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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 47 "Nada os Será Imposible"<br />

DESPUÉS <strong>de</strong> haber pasado toda la noche en el monte, a la salida <strong>de</strong>l sol Jesús y sus discípulos<br />

<strong>de</strong>scendieron a la llanura. Absortos en sus pensamientos, los discípulos marchaban asombrados y<br />

en silencio. Pedro mismo no tenía una palabra que <strong>de</strong>cir. Gustosamente habrían permanecido en<br />

aquel santo lugar que había sido tocado <strong>por</strong> la luz <strong>de</strong>l cielo, y don<strong>de</strong> el Hijo <strong>de</strong> Dios había<br />

manifestado su gloria; pero había que trabajar para el pueblo, que ya estaba buscando a Jesús <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lejos y cerca.<br />

Al pie <strong>de</strong> la montaña se había reunido una gran compañía conducida allí <strong>por</strong> los discípulos que<br />

habían quedado atrás pero que sabían adón<strong>de</strong> se había dirigido Jesús. Al acercarse el Salvador,<br />

encargó a sus tres compañeros que guardasen silencio acerca <strong>de</strong> lo que habían presenciado,<br />

diciendo: "No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo <strong>de</strong>l hombre resucite <strong>de</strong> los muertos." <strong>La</strong><br />

revelación hecha a los discípulos había <strong>de</strong> ser meditada en su corazón y no divulgada. El relatarla<br />

a las multitu<strong>de</strong>s no habría hecho sino excitar el ridículo o la ociosa admiración. Y ni aun los nueve<br />

apóstoles iban a compren<strong>de</strong>r la escena hasta <strong>de</strong>spués que Cristo hubiese resucitado <strong>de</strong> los muertos.<br />

Cuán lentos <strong>de</strong> comprensión eran los mismos tres discípulos favorecidos, pue<strong>de</strong> verse en el hecho<br />

<strong>de</strong> que, a pesar <strong>de</strong> todo lo que Cristo había dicho acerca <strong>de</strong> lo que le esperaba, se preguntaban entre<br />

sí lo que significaría el resucitar <strong>de</strong> entre los muertos. Sin embargo, no pidieron explicación a<br />

Jesús. Sus palabras acerca <strong>de</strong>l futuro los habían llenado <strong>de</strong> tristeza; no buscaron otra revelación<br />

concerniente a aquello que preferían creer que nunca acontecería. Al divisar a Jesús, la gente que<br />

estaba en la llanura corrió a su encuentro, saludándole con expresiones <strong>de</strong> reverencia y gozo. Sin<br />

embargo, su ojo avizor discernió que estaban en gran perplejidad. Los discípulos parecían<br />

turbados.<br />

Acababa <strong>de</strong> ocurrir una circunstancia que les había ocasionado amargo chasco y humillación.<br />

Mientras estaban esperando al pie <strong>de</strong> la montaña, un padre les había traído a su hijo para que lo<br />

librasen <strong>de</strong> un espíritu mudo que le atormentaba.<br />

Cuando Jesús mandó a los doce a predicar <strong>por</strong> Galilea, les había conferido autoridad sobre los<br />

espíritus inmundos para po<strong>de</strong>r echarlos. Mientras conservaron firme su fe, los malos espíritus<br />

habían obe<strong>de</strong>cido sus palabras. Ahora, en el nombre <strong>de</strong> Cristo, or<strong>de</strong>naron al espíritu torturador que<br />

<strong>de</strong>jase a su víctima, pero el <strong>de</strong>monio no había hecho sino burlarse <strong>de</strong> ellos mediante un nuevo<br />

<strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r. Los discípulos, incapaces <strong>de</strong> explicarse su <strong>de</strong>rrota, sentían que estaban<br />

atrayendo <strong>de</strong>shonor sobre sí mismos y su Maestro. Y en la muchedumbre había escribas que<br />

sacaban partido <strong>de</strong> esa o<strong>por</strong>tunidad para humillarlos. Agolpándose en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> los discípulos,<br />

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