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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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habrían atrevido a contestar: "Po<strong>de</strong>mos."* Los discípulos se <strong>de</strong>spertaron al oír la voz <strong>de</strong> Jesús,<br />

pero casi no le conocieron, tan cambiado <strong>por</strong> la angustia había quedado su rostro. Dirigiéndose a<br />

Pedro, Jesús dijo: "¡Simón! ¿duermes tú? ¿No has podido velar una sola hora? Velad, y orad, para<br />

que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil."* <strong>La</strong> <strong>de</strong>bilidad<br />

<strong>de</strong> sus discípulos <strong>de</strong>spertó la simpatía <strong>de</strong> Jesús. Temió que no pudiesen so<strong>por</strong>tar la prueba que iba<br />

a sobrevenirles en la hora <strong>de</strong> su entrega y muerte. No los reprendió, sino dijo: "Velad, y orad, para<br />

que no entréis en tentación." Aun en su gran agonía, procuraba disculpar su <strong>de</strong>bilidad. "El espíritu<br />

a la verdad está pronto --dijo,-- mas la carne es débil." El Hijo <strong>de</strong> Dios volvió a quedar presa <strong>de</strong><br />

agonía sobre humana, y tambaleándose volvió agotado al lugar <strong>de</strong> su primera lucha. Su sufrimiento<br />

era aun mayor que antes. Al apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> él la agonía <strong>de</strong>l alma, "fue su sudor como gran<strong>de</strong>s gotas<br />

<strong>de</strong> sangre que caían hasta la tierra."<br />

Los cipreses y las palmeras eran los testigos silenciosos <strong>de</strong> su angustia. De su follaje caía un pesado<br />

rocío sobre su cuerpo postrado, como si la naturaleza llorase sobre su Autor que luchaba a solas<br />

con las potesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las tinieblas. Poco tiempo antes, Jesús había estado <strong>de</strong> pie como un cedro<br />

po<strong>de</strong>roso, presintiendo la tormenta <strong>de</strong> oposición que agotaba su furia contra él. Volunta<strong>de</strong>s tercas<br />

y corazones llenos <strong>de</strong> malicia y sutileza habían procurado en vano confundirle y abrumarle. Se<br />

había erguido con divina majestad como el Hijo <strong>de</strong> Dios. Ahora era como un junco azotado y<br />

doblegado <strong>por</strong> la tempestad airada. Se había acercado a la consumación 641 <strong>de</strong> su obra como<br />

vencedor, habiendo ganado a cada paso la victoria sobre las potesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las tinieblas. Como ya<br />

glorificado, había aseverado su unidad con Dios.<br />

En acentos firmes, había elevado sus cantos <strong>de</strong> alabanza. Había dirigido a sus discípulos palabras<br />

<strong>de</strong> estimulo y ternura. Pero ya había llegado la hora <strong>de</strong> la potestad <strong>de</strong> las tinieblas. Su voz se oía<br />

en el tranquilo aire nocturno, no en tonos <strong>de</strong> triunfo, sino impregnada <strong>de</strong> angustia humana. Estas<br />

palabras <strong>de</strong>l Salvador llegaban a los oídos <strong>de</strong> los soñolientos discípulos: "Padre mío, si no pue<strong>de</strong><br />

este vaso pasar <strong>de</strong> mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad." El primer impulso <strong>de</strong> los discípulos<br />

fue ir hacia él; pero les había invitado a quedarse allí velando y orando. Cuando Jesús vino a ellos,<br />

los halló otra vez dormidos. Otra vez había sentido un anhelo <strong>de</strong> compañía, <strong>de</strong> oír <strong>de</strong> sus discípulos<br />

algunas palabras que le aliviasen y quebrantasen el ensalmo <strong>de</strong> las tinieblas que casi le dominaban.<br />

Pero "los dos <strong>de</strong> ellos estaban cargados; y no sabían qué respon<strong>de</strong>rle." Su presencia los <strong>de</strong>spertó.<br />

Vieron su rostro surcado <strong>por</strong> el sangriento sudor <strong>de</strong> la agonía, y se llenaron <strong>de</strong> temor. No podían<br />

compren<strong>de</strong>r su angustia mental. "Tan <strong>de</strong>sfigurado, era su aspecto más que el <strong>de</strong> cualquier hombre,<br />

y su forma más que la <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Adán." * Apartándose, Jesús volvió a su lugar <strong>de</strong> retiro y<br />

cayó postrado, vencido <strong>por</strong> el horror <strong>de</strong> una gran obscuridad.<br />

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