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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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presenciaron la <strong>de</strong>sesperada agonía <strong>de</strong>l Salvador. <strong>La</strong>s huestes <strong>de</strong>l cielo velaron sus rostros para no<br />

ver ese terrible espectáculo.<br />

<strong>La</strong> naturaleza inanimada expresó simpatía <strong>por</strong> su Autor insultado y moribundo. El sol se negó a<br />

mirar la terrible escena Sus rayos brillantes iluminaba la tierra a mediodía, cuando <strong>de</strong> repente<br />

parecieron borrarse. Como fúnebre mortaja, una obscuridad completa ro<strong>de</strong>ó la cruz. "Fueron<br />

hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora <strong>de</strong> nona." Estas tinieblas, que eran tan profundas<br />

como la medianoche sin luna ni estrellas, no se <strong>de</strong>bía a ningún eclipse ni a otra causa natural. Era<br />

un testimonio milagroso dado <strong>por</strong> Dios para confirmar la fe <strong>de</strong> las generaciones ulteriores. En esa<br />

<strong>de</strong>nsa obscuridad, se ocultaba la presencia <strong>de</strong> Dios. El hace <strong>de</strong> las tinieblas su pabellón y oculta su<br />

gloria <strong>de</strong> los ojos humanos. Dios y sus santos ángeles estaban al lado <strong>de</strong> la cruz. El Padre estaba<br />

con su Hijo. Sin embargo, su presencia no se reveló. Si su gloria hubiese fulgurado <strong>de</strong> la nube,<br />

habría quedado <strong>de</strong>struido todo espectador humano. En aquella hora terrible, Cristo no fue<br />

consolado <strong>por</strong> la presencia <strong>de</strong>l Padre. Pisó solo el lagar y <strong>de</strong>l pueblo no hubo nadie con él.<br />

Con esa <strong>de</strong>nsa obscuridad, Dios veló la última agonía humana <strong>de</strong> su hijo. Todos los que habían<br />

visto a Cristo sufrir estaban convencidos <strong>de</strong> su divinidad. Ese rostro, una vez contemplado <strong>por</strong> la<br />

humanidad, no sería jamás olvidado. Así como el rostro <strong>de</strong> Caín expresaba su culpabilidad <strong>de</strong><br />

homicida, el rostro <strong>de</strong> Cristo revelaba inocencia, serenidad, benevolencia: la imagen <strong>de</strong> Dios. Pero<br />

sus acusadores no quisieron prestar atención al sello <strong>de</strong>l cielo. Durante largas horas <strong>de</strong> agonía,<br />

Cristo había sido mirado <strong>por</strong> la multitud escarnecedora. Ahora le ocultó misericordiosamente el<br />

manto <strong>de</strong> Dios.. Un silencio sepulcral parecía haber caído sobre el Calvario.<br />

Un terror sin nombre dominaba a la muchedumbre que estaba ro<strong>de</strong>ando la cruz. <strong>La</strong>s maldiciones<br />

y los vilipendios quedaron a medio pronunciar. Hombres, mujeres y niños cayeron postrados al<br />

suelo. Rayos vívidos fulguraban ocasionalmente <strong>de</strong> la nube y <strong>de</strong>jaban ver la cruz y el Re<strong>de</strong>ntor<br />

crucificado. Sacerdotes, príncipes, escribas, verdugos y la turba, todos pensaron que había llegado<br />

su tiempo <strong>de</strong> retribución. Después <strong>de</strong> un rato, alguien murmuró que Jesús bajaría ahora <strong>de</strong> la cruz.<br />

Algunos intentaron regresar a tientas a la ciudad, golpeándose el pecho y llorando <strong>de</strong> miedo. A la<br />

hora nona, las tinieblas se elevaron <strong>de</strong> la gente, pero siguieron ro<strong>de</strong>ando al Salvador. Eran un<br />

símbolo <strong>de</strong> la agonía y horror que pesaban sobre su corazón. Ningún ojo podía atravesar la<br />

lobreguez que ro<strong>de</strong>aba la cruz, y nadie podía penetrar la lobreguez más intensa que ro<strong>de</strong>aba el<br />

alma doliente <strong>de</strong> Cristo. Los airados rayos parecían lanzados contra él mientras pendía <strong>de</strong> la cruz.<br />

Entonces "exclamó Jesús a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabachthani?" "Dios mío, Dios<br />

mío, ¿Por qué me has <strong>de</strong>samparado?"<br />

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