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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 32 : El Centurión<br />

CRISTO había dicho al noble cuyo hijo sanara: "Si no viereis señales y milagros no creeréis."* Le<br />

entristecía que su propia nación requiriese esas señales externas <strong>de</strong> su carácter <strong>de</strong> Mesías.<br />

Repetidas veces se había asombrado <strong>de</strong> su incredulidad. Pero también se asombró <strong>de</strong> la fe <strong>de</strong>l<br />

centurión que vino a él. El centurión no puso en duda el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Salvador. Ni siquiera le pidió<br />

que viniese en persona a realizar el milagro. "Solamente di la palabra --dijo,-- y mi mozo sanará."<br />

El siervo <strong>de</strong>l centurión había sido herido <strong>de</strong> parálisis, y estaba a punto <strong>de</strong> morir. Entre los romanos<br />

los siervos eran esclavos que se compraban y vendían en los mercados, y eran tratados con ultrajes<br />

y crueldad. Pero el centurión amaba tiernamente a su siervo, y <strong>de</strong>seaba gran<strong>de</strong>mente que se<br />

restableciese. Creía que Jesús podría sanarle. No había visto al Salvador, pero los informes que<br />

había oído le habían inspirado fe. A pesar <strong>de</strong>l formalismo <strong>de</strong> los judíos, este oficial romano estaba<br />

convencido <strong>de</strong> que tenían una religión superior a la suya. Ya había <strong>de</strong>rribado las vallas <strong>de</strong>l prejuicio<br />

y odio nacionales que separaban a los conquistadores <strong>de</strong> los conquistados. Había manifestado<br />

respeto <strong>por</strong> el servicio <strong>de</strong> Dios, y <strong>de</strong>mostrado bondad a los judíos, adoradores <strong>de</strong> Dios.<br />

En la enseñanza <strong>de</strong> Cristo, según le había sido explicada, hallaba lo que satisfacía la necesidad <strong>de</strong>l<br />

alma. Todo lo que había <strong>de</strong> espiritual en él respondía a las palabras <strong>de</strong>l Salvador. Pero se sentía<br />

indigno <strong>de</strong> presentarse ante Jesús, y rogó a los ancianos judíos que le pidiesen que sanase a su<br />

siervo. Pensaba que ellos conocían al gran Maestro, y sabrían acercarse a él para obtener su favor.<br />

Al entrar Jesús en Capernaúm, fue recibido <strong>por</strong> una <strong>de</strong>legación <strong>de</strong> ancianos, que le presentaron el<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l centurión. Le hicieron notar que era "digno <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rle esto; que ama nuestra nación,<br />

y él nos edificó una sinagoga." Jesús se puso inmediatamente en camino hacia la casa <strong>de</strong>l oficial;<br />

pero, asediado <strong>por</strong> la multitud, avanzaba lentamente. <strong>La</strong>s nuevas <strong>de</strong> su llegada le precedieron, y el<br />

centurión, <strong>de</strong>sconfiando <strong>de</strong> sí mismo, le envió este mensaje: "Señor, no te incomo<strong>de</strong>s, que no soy<br />

digno que entres <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi tejado."<br />

Pero el Salvador siguió andando, y el centurión, atreviéndose <strong>por</strong> fin a acercársele, completó su<br />

mensaje diciendo: "Ni aun me tuve <strong>por</strong> digno <strong>de</strong> venir a ti; mas di la palabra, y mi siervo será sano.<br />

Porque también yo soy hombre puesto en potestad, que tengo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mí soldados; y digo a éste:<br />

Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace." Como represento el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Roma y mis soldados reconocen mi autoridad como suprema, así tú representas el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Dios<br />

infinito y todas las cosas creadas obe<strong>de</strong>cen tu palabra. Pue<strong>de</strong>s or<strong>de</strong>nar a la enfermedad que se aleje,<br />

y te obe<strong>de</strong>cerá. Pue<strong>de</strong>s llamar a tus mensajeros celestiales, y ellos impartirán virtud sanadora.<br />

Pronuncia tan sólo la palabra, y mi siervo sanará. "Lo cual oyendo Jesús, se maravilló <strong>de</strong> él, y<br />

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