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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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Todos los que quieran producir frutos como colaboradores <strong>de</strong> Cristo <strong>de</strong>ben caer primero en el suelo<br />

y morir. <strong>La</strong> vida <strong>de</strong>be ser echada en el surco <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong>l mundo. El amor y el interés propios<br />

<strong>de</strong>ben perecer. <strong>La</strong> ley <strong>de</strong>l sacrificio propio es la ley <strong>de</strong> la conservación. El labrador conserva su<br />

grano arrojándolo lejos. Así suce<strong>de</strong> en la vida humana. Dar es vivir. <strong>La</strong> vida que será preservada<br />

es la que se haya dado libremente en servicio a Dios y al hombre. Los que <strong>por</strong> amor a Cristo<br />

sacrifican su vida en este mundo, la conservarán para la eternidad.<br />

<strong>La</strong> vida <strong>de</strong>dicada al yo es como el grano que se come. Desaparece, pero no hay aumento. Un<br />

hombre pue<strong>de</strong> juntar para sí todo lo posible; pue<strong>de</strong> vivir, pensar y hacer planes para sí; pero su<br />

vida pasa y no le queda nada. <strong>La</strong> ley <strong>de</strong>l servicio propio es la ley <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strucción propia. "Si<br />

alguno me sirve --dijo Jesús,-- sígame: y don<strong>de</strong> yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si<br />

alguno me sirviere, mi Padre le honrará." Todos los que han llevado con Jesús la cruz <strong>de</strong>l sacrificio,<br />

compartirán con él su gloria. El gozo <strong>de</strong> Cristo, en su humillación y dolor, consistía en saber que<br />

sus discípulos serían glorificados con él. Son el fruto <strong>de</strong> su sacrificio propio. El <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> su<br />

propio carácter y espíritu en ellos es su recompensa, y será su gozo <strong>por</strong> toda la eternidad. Este gozo<br />

lo comparten ellos con él a medida que el fruto <strong>de</strong> su trabajo y sacrificio se ve en otros corazones<br />

y vidas.<br />

Son colaboradores con Cristo, y el Padre los honrará como honra a su Hijo. El mensaje dirigido a<br />

los griegos, al pre<strong>de</strong>cir la reunión <strong>de</strong> los gentiles, hizo recordar a Jesús toda su misión. <strong>La</strong> obra <strong>de</strong><br />

la re<strong>de</strong>nción pasó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, abarcando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tiempo en que el plan fue trazado en el cielo<br />

hasta su muerte, ahora tan cercana. Una nube misteriosa pareció ro<strong>de</strong>ar al Hijo <strong>de</strong> Dios. Su<br />

lobreguez fue sentida <strong>por</strong> los que estaban cerca <strong>de</strong> él. Quedó él arrobado en sus pensamientos. Por<br />

fin, rompió el silencio su voz entristecida que <strong>de</strong>cía: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?<br />

Padre, sálvame <strong>de</strong> esta hora." Cristo estaba bebiendo anticipadamente la copa <strong>de</strong> amargura.<br />

Su humanidad rehuía la hora <strong>de</strong>l <strong>de</strong>samparo cuando, según todas las apariencias, sería abandonado<br />

<strong>por</strong> Dios mismo, cuando todos le verían azotado, herido <strong>de</strong> Dios y abatido. Rehuía la exposición<br />

en público, el ser tratado como el peor <strong>de</strong> los criminales y una muerte ignominiosa. Un<br />

presentimiento <strong>de</strong> su conflicto con las potesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las tinieblas, el peso <strong>de</strong> la espantosa carga <strong>de</strong><br />

la transgresión humana y <strong>de</strong> la ira <strong>de</strong>l Padre a causa <strong>de</strong>l pecado, hicieron <strong>de</strong>smayar a Jesús, y la<br />

pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la muerte cubrió su rostro. Luego vino la sumisión divina a la voluntad <strong>de</strong> su Padre.<br />

"Por esto --dijo,-- he venido en esta hora. Padre, glorifica tu nombre." Únicamente <strong>por</strong> la muerte<br />

<strong>de</strong> Cristo podía ser <strong>de</strong>rribado el reino <strong>de</strong> Satanás. Únicamente así podía ser redimido el hombre y<br />

Dios glorificado. Jesús consintió en la agonía, aceptó el sacrificio. El Rey <strong>de</strong>l cielo consintió en<br />

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