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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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Pero Judas no sabía que estaba entregando a Cristo a la muerte. ¡Cuántas veces, mientras el<br />

Salvador enseñaba en parábolas, los escribas y fariseos habían sido arrebatados <strong>por</strong> sus<br />

ilustraciones sorpren<strong>de</strong>ntes! ¡Cuántas veces habían pronunciado juicio contra sí mismos! Con<br />

frecuencia, cuando la verdad penetraba en su corazón, se habían llenado <strong>de</strong> ira, y habían alzado<br />

piedras para arrojárselas; pero vez tras vez había escapado.<br />

Puesto que había escapado <strong>de</strong> tantas trampas, pensaba Judas, no se <strong>de</strong>jaría ciertamente pren<strong>de</strong>r<br />

esta vez tampoco. Judas <strong>de</strong>cidió probar el asunto. Si Jesús era realmente el Mesías, el pueblo, <strong>por</strong><br />

el cual había hecho tanto, se reuniría en <strong>de</strong>rredor suyo, y le proclamaría rey. Esto haría <strong>de</strong>cidirse<br />

para siempre a muchos espíritus que estaban ahora en la incertidumbre. Judas tendría en su favor<br />

el haber puesto al rey en el trono <strong>de</strong> David. Y este acto le aseguraría el primer puesto, el siguiente<br />

a Cristo en el nuevo reino. El falso discípulo <strong>de</strong>sempeñó su parte en la entrega <strong>de</strong> Jesús. En el<br />

huerto, cuando dijo a los caudillos <strong>de</strong> la turba: "Al que yo besare, aquél es: pren<strong>de</strong>dle,"* creía<br />

plenamente que Cristo escaparía <strong>de</strong> sus tiranos. Entonces, si le inculpaban, diría: ¿No os había<br />

dicho que lo prendieseis? Judas contempló a los apresadores <strong>de</strong> Cristo mientras, actuando según<br />

sus palabras, le ataban firmemente.<br />

Con asombro vio que el Salvador se <strong>de</strong>jaba llevar. Ansiosamente le siguió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el huerto hasta el<br />

proceso <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los gobernantes judíos. A cada movimiento, esperaba que Cristo sorprendiese<br />

a sus enemigos presentándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos como Hijo <strong>de</strong> Dios y anulando todas sus<br />

maquinaciones y po<strong>de</strong>r. Pero mientras hora tras hora transcurría, y Jesús se sometía a todos los<br />

abusos acumulados sobre él, se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l traidor un terrible temor <strong>de</strong> haber entregado a su<br />

Maestro a la muerte. Cuando el juicio se acercaba al final, Judas no pudo ya so<strong>por</strong>tar la tortura <strong>de</strong><br />

su conciencia culpable. De repente, una voz ronca cruzó la sala, haciendo estremecer <strong>de</strong> terror<br />

todos los corazones: ¡Es inocente; perdónale, oh, Caifás! Se vio entonces a Judas, hombre <strong>de</strong> alta<br />

estatura, abrirse paso a través <strong>de</strong> la muchedumbre asombrada. Su rostro estaba pálido y<br />

<strong>de</strong>sencajado, y había en su frente gruesas gotas <strong>de</strong> sudor. Corriendo hacia el sitial <strong>de</strong>l juez, arrojó<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l Sumo Sacerdote las piezas <strong>de</strong> plata que habían sido el precio <strong>de</strong> la entrega <strong>de</strong> su Señor.<br />

Asiéndose vivamente <strong>de</strong>l manto <strong>de</strong> Caifás, le imploró que soltase a Jesús y <strong>de</strong>claró que no había<br />

hecho nada digno <strong>de</strong> muerte. Caifás se <strong>de</strong>sprendió airadamente <strong>de</strong> él, pero quedó confuso y sin<br />

saber qué <strong>de</strong>cir. <strong>La</strong> perfidia <strong>de</strong> los sacerdotes quedaba revelada. Era evi<strong>de</strong>nte que habían comprado<br />

al discípulo para que traicionase a su Maestro.<br />

"Yo he pecado --gritó otra vez Judas-- entregando la sangre inocente." Pero el Sumo Sacerdote,<br />

recobrando el dominio propio, contestó con <strong>de</strong>sprecio: "¿Qué se nos da a nosotros? Viéraslo tú"*<br />

Los sacerdotes habían estado dispuestos a hacer <strong>de</strong> Judas su instrumento; pero <strong>de</strong>spreciaban su<br />

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