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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 51 : "<strong>La</strong> Luz <strong>de</strong> la <strong>Vida</strong>"<br />

OTRA vez, pues, Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz <strong>de</strong>l mundo. El que me sigue no andará<br />

en tinieblas, mas tendrá la luz <strong>de</strong> la vida." (V.M.) Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba<br />

en el atrio <strong>de</strong>l templo especialmente relacionado con los ejercicios <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong> las cabañas. En<br />

el centro <strong>de</strong> este patio se levantaban dos majestuosas columnas que so<strong>por</strong>taban <strong>por</strong>talámparas <strong>de</strong><br />

gran tamaño. Después <strong>de</strong>l sacrificio <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, se encendían todas las lámparas, que arrojaban su<br />

luz sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba <strong>de</strong>stinada a conmemorar la columna <strong>de</strong> luz que guiaba<br />

a Israel en el <strong>de</strong>sierto, y también a señalar la venida <strong>de</strong>l Mesías. Por la noche, cuando las lámparas<br />

estaban encendidas, el atrio era teatro <strong>de</strong> gran regocijo. Los hombres canosos, los sacerdotes <strong>de</strong>l<br />

templo y los dirigentes <strong>de</strong>l pueblo, se unían en danzas festivas al sonido <strong>de</strong> la música instrumental<br />

y el canto <strong>de</strong> los levitas. Por la iluminación <strong>de</strong> Jerusalén, el pueblo expresaba su esperanza en la<br />

venida <strong>de</strong>l Mesías para <strong>de</strong>rramar su luz sobre Israel. Pero para Jesús la escena tenía un significado<br />

más amplio. Como las lámparas radiantes <strong>de</strong>l templo alumbraban cuanto las ro<strong>de</strong>aba, así Cristo,<br />

la fuente <strong>de</strong> luz espiritual, ilumina las tinieblas <strong>de</strong>l mundo.<br />

Sin embargo, el símbolo era imperfecto. Aquella gran luz que su propia mano había puesto en los<br />

cielos era una representación más verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> su misión. Era <strong>de</strong> mañana; el sol<br />

acababa <strong>de</strong> levantarse sobre el monte <strong>de</strong> las Olivas, y sus rayos caían con <strong>de</strong>slumbrante brillo sobre<br />

los palacios <strong>de</strong> mármol, e iluminaban el oro <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l templo, cuando Jesús, señalándolo,<br />

dijo: "Yo soy la luz <strong>de</strong>l mundo." Mucho tiempo <strong>de</strong>spués estas palabras fueron repetidas, <strong>por</strong> uno<br />

que las escuchara, en aquel sublime pasaje: "En él estaba la vida, y la vida era la luz <strong>de</strong> los hombres.<br />

Y la luz en las tinieblas resplan<strong>de</strong>ce; mas las tinieblas no la comprendieron." "Era la luz verda<strong>de</strong>ra,<br />

que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.'* Y mucho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber ascendido Jesús<br />

al cielo, Pedro también, escribiendo bajo la iluminación <strong>de</strong>l Espíritu divino, recordó el símbolo<br />

que Cristo había usado: "Tenemos también la palabra profética más permanente, a la cual hacéis<br />

bien <strong>de</strong> estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro hasta que el día esclarezca,<br />

y el lucero <strong>de</strong> la mañana salga en vuestros corazones."<br />

* En la manifestación <strong>de</strong> Dios a su pueblo, la luz había sido siempre un símbolo <strong>de</strong> su presencia.<br />

A la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la palabra creadora, en el principio, la luz resplan<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> las tinieblas. <strong>La</strong> luz fue<br />

envuelta en la columna <strong>de</strong> nube <strong>de</strong> día y en la columna <strong>de</strong> fuego <strong>de</strong> noche, para guiar a las<br />

numerosas huestes <strong>de</strong> Israel.<br />

<strong>La</strong> luz brilló con tremenda majestad, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l Señor, sobre el monte Sinaí. <strong>La</strong> luz <strong>de</strong>scansaba<br />

sobre el propiciatorio en el tabernáculo. <strong>La</strong> luz llenó el templo <strong>de</strong> Salomón al ser <strong>de</strong>dicado. <strong>La</strong> luz<br />

brilló sobre las colinas <strong>de</strong> Belén cuando los ángeles trajeron a los pastores que velaban el mensaje<br />

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