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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 74 : Getsemaní<br />

EN COMPAÑÍA <strong>de</strong> sus discípulos, el Salvador se encaminó lentamente hacia el huerto <strong>de</strong><br />

Getsemaní. <strong>La</strong> luna <strong>de</strong> Pascua, ancha y llena, resplan<strong>de</strong>cía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un cielo sin nubes. <strong>La</strong> ciudad <strong>de</strong><br />

cabañas para los peregrinos estaba sumida en el silencio. Jesús había estado conversando<br />

fervientemente con sus discípulos e instruyéndolos; pero al acercarse a Getsemaní se fue sumiendo<br />

en un extraño silencio. Con frecuencia, había visitado, este lugar para meditar y orar; pero nunca<br />

con un corazón tan lleno <strong>de</strong> tristeza como esta noche <strong>de</strong> su última agonía. Toda su vida en la tierra,<br />

había andado en la presencia <strong>de</strong> Dios. se hallaba en conflicto con hombres animados <strong>por</strong> el espíritu<br />

<strong>de</strong> Satanás, pudo <strong>de</strong>cir: "El que me envió, está; no me ha <strong>de</strong>jado solo el Padre; <strong>por</strong>que yo, lo que<br />

a el le agrada, hago siempre."* Pero ahora le parecía estar excluido <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> la presencia<br />

sostenedora <strong>de</strong> Dios. Ahora se contaba con los transgresores. Debía llevar la culpabilidad <strong>de</strong> la<br />

humanidad caída. Sobre el que no conoció pecado, <strong>de</strong>bía ponerse la iniquidad <strong>de</strong> todos nosotros.<br />

Tan terrible le parece tan gran<strong>de</strong> el peso <strong>de</strong> la culpabilidad que <strong>de</strong>be llevar, que está tentado a<br />

temer que quedará privado para siempre <strong>de</strong> su Padre. Sintiendo cuán terrible es la ira <strong>de</strong> Dios<br />

contra la transgresión, exclama: "Mi alma está muy triste hasta la muerte."<br />

Al acercarse al huerto, los discípulos notaron el cambio <strong>de</strong> ánimo en su Maestro. Nunca antes le<br />

habían visto tan triste y callado. Mientras avanzaba, esta extraña se iba ahondando; pero no se<br />

atrevían a interrogarle acerca <strong>de</strong> la causa. Su cuerpo se tambaleaba como si estuviese <strong>por</strong> caer.. Al<br />

llegar al huerto, los discípulos buscaron ansiosamente el lugar don<strong>de</strong> solía retraerse, para que su<br />

Maestro pudiese <strong>de</strong>scansar. Cada paso le costaba un penoso esfuerzo. Dejaba oír gemidos como si<br />

le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus compañeros, pues sin ellos habría caído<br />

al suelo. Cerca <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong>l huerto, Jesús <strong>de</strong>jó a todos sus discípulos, menos tres, rogándoles<br />

que orasen <strong>por</strong> si mismos y <strong>por</strong> él. Acompañado <strong>de</strong> Pedro, Santiago y Juan, entró en los lugares<br />

más retirados. Estos tres discípulos eran los compañeros más íntimos <strong>de</strong> Cristo. Habían<br />

contemplado su gloria en el monte <strong>de</strong> la transfiguración; habían visto a Moisés y Elías conversar<br />

con él; habían oído la voz <strong>de</strong>l cielo; y ahora en su gran<strong>de</strong> lucha Cristo <strong>de</strong>seaba su presencia<br />

inmediata.<br />

Con frecuencia habían pasado la noche con él en este retiro. En esas ocasiones, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos<br />

momentos <strong>de</strong> vigilia y oración, se dormían apaciblemente a corta distancia <strong>de</strong> su Maestro, hasta<br />

que los <strong>de</strong>spertaba <strong>por</strong> la mañana para salir <strong>de</strong> nuevo a trabajar. Pero ahora <strong>de</strong>seaba que ellos<br />

pasasen la noche con él en oración. Sin embargo, no podía sufrir que aun ellos presenciasen la<br />

agonía que iba a so<strong>por</strong>tar. "Quedaos aquí --dijo,-- y velad conmigo." Fue a corta distancia <strong>de</strong> ellos<br />

-no tan lejos que no pudiesen verle y oírle-- y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado le<br />

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