Médico. Al llegar a Caná, encontró que una muchedumbre ro<strong>de</strong>aba a Jesús. Con corazón<br />

ansioso, se abrió paso hasta la presencia <strong>de</strong>l Salvador. Su fe vaciló cuando vio tan sólo a un hombre<br />

vestido sencillamente, cubierto <strong>de</strong> polvo y cansado <strong>de</strong>l viaje. Dudó <strong>de</strong> que esa persona pudiese<br />

hacer lo que había ido a pedirle; sin embargo, logró entrevistarse con Jesús, le explicó <strong>por</strong> qué<br />

venía y rogó al Salvador que le acompañase a su casa. Mas Jesús ya conocía su pesar. Antes <strong>de</strong><br />

que el oficial saliese <strong>de</strong> su casa, el Salvador había visto su aflicción. Pero sabía también que el<br />

padre, en su fuero íntimo, se había impuesto ciertas condiciones para creer en Jesús. A menos que<br />

se le concediese lo que iba a pedirle, no le recibiría como el Mesías.<br />

Mientras el oficial esperaba atormentado <strong>por</strong> la incertidumbre, Jesús dijo: "Si no viereis señales y<br />

milagros no creeréis." A pesar <strong>de</strong> toda la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> que Jesús era el Cristo, el solicitante había<br />

resuelto creer en él tan sólo si le otorgaba lo que solicitaba. El Salvador puso esta incredulidad en<br />

contraste con la sencilla fe <strong>de</strong> los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal. Su palabra,<br />

evi<strong>de</strong>ncia siempre presente <strong>de</strong> su divinidad, tenía un po<strong>de</strong>r convincente que alcanzó sus corazones.<br />

Cristo se apenó <strong>de</strong> que su propio pueblo, al cual habían sido confiados los oráculos sagrados, no<br />

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