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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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itos; pero acerca <strong>de</strong> la tradición, los fariseos y los saduceos estaban en conflicto; y estas pruebas<br />

no habrían tenido tampoco peso para los romanos.<br />

Los enemigos <strong>de</strong> Cristo no se atrevían a acusarle <strong>de</strong> violar el sábado, no fuese que un examen<br />

revelase el carácter <strong>de</strong> su obra. Si se sacaban a relucir sus milagros <strong>de</strong> curación, se frustraría el<br />

objeto mismo que tenían en vista los sacerdotes. Habían sido sobornados falsos testigos para que<br />

acusasen a Jesús <strong>de</strong> incitar a la rebelión y <strong>de</strong> procurar establecer un gobierno separado. Pero su<br />

testimonio resultaba vago y contradictorio. Bajo el examen, <strong>de</strong>smentían sus propias <strong>de</strong>claraciones.<br />

En los comienzos <strong>de</strong> su ministerio, Cristo había dicho: "Destruid este templo, y en tres días lo<br />

levantaré." En el lenguaje figurado <strong>de</strong> la profecía, había predicho así su propia muerte y<br />

resurrección. "Mas él hablaba <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> su cuerpo ."* Los judíos habían comprendido estas<br />

palabras en un sentido literal, como si se refiriesen al templo <strong>de</strong> Jerusalén. A excepción <strong>de</strong> esto,<br />

en todo lo que Jesús había dicho, nada podían hallar los sacerdotes que fuese posible emplear<br />

contra él. Repitiendo estas palabras, pero falseándolas, esperaban obtener una ventaja.<br />

Los romanos se habían <strong>de</strong>dicado a reconstruir y embellecer el templo, y se enorgullecían mucho<br />

<strong>de</strong> ello; cualquier <strong>de</strong>sprecio manifestado hacia él habría <strong>de</strong> excitar seguramente su indignación. En<br />

este terreno, podían concordar los romanos y los judíos, los fariseos y los saduceos; <strong>por</strong>que todos<br />

tenían gran veneración <strong>por</strong> el templo. Acerca <strong>de</strong> este punto, se encontraron dos testigos cuyo<br />

testimonio no era tan contradictorio como el <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. Uno <strong>de</strong> ellos, que había sido comprado<br />

para acusar a Jesús, <strong>de</strong>claró: "Este dijo: Puedo <strong>de</strong>rribar el templo <strong>de</strong> Dios, y en tres días<br />

reedificarlo." Así fueron torcidas las palabras <strong>de</strong> Cristo.<br />

Si hubiesen sido repetidas exactamente como él las dijo, no habrían servido para obtener su<br />

con<strong>de</strong>na ni siquiera <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l Sanedrín. Si Jesús hubiese sido un hombre como los <strong>de</strong>más, según<br />

aseveraban los judíos, su <strong>de</strong>claración habría indicado tan sólo un espíritu irracional y jactancioso,<br />

pero no podría haberse <strong>de</strong>clarado blasfemia. Aun en la forma en que las repetían los falsos, testigos,<br />

nada contenían sus palabras que los romanos pudiesen consi<strong>de</strong>rar como crimen digno <strong>de</strong> muerte.<br />

Pacientemente Jesús escuchaba los testimonios contradictorios. Ni una sola palabra pronunció en<br />

su <strong>de</strong>fensa. Al fin, sus acusadores quedaron enredados, confundidos y enfurecidos. El proceso no<br />

a<strong>de</strong>lantaba; parecía que las maquinaciones iban a fracasar. Caifás se <strong>de</strong>sesperaba. Quedaba un<br />

último recurso; había que obligar a Cristo a con<strong>de</strong>narse a sí mismo. El Sumo Sacerdote se levantó<br />

<strong>de</strong>l sitial <strong>de</strong>l juez, con el rostro <strong>de</strong>scompuesto <strong>por</strong> la pasión, e indicando claramente <strong>por</strong> su voz y<br />

su <strong>por</strong>te que, si estuviese en su po<strong>de</strong>r, heriría al preso que estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. "¿No respon<strong>de</strong>s<br />

nada? --exclamó,-- ¿Qué testifican éstos contra ti?"<br />

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